Memo­ri­ci­dio – Iña­ki Egaña

El cie­rre de un ciclo polí­ti­co en el País Vas­co y la aper­tu­ra pro­ba­ble de otro nos está lle­van­do, simul­tá­nea­men­te, a un esce­na­rio en el que la memo­ria colec­ti­va se trans­mu­ta en uno de los fren­tes de bata­lla más inten­sos. A fal­ta de trin­che­ras, explo­sio­nes y minas, la cre­di­bi­li­dad de los con­ten­dien­tes depen­de de la rei­vin­di­ca­ción de su labor y, para ello, la rees­cri­tu­ra de la his­to­ria más cer­ca­na se hace nece­sa­ria. Los unos para rei­vin­di­car a los suyos y no ser absor­bi­dos por Tro­ya, los otros para endul­zar y jus­ti­fi­car su pre­vi­si­ble man­te­ni­mien­to de la tensión.

Ten­go la impre­sión, y per­dó­ne­me que lo cite de pasa­da por­que no soy afi­cio­na­do a las obras de cien­cia fic­ción, de que la memo­ria se va a con­ver­tir en una bata­lla cru­cial en los pró­xi­mos años. Sí, soy un poco macha­cón. El deber debi­do, el sen­ti­do de la vida, el funam­bu­lis­mo polí­ti­co, serán los argu­men­tos esgri­mi­dos para jus­ti­fi­car, como hizo Feli­pe Gon­zá­lez, el secues­tro del pobre Segun­do Marey, o el ase­si­na­to de Arga­la, un acto faná­ti­co, como tan­tos otros, come­ti­do, dicen aho­ra, por un fan­tas­ma­gó­ri­co mili­tar espa­ñol a quien la pren­sa cana­lles­ca espa­ño­la escon­de bajo el seu­dó­ni­mo de Leó­ni­das. O las tor­tu­ras por ser, como diría Rodol­fo Ares, mate­ria antiterrorista.

La maqui­na­ria del Esta­do tie­ne engra­na­jes sufi­cien­tes como para que el mesiá­ni­co Feli­pe Gon­zá­lez haga apo­lo­gía del terro­ris­mo dejan­do entre­ver que Segun­do Marey era cul­pa­ble («no se ha inves­ti­ga­do lo sufi­cien­te su papel en la coope­ra­ti­va») y que, en con­se­cuen­cia, de haber ter­mi­na­do como otras víc­ti­mas del GAL su muer­te no hubie­ra mere­ci­do una sola mues­tra de cari­ño. Qui­zás ni una lágri­ma. Por­que llo­rar, nos lo dicen los jue­ces de la Audien­cia Nacio­nal, tam­bién tie­ne con­te­ni­do político.

Oír a Patxi López decir que el GAL es un «fan­tas­ma del pasa­do, juz­ga­do y con­de­na­do» es un insul­to a la inte­li­gen­cia. Las aden­das a seme­jan­te afir­ma­ción son nume­ro­sas, comen­zan­do por­que es men­ti­ra que el GAL así como sus ante­ce­den­tes, haya sido juz­ga­do. Que le pre­gun­ten a Ramón Jáu­re­gui, que como Ares con la tor­tu­ra, enmar­có el GAL den­tro de la «lucha anti­te­rro­ris­ta». El fin jus­ti­fi­ca los medios, cuan­do está por medio el honor per­di­do del pue­blo de la capa y el tricornio.

En esta línea se debe enten­der la últi­ma anda­na­da memo­rís­ti­ca del mis­te­rio­so Leó­ni­das que ocul­ta lo evi­den­te, la impli­ca­ción del mer­ce­na­rio Jean Pie­rre Che­rid, a suel­do del minis­te­rio espa­ñol del Inte­rior y su paso como agen­te de las dis­tin­tas fases del terro­ris­mo de Esta­do: OAS, ATE, BVE y GAL. Colla­res diver­sos para el mis­mo perro. En cam­bio, Arnal­do Ote­gi fue con­de­na­do en 2006 a 15 meses de pri­sión por par­ti­ci­par en un acto en memo­ria de Arga­la. El mun­do al revés.

El ata­que al men­sa­je­ro es típi­co tópi­co his­pano. Xabier Maka­za­ga ha escri­to el «Manual del tor­tu­ra­dor espa­ñol». Al PP no le moles­ta el libro. Tam­po­co que en 28 biblio­te­cas de la CAV esté al acce­so de los lec­to­res. Le moles­ta, y así lo ha dicho Car­los Urqui­jo, que el Ayun­ta­mien­to de Basau­ri, con alcal­de del PSOE, lo ten­ga en su biblio­te­ca muni­ci­pal. El res­to, las otras 27 biblio­te­cas, no tie­nen impor­tan­cia. Sus alcal­des son del PNV, ANV… Intere­sa el sen­ti­do de esta­do, la cober­tu­ra a la mentira.

La his­to­ria se rees­cri­be a rit­mo polí­ti­co, como si ambos fue­ran ramas del mis­mo tron­co. Redac­té hace unos meses unas hojas sobre la muer­te y mani­pu­la­ción del recuer­do de la niña Bego­ña Urroz, uno de los actos más escan­da­lo­sos de enga­ño de la últi­ma déca­da. Una niña que murió bajo la bom­ba de un coman­do del DRIL en 1960, cuan­do ETA aún no exis­tía sino como sue­ño liber­ta­dor en la men­te de algu­nos estudiantes.

El coman­do del DRIL que colo­có aque­llas bom­bas en junio de 1960 esta­ba infil­tra­do por tres poli­cías espa­ño­les. Los archi­vos lo ates­ti­guan. ¿Alguno de los cien­tos de crea­do­res de opi­nión ha ido a com­pro­bar­lo? Nadie. Lo que pri­ma es la mani­pu­la­ción, la inten­cio­na­li­dad polí­ti­ca de cual­quier acti­vi­dad pasa­da en fun­ción de los rédi­tos que deje en el pre­sen­te. Hoy, aún sabien­do de la gran men­ti­ra que supo­ne la adju­di­ca­ción de la muer­te de aque­lla niña a ETA, la can­ti­ne­la es repe­ti­da has­ta la sacie­dad. Lo dijo Joseph Goeb­bels minis­tro de Pro­pa­gan­da de la Ale­ma­nia de Hiltler: «una men­ti­ra repe­ti­da mil veces se con­vier­te en verdad».

La des­me­mo­ria es par­te de la mani­pu­la­ción. Poco des­pués de la muer­te de la niña, ocu­rrió un hecho que hoy nadie recuer­da. En mar­zo de 1961, la Poli­cía y la Guar­dia Civil ame­tra­lla­ron un coche en Bolue­ta en el que supo­nían via­ja­ban varios jóve­nes de ETA. La iden­ti­dad del falle­ci­do, Javier Bata­rri­ta, y la de uno de sus acom­pa­ñan­tes, Mar­tín Balles­te­ros, que resul­tó heri­do de gra­ve­dad y que­dó para­lí­ti­co de por vida, ambos per­te­ne­cien­tes a cono­ci­das fami­lias fran­quis­tas, ori­gi­nó que, como excep­ción, el pro­pio régi­men reco­no­cie­ra su error.

«Es humano errar aun­que los yerros ten­gan a veces tan dolo­ro­sas con­se­cuen­cias», escri­bió «El Correo», el mis­mo que hoy cele­bra fal­sa­men­te su cen­te­na­rio. Si hubie­ran sido eta­rras, el error inexis­ten­te. Una dece­na de poli­cías, ins­pec­to­res y guar­dia civi­les fue­ron juz­ga­dos por esos hechos y absuel­tos. La his­to­ria tam­bién les absol­vió por­que no hubo un cam­bio de esce­na­rio que hicie­ra posi­ble la revi­sión de las atro­ci­da­des y sal­va­ja­das que come­tie­ron los enton­ces hom­bres de bien.

Decía Hegel que la expe­rien­cia y la his­to­ria nos ense­ñan, pre­ci­sa­men­te, que gober­nan­tes y esta­dis­tas nun­ca apren­die­ron cosa algu­na de la his­to­ria ni que se com­por­tan de acuer­do con sus lec­cio­nes. Y aquí esta­mos noso­tros, aña­do yo, unos cuan­tos afi­cio­na­dos, inten­tán­do­le hacer­les ver que vuel­ven a repe­tir el mis­mo error una y mil veces, por no decir que vuel­ven a repe­tir la mis­ma atro­ci­dad y memoricidio.

Y hoy, algu­nos de los des­cen­dien­tes de aque­llos que sufrie­ron el olvi­do, se han con­ver­ti­do en ver­du­gos de la memo­ria. En sepul­tu­re­ros no sólo del recuer­do de quie­nes sem­bra­ron las semi­llas de la dig­ni­dad polí­ti­ca, sino de sus idea­les. Han hecho gran­de la refle­xión de Hegel. Han repe­ti­do los erro­res de quie­nes for­ja­ron este esta­do anor­mal de cosas.

La his­to­ria, nues­tra his­to­ria, de los últi­mos años no deja de ser una cró­ni­ca en abso­lu­to com­par­ti­da. Una gran para­do­ja. Me lla­ma pode­ro­sa­men­te la aten­ción que hom­bres y muje­res que sufrie­ron la más bru­tal repre­sión, veja­cio­nes de por vida y un des­pre­cio total hacia su exis­ten­cia, hayan caí­do en el agu­je­ro más negro del olvi­do. Me lla­ma la aten­ción por­que aque­llos hom­bres y muje­res, des­te­rra­dos hoy por razo­nes polí­ti­cas al saco del olvi­do, esta­ban afi­lia­dos a for­ma­cio­nes y sin­di­ca­tos que en nues­tros días ges­tio­nan admi­nis­tra­cio­nes loca­les, pro­vin­cia­les, inclu­so supranacionales.

Los suyos los han olvi­da­do y aque­llos que apes­ta­mos por razo­nes polí­ti­cas, noso­tros por ejem­plo, bus­ca­mos sus seña­les, sus ras­tros en el océano de la memo­ria, su hilo fino que aún los man­tie­ne vivos. Sin pro­po­ner­lo, los hemos suma­do a nues­tra tri­bu para recu­pe­rar­los del des­am­pa­ro. Hoy nues­tra casa es enor­me. La de ellos, des­de aquel Meli­tón Man­za­nas que tra­ba­jó para el cita­do Goeb­bels des­de la Vas­co­nia fran­quis­ta, humo.

Es un gran memo­ri­ci­dio el que sufre nues­tra socie­dad. Diri­gi­do por las fuer­zas del maligno, ese ser que des­de Cáno­vas, siguien­do con Pri­mo de Rive­ra, con­ti­nuan­do con Fran­co y Carre­ro Blan­co y des­li­zán­do­se por el enmas­ca­ra­do Suá­rez, el egó­la­tra Gon­zá­lez, el visio­na­rio Aznar y el sin­sor­go Zapa­te­ro, man­tie­ne una línea entre los bue­nos y los malos. Como si Zara­tus­tra la hubie­ra dise­ña­do. Los pri­me­ros tie­nen dere­cho a todo. Los segun­dos no tene­mos dere­cho a nada. Ni siquie­ra a la memoria.

Es el memoricidio.

Fren­te al mis­mo, nues­tra gen­te. Los de siem­pre. Los que lle­na­ron las cár­ce­les hace 70 años. Los que murie­ron fren­te a un ver­de pelo­tón de fusi­la­mien­to. Los que col­ma­ron el des­tie­rro. Los que vol­vie­ron a la cár­cel. Ellas y ellos for­jan nues­tra memo­ria. Como todas, selec­ti­va, por supues­to. Fal­ta­ría má

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