Hable­mos de corrup­ción- Flo­ren Aoiz

Si uno está en Méxi­co, hablar de corrup­ción es casi obli­ga­do. Y no diga­mos si hace­mos men­ción al omni­pre­sen­te nar­co. Esta­mos ante reali­da­des que van mucho más allá del lugar común, cier­ta­men­te, pero como ocu­rre con lo que tene­mos a nues­tro lado, a noso­tros nos cuen­tan mil his­to­rias fal­sas sobre reali­da­des leja­nas. Y dema­sia­das veces, nos las tra­ga­mos sin per­ci­bir el sabor a veneno.

Que la corrup­ción cam­pa a sus anchas en muchos esta­dos ame­ri­ca­nos es una obvie­dad. Pero no sólo en aque­llos que apa­re­cen en el mapa ofi­cial de los corrup­tos. Ame­ri­ca­nos he escri­to, y no cen­tro o sud­ame­ri­ca­nos, por­que, ¿cómo pasar por alto los Esta­dos Uni­dos, pala­di­nes de la demo­cra­cia, la liber­tad y el jue­go lim­pio, pero mag­ní­fi­cos ejem­plos de todo lo con­tra­rio? En Méxi­co se ha dado la vuel­ta a lo que la socie­dad ha vota­do, hacien­do ganar al per­de­dor, pero pare­ci­do fue lo suce­di­do en EEUU en cier­ta elec­ción pre­si­den­cial. Aquí se com­pran favo­res que pue­den ir des­de evi­tar pagar una mul­ta has­ta obte­ner títu­los uni­ver­si­ta­rios fal­sos. Pero ¿es aca­so más lim­pio inva­dir un país con la excu­sa de unas armas de des­truc­ción masi­va que nun­ca han apa­re­ci­do? Y, sin nece­si­dad de des­pla­zar­nos has­ta e nor­te de Amé­ri­ca, no hemos olvi­da­do al en su día todo­po­de­ro­so Rol­dán, que inven­tó la titu­la­ción que nece­si­ta­ba. Tam­po­co a quie­nes hacen des­apa­re­cer votos para lle­gar a los car­gos que ambi­cio­nan. ¿No fue la tran­si­ción un gigan­tes­co timo a millo­nes de per­so­nas, ven­dién­do­les la heren­cia fran­quis­ta debi­da­men­te maqui­lla­da como una demo­cra­cia ejemplar?

Al hablar de corrup­ción, ten­dría­mos que defi­nir a qué nos refe­ri­mos. Hay muchas for­mas de corrup­ción, y muchas en el lla­ma­do Pri­mer Mun­do, como o en mayor medi­da que en todos los demás, pero es el Pri­mer Mun­do quien deci­de qué es corrup­ción. Los que man­dan en el pla­ne­ta ela­bo­ran la lis­ta de los corrup­tos y ellos que­dan siem­pre fuera.

La corrup­ción lega­li­za­da o ben­de­ci­da por los dis­cur­sos domi­nan­tes no es menos gra­ve. Mi voto, si fue­ra mexi­cano, podría que­dar anu­la­do en los jue­gos sucios que se impo­nen. En Eus­kal Herria, hoy por hoy no pue­do ser can­di­da­to ni votar a quien quie­ro. En ambos casos, polí­ti­cos corrup­tos se bene­fi­cian. Aquí la mor­di­da está uni­da a muchas acti­vi­da­des eco­nó­mi­cas, pero ¿cuán­tas mor­di­das hay detrás del boom del ladri­llo en el Esta­do espa­ñol? ¡Qué decir de las obras públi­cas, impues­tas por decre­to y tan­tas veces adju­di­ca­das a dedo!

No digo que sean reali­da­des simi­la­res. No lo son. La corrup­ción ha lle­ga­do a car­co­mer algu­nos esta­dos. En otros luga­res está más loca­li­za­da y for­ma par­te del jue­go supues­ta­men­te legal. Pero corrup­ción es tam­bién inva­dir paí­ses, robar recur­sos natu­ra­les, explo­tar a los más débi­les, tra­fi­car con seres huma­nos, enri­que­cer­se gra­cias al sufri­mien­to humano, anu­lar elec­cio­nes, per­se­guir ideas y enga­ñar a la opi­nión públi­ca. Como lo es ali­men­tar la des­com­po­si­ción de los esta­dos débi­les y corrup­tos para man­te­ner­los sumi­sos, ata­dos de pies y manos, para mirar­los lue­go por enci­ma del hombro.

El mun­do está domi­na­do por la corrup­ción en sus mil y una for­mas. No cai­ga­mos en el jue­go de quie­nes sata­ni­zan a otros para ocul­tar su olor a podrido.

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