Cuan­do los niños se fue­ron a la gue­rra – Resu­men latinoamericano

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano entre­vis­tó en Cuba al autor del libro que rela­ta la vida de los niños que opta­ron por la lucha revo­lu­cio­na­ria en Nicaragua

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano - ¿Qué tenían en común Luis Manuel Mejías, Mar­lén Matil­de Mén­dez Zela­ya, Jeró­ni­mo Man­za­na­res, Fran­cis­co Rive­ro Quin­te­ro, Julio César Agui­lar, Juan Estra­da y Javier Luna Rosales?

Apar­te de ser niños y niñas nica­ra­güen­ses, todos nacie­ron antes y duran­te la lucha que des­em­bo­có en el triun­fo del Fren­te San­di­nis­ta de Libe­ra­ción Nacio­nal (FSLN) en 1979. La mayo­ría tuvo fami­lia­res ase­si­na­dos por la Guar­dia Nacio­nal del dic­ta­dor Anas­ta­sio Somo­za. Pero lo más que unía a estos niños y niñas que ape­nas sobre­pa­sa­ban los diez años, era el ham­bre que los acom­pa­ña­ba des­de sus pri­me­ros días de vida y que los fusi­les AK que empu­ña­ron en dece­nas de com­ba­tes eran más altos que ellos.

Estas his­to­rias de jóve­nes que se lan­za­ron a pelear jun­to al FSLN para con­quis­tar la revo­lu­ción, y lue­go defen­der­la del ata­que de la Con­tra finan­cia­da por Esta­dos Uni­dos, son el nudo cen­tral de “Las mas­co­tas de la gue­rra”, libro del perio­dis­ta cubano Hedel­ber­to López Blanch. Publi­ca­do por a prin­ci­pios de año por la Casa Edi­to­ra Abril de Cuba, en sus pági­nas se mues­tra una de las con­se­cuen­cias más duras y crue­les que debió enfren­tar la revo­lu­ción nica­ra­güen­se: el ata­que indis­cri­mi­na­do y con­ti­nuo de cen­te­na­res de mer­ce­na­rios reclu­ta­dos por la CIA y los ase­si­na­tos que lle­va­ban a cabo con­tra los pobla­do­res. Y si antes de la revo­lu­ción muchos niños y niñas deci­die­ron enco­lum­nar­se en la gue­rri­lla, tam­po­co lo duda­ron cuan­do el FSLN lle­gó al poder, por­que los mis­mos que habían ase­si­na­do a sus padres y madres duran­te los 43 años de dic­ta­du­ra somo­cis­ta, aho­ra pene­tra­ban por las fron­te­ras de Hon­du­ras y Cos­ta Rica para arra­sar con todo lo que se inter­pu­sie­ra en su camino.

Entre­vis­ta­do por Resu­men Lati­no­ame­ri­cano en la redac­ción del perió­di­co Juven­tud Rebel­de, don­de tra­ba­ja, López Blanch recuer­da que al lle­gar a Nica­ra­gua como corres­pon­sal en 1984 lo asom­bró ver la can­ti­dad de jóve­nes que no supe­ra­ban los vein­te años, que com­ba­tían en una gue­rra vio­len­ta y a los que lla­ma­ban “los cacho­rros de San­dino”. Pero lo que más le lla­mó la aten­ción, aun­que el gobierno san­di­nis­ta lo tuvie­ra prohi­bi­do, fue ver “a muchos otros que sus fusi­les eran más gran­des que ellos y que les decían las mas­co­tas, por­que entra­ban muchas veces en los bata­llo­nes bus­can­do comi­da o por­que la Con­tra se había lle­va­do a los padres, los habían mata­do, o no tenían cómo sobrevivir”.

Duran­te el tiem­po que pasó en Nica­ra­gua, López Blanch cono­ció de cer­ca cómo esos peque­ños lle­ga­ban a las filas del Ejér­ci­to popu­lar en la mayo­ría de los casos, pero tam­bién cómo muchos de ellos eran cap­ta­dos por la Con­tra. “Ellos en sí no eran con­tra­rre­vo­lu­cio­na­rios, sino que las ban­das con­tra­rre­vo­lu­cio­na­rias entra­ban dro­ga­das por las fron­te­ras y se lle­va­ban a cual­quier cam­pe­sino, a los mucha­chos –expli­ca el autor- Muchos de ellos narran cómo los jefes de la Con­tra se los lle­va­ban y los ponían como mas­co­tas, y a varias mucha­chi­tas las aga­rra­ban como sus muje­res. Entre­vis­té a más de diez en un cen­tro de reedu­ca­ción en Mana­gua y me con­ta­ban cosas terri­bles, has­ta cómo los jefes de ellos los obli­ga­ban a matar a los san­di­nis­tas que encon­tra­ban. A muchos les daban el fusil o un cuchi­llo para que tuvie­ran que pasar­los con cuchi­llo a los san­di­nis­tas, en una cosa horri­ble que era la guerra”.

Con el triun­fo del san­di­nis­mo, las ope­ra­cio­nes con­tra la revo­lu­ción se mul­ti­pli­ca­ron y las agre­sio­nes por par­te de mer­ce­na­rios se acre­cen­ta­ron mien­tras pasa­ban los días. Fren­te a esto, el gobierno creó los Bata­llo­nes de Lucha Irre­gu­lar (BLI) para defen­der el terri­to­rio y a la pobla­ción. “En cada BLI exis­tían entre cin­co y quin­ce mas­co­tas. Como te decía, los fusi­les eran muchos más gran­des que los mucha­chi­tos, pero eran unos mucha­chos arre­chos, com­ba­tien­tes increí­bles que no les tenían mie­do a las balas”, ase­ve­ra López Blanch.

Con esta reali­dad car­ga­da de vio­len­cia, pero bajo la polí­ti­ca del FSLN por sacar de la mise­ria a Nica­ra­gua, la situa­ción en el país reque­ría de todos los esfuer­zos posi­bles. Para el perio­dis­ta cubano, eso se obser­va­ba en la can­ti­dad de com­ba­tes que tenían sobre sus espal­das los niños-mas­co­tas. Como ejem­plo, seña­la a Luis Manuel Mejía que ingre­só como mas­co­ta a los nue­ve años y que al cono­cer­lo, el peque­ño ya tenía cua­ren­ta com­ba­tes en su haber.

En el libro tam­bién se cuen­tan las vidas de niños que se ini­cia­ron en la lucha gue­rri­lle­ra en las déca­das del sesen­ta y seten­ta, y que lue­go lle­ga­ron a coman­dan­tes de la revo­lu­ción, como Fran­cis­co Rive­ra Quin­te­ro, o el capi­tán Sil­vio Pala­cios. Sobre el pri­me­ro de ellos, apo­da­do El Zorro, López Blanch pre­ci­sa “que murió de cán­cer muy joven” y su his­to­ria tenía que ver con los orí­ge­nes de la gue­rri­lla, ya que fue com­pa­ñe­ro de Car­los Fon­se­ca Ama­dor. “Des­de niño, a los doce años, comien­za a tra­ba­jar con los san­di­nis­tas, inclu­so él vie­ne a Cuba, se entre­nó en 1972 jun­to a Fon­se­ca, pasa­ron por la fron­te­ra de Cos­ta Rica y en el libro se cuen­tan todas estas peri­pe­cias”, dice el autor.

Cuan­do se le con­sul­ta a López Blanch cuá­les son las con­di­cio­nes que debe tener un país para lle­gar al extre­mo de que sus niños y niñas ingre­sen a filas gue­rri­lle­ras o a un ejér­ci­to revo­lu­cio­na­rio para defen­der su tie­rra, el perio­dis­ta afir­ma que, en el caso de Nica­ra­gua, la razón fue que duran­te siglos la una nación vivió explo­ta­da. “Hubo inva­sio­nes nor­te­ame­ri­ca­nas cons­tan­tes y la fami­lia Somo­za era la que tenía todo el dine­ro y diri­gía casi el 90% de la eco­no­mía del país, razón del ham­bre y las nece­si­da­des. ‑seña­la- Nica­ra­gua era el segun­do país más pobre de toda Amé­ri­ca Lati­na. Estos mucha­chos en la ciu­dad te ven­dían perió­di­cos, te lim­pia­ban los cris­ta­les de los carros, esto me cho­có de pri­mer momen­to, por­que en Cuba no vemos eso. Al ver esto, empe­cé a ave­ri­guar y es que el ham­bre que había era tre­men­do, y eso era en la ciu­dad, por­que en el cam­po era terri­ble, la mor­ta­li­dad infan­til era vio­len­ta. Como estos mucha­chos tenían ham­bre, como la fami­lia tenía ham­bre, iban a esas uni­da­des mili­ta­res y allí los aten­dían bien, los ponía casi siem­pre de pin­che de coci­na, les daban como tarea lim­piar las barra­cas, pero ellos se empe­za­ban a meter y como la lucha fue tan gran­de, en Nica­ra­gua casi todas las fami­lias tenían uno o dos muer­tos, eso era terri­ble. El pro­ble­ma de Nica­ra­gua, como Áfri­ca, es el ham­bre, es la explo­ta­ción que ha habi­do duran­te muchos siglos por par­te de los paí­ses más pode­ro­sos, en este caso Esta­dos Uni­dos. Esta­ban las com­pa­ñías nor­te­ame­ri­ca­nas ahí meti­das, pero eran en con­tu­ber­nio con Somo­za, que man­te­nía la dic­ta­du­ra. Por eso es que estos mucha­chos iban a la gue­rra. El Fren­te San­di­nis­ta tra­ta­ba de sacar­los, pero era impo­si­ble, ellos regre­sa­ban por­que sino, no se sen­tían bien, y a veces lo que que­rían era ven­gar a sus fami­lia­res que habían sido asesinados”.

Otra de las razo­nes que lle­va­ron a los más peque­ños a ingre­sar a una gue­rri­lla, segu­ra­men­te sea lo que López Blanch des­cri­be en su libro sobre la impu­ni­dad de Somo­za y su fami­lia. Des­de 1936, el dic­ta­dor lle­va­ba las rien­das del país, y en su pron­tua­rio se encon­tra­ban la orden de ase­si­nar al gene­ral Augus­to César San­dino, la pose­sión del 30% de las tie­rras, ade­más de la cría de gana­do y los mata­de­ros, y para fina­les de la déca­da del seten­ta la for­tu­na de la fami­lia del dic­ta­dor “se había eva­lua­do en cer­ca de 650 millo­nes de dóla­res, lo que equi­va­lía a más del tri­ple del pre­su­pues­to nacio­nal, cifra­do en 200 millones”.

Con un pano­ra­ma don­de Nica­ra­gua tenía ape­nas 49 hos­pi­ta­les, un médi­co para 5.054 per­so­nas, 250 mil des­ocu­pa­dos y un anal­fa­be­tis­mo del 70%, la opción de ingre­sar a la lucha san­di­nis­ta era una nece­si­dad de super­vi­ven­cia para los más jóve­nes. Si con la vic­to­ria de la revo­lu­ción había lle­ga­do tam­bién el aumen­to de la espe­ran­za de vida, un sis­te­ma uni­ver­sal de salud, don­de se redu­jo la mor­ta­li­dad infan­til y la tasa de anal­fa­be­tis­mo, esas con­quis­tas tenían que ser defendidas.

López Blanch asi­mis­mo apun­ta que esos niños y niñas, en el fra­gor del com­ba­te y la nece­si­dad, adqui­rían una con­cien­cia polí­ti­ca. “Cuan­do están en revo­lu­ción y estás defen­dien­do a tu país, como esta­ban los san­di­nis­tas, eso te lle­na de vida”, resume.

“Cuan­do un mucha­cho empie­za a cono­cer que con Somo­za su fami­lia había pasa­do tan­ta ham­bre y mise­ria, y cuan­do ven que hay opor­tu­ni­da­des empie­za a enfren­tar­se a estas cosas –pun­tua­li­za-. Iban toman­do con­cien­cia de lo que habían pasa­do y de lo que esta­ba suce­dien­do, por­que la revo­lu­ción san­di­nis­ta empe­zó a dar­le la salud públi­ca a todos. Tenían médi­cos, se le dio edu­ca­ción, el anal­fa­be­tis­mo que era inmen­so duran­te los años del san­di­nis­mo se redu­jo y lle­gó a un 17%, que des­pués vol­vió otra vez a incre­men­tar­se al 35% en el perío­do neo­li­be­ral. Aho­ra la revo­lu­ción san­di­nis­ta vol­vió y se ha libe­ra­do del anal­fa­be­tis­mo. Era un país opri­mi­do, un país que no tenía ni salud, ni edu­ca­ción, sim­ple­men­te los tra­ta­ban como ani­ma­les a todos ellos”.

Lue­go de su expe­rien­cia de varios años en Nica­ra­gua, con his­to­rias que van de la ale­gría a los dolo­res más pro­fun­dos, López Blanch reca­pi­tu­la que la ense­ñan­za prin­ci­pal de esos niños y niñas es que “cada país debe luchar o debe tra­tar de tener su sobe­ra­nía y su liber­tad. Muchos de estos gobier­nos que son neo­li­be­ra­les no atien­den a la juven­tud, los paí­ses del pri­mer mun­do sim­ple­men­te lo que han hecho es explo­tar a los paí­ses de nues­tro con­ti­nen­te, vie­nen a lle­var­se las rique­zas y no les intere­sa en nada los pue­blos. Hay que tra­tar de unir­nos en toda Amé­ri­ca Lati­na, tra­tar de unir­nos con Áfri­ca, y bus­car for­mas de ayu­dar a los pue­blos por­que los pue­blos y los niños son la espe­ran­za del mun­do, como decía José Martí”.

Fotos: Yami­la Blanco

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