¡No me cuen­tes his­to­rias! – Jon Odriozola

Así,con esa expre­sión, sue­le des­pa­char­se a quien pare­ce estar con­tán­do­te una pelí­cu­la, una men­ti­ra, una «his­to­ria». La his­to­ria, con minús­cu­la, como milon­ga. Tam­po­co el tea­tro se libra de estos des­do­ros. En las gra­das de un cam­po de fút­bol no es infre­cuen­te oír, cuan­do un fut­bo­lis­ta simu­la tirar­se den­tro del área rival para pro­vo­car un penal­ti inexis­ten­te, que ese juga­dor «ha hecho tea­tro», o sea, no es real lo que hemos vis­to, aun­que, a favor del tea­tro, dire­mos que la inten­ción es enga­ñar no tan­to al espec­ta­dor como al árbi­tro que es, real­men­te, quien «pica» (o no) y/​o deci­de. Y, sin embar­go, algo de tea­tro sí hay en estos lan­ces. Está el públi­co-espec­ta­dor que juz­ga, pero no deci­de, y los acto­res diz­que el juga­dor que inter­pre­ta un «papel» con el fin de que otro actor, el árbi­tro, sea enga­ña­do. En cual­quier caso, todos los per­so­na­jes repre­sen­tan unos roles y cada cual «en su papel».

Suce­de pare­ci­do cuan­do se habla de «memo­ria his­tó­ri­ca» o, como decía Mau­ri­ce Halbs­wachs allá por 1920, «memo­ria colec­ti­va» o, como pro­pu­sie­ron Fen­tress y Wick­man, «memo­ria social». Están los his­to­ria­do­res como acto­res ‑y guio­nis­tas- de la fun­ción, lue­go el públi­co, que somos noso­tros y, al final, o des­de el prin­ci­pio, el árbi­tro como juez y par­te. Por ejem­plo, Gar­zón, juez estre­lla hoy estre­lla­do, ese «Roy Bean», como pro­hom­bre jus­ti­cie­ro que levan­ta fosas y cune­tas para hacer jus­ti­cia a las víc­ti­mas de la gue­rra civil del ban­do repu­bli­cano y anti­fas­cis­ta. En Chi­le se le ado­ra, en Eus­kal Herria se le odia y en el Esta­do espa­ñol, para la «izquier­da» ape­se­bra­da y de paco­ti­lla, de men­ti­ri­ji­llas, los de la ceja, pasa por un héroe quien no va a hacer otra cosa que dar la últi­ma pale­ta­da de tie­rra a los muer­tos por la cau­sa popu­lar. Quien usur­pa el papel de juez y árbi­tro al pue­blo, que es sobe­rano. Los pape­les están cambiados.

La His­to­ria, aho­ra con mayús­cu­las, son dos cosas, al menos: lo suce­di­do en el tiem­po (los hechos acae­ci­dos) y el rela­to de lo suce­di­do, o sea, cómo se cuen­ta lo acae­ci­do. Y quién lo cuen­ta. La his­to­rio­gra­fía se divi­de en dos hoga­ño y hodierno: la aca­dé­mi­ca, otro­sí pro­fe­sio­nal, que inau­gu­ra­ra Ran­ke, para quien «hecho his­tó­ri­co» y «ver­dad» son la mis­ma cosa, como buen posi­ti­vis­ta fini­se­cu­lar (los «Anna­les» y el mar­xis­mo habla­rían de la «his­to­ria con­di­cio­na­da», ergo la «ver­dad»), y la «his­to­rio­gra­fía mediá­ti­ca» vul­go his­to­rie­tas que con­ta­ba la perio­dis­ta (?) Vic­to­ria Pre­go en TVE «narrán­do­nos» la Tran­si­ción (modé­li­ca y expor­ta­ble) en His­pa­nis­tán. La que vale es esta últi­ma con­ta­da des­his­to­ri­za­da­men­te y au des­sus de la mèlee. La cla­ve de bóve­da fue este arqui­tra­be: callar lo real­men­te ocu­rri­do (lo his­tó­ri­co) para no reabrir heri­das (his­tó­ri­cas) en pro de la recon­ci­lia­ción (lucha de cla­ses abo­li­da) de las «dos Espa­ñas». Y que se pien­se ‑que se no pien­se- que Mer­lín fue un per­so­na­je real y Lís­ter un fut­bo­lis­ta. Lo nodal es la equi­dis­tan­cia, es decir, todos fue­ron cul­pa­bles (en la gue­rra). Ambos ban­dos come­tie­ron atro­ci­da­des. En los folle­ti­nes había mani­queís­mo, bue­nos y malos, igual que nos ense­ña­ban los curas en el nacio­nal-cato­li­cis­mo. Hoy no:todos fue­ron unos malos bichos. Con­clu­sión: borrón y cuen­ta nue­va, aquí paz y des­pués glo­ria has­ta que dure este tin­gla­do de la anti­gua farsa.

Fuen­te: Gara

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