Difi­cul­ta­des neo­clá­si­cas deba­jo de la alfom­bra – Rolan­do Astarita

En un comen­ta­rio que Eze­quiel envió hace unos días a este blog, cuen­ta que un ami­go, eco­no­mis­ta recién egre­sa­do de la Uni­ver­si­dad Tor­cua­to Di Tella, des­es­ti­mó la impor­tan­cia de la vie­ja crí­ti­ca de los key­ne­sia­nos y ricar­dia­nos a la teo­ría neo­clá­si­ca del capi­tal, por­que se tra­ta­ba de una polé­mi­ca “vie­ja” y “los méto­dos actua­les son dis­tin­tos”. No es la pri­me­ra ver que escu­cho esta excu­sa ni será la últi­ma. Es una for­ma de man­te­ner la tran­qui­li­dad espi­ri­tual, y evi­tar­se pro­ble­mas. Recuer­do que hace ya algu­nos años, un pro­fe­sor de micro­eco­no­mía me pedía que, por favor, no expli­ca­ra la crí­ti­ca de Cam­brid­ge a mis alum­nos (muchos com­par­tían los cur­sos), por­que “me vas a gene­rar un lío”. Por eso, para que con­ti­núe la cal­ma chi­cha, los manua­les y cur­sos elu­den la cues­tión. A lo sumo, en algu­nos cur­sos de Cre­ci­mien­to se pre­sen­ta a los alum­nos la polé­mi­ca, como si fue­ra una curio­si­dad de la his­to­ria del pen­sa­mien­to. Pero en tex­tos moder­nos de cre­ci­mien­to, el tema ni se men­cio­na. Sala i Mar­tin, Barro, Romer, los “popes” actua­les de cre­ci­mien­to, pasan olím­pi­ca­men­te por alto los cues­tio­na­mien­tos a la fun­ción de pro­duc­ción neo­clá­si­ca. Aun­que no por ello se pri­van de uti­li­zar la fun­ción como base para sus razo­na­mien­tos. En tex­tos y cur­sos jamás se comu­ni­ca a los alum­nos que la crí­ti­ca a la fun­ción de pro­duc­ción neo­clá­si­ca, y a la teo­ría del capi­tal, nun­ca pudo ser res­pon­di­da por los neoclásicos.

En este res­pec­to es nece­sa­rio tam­bién hacer men­ción a Macro­eco­no­mía de Blan­chard y Pérez Enrri, que se ha con­ver­ti­do en “el” manual de macro de nues­tras Uni­ver­si­da­des. Alum­nos, e inclu­so docen­tes, me han mani­fes­ta­do que este tex­to no ape­la al arse­nal neo­clá­si­co, e inclu­so es “hete­ro­do­xo”. Pero esto no es cier­to. Blan­chard y Pérez Enrri rei­vin­di­can la fun­ción de pro­duc­ción neo­clá­si­ca, con todo lo que ello impli­ca: ren­di­mien­tos cons­tan­tes a esca­la; ren­di­mien­tos decre­cien­tes del capi­tal y del tra­ba­jo; tec­no­lo­gía con­ce­bi­da como ges­tión, orga­ni­za­ción y sofis­ti­ca­ción de los mer­ca­dos, más segu­ri­dad jurí­di­ca y cli­ma polí­ti­co (véa­se pp. 492 – 493), más un con­cep­to de capi­tal que está “en el lim­bo”. En este mar­co, Blan­chard y Pérez Enrri dicen que el mode­lo de Solow “ha resul­ta­do ser útil y sóli­do”. Pero este mode­lo se basa ente­ra­men­te en la fun­ción de pro­duc­ción neo­clá­si­ca. ¿Alguien pue­de expli­car­me qué hay aquí de “hete­ro­do­xia”? Cons­ta­ta­mos, por otra par­te, que los “méto­dos nue­vos” siguen basán­do­se en los “méto­dos vie­jos” (la fun­ción de pro­duc­ción), mal que le pese al egre­sa­do de la uni­ver­si­dad Di Tella.

Por supues­to, la for­ma­ción de los Blan­chard, Sala i Mar­tin y Romer se refle­ja en la pro­duc­ción de los eco­no­mis­tas. Can­ti­dad de egre­sa­dos rea­li­zan sus espe­cia­li­za­cio­nes y enca­ran pro­yec­tos de inves­ti­ga­ción des­de estos fun­da­men­tos teó­ri­cos. Así, por ejem­plo muchí­si­mos estu­dios sobre cre­ci­mien­to y desa­rro­llo tra­tan de dilu­ci­dar en qué medi­da la “acu­mu­la­ción de los fac­to­res” y la “pro­duc­ti­vi­dad total de los fac­to­res” con­tri­bu­yen al cre­ci­mien­to de los paí­ses. La crí­ti­ca de Cam­brid­ge demos­tró que todo esto care­ce de sen­ti­do, pero el esta­blish­ment aca­dé­mi­co está muy intere­sa­do en man­te­ner la anti­gua crí­ti­ca de Cam­brid­ge deba­jo de la alfom­bra. Sin embar­go, la cues­tión sigue res­pi­ran­do por deba­jo de la alfom­bra; y va a esta­llar algún día, como nos lo recuer­da un artícu­lo de Avio Cohen y G. C. Har­court, publi­ca­do en el Jour­nal of Eco­no­mic Pers­pec­ti­ves, en 2003. Dada la impor­tan­cia del tema, y del Jour­nal que publi­ca este paper, resu­mo sus plan­teos más impor­tan­tes, con la espe­ran­za de que ani­me a estu­dian­tes y jóve­nes eco­no­mis­tas a inte­re­sar­se por la cuestión.

El deba­te en retrospectiva

“Wha­te­ver Hap­pe­ned to the Cam­brid­ge Capi­tal Theory Con­tro­ver­sies?” de Cohen y Har­court (Jour­nal of Eco­no­mic Pers­pec­ti­ves, 2003, vol. 17, pp. 199 – 213) comien­za recor­dan­do el famo­so pasa­je en el que Joan Robin­son, en su artícu­lo abría fue­go con­tra la fun­ción de producción:

“Al estu­dian­te de teo­ría eco­nó­mi­ca se le ense­ña a escri­bir x = f(L, K), sien­do L la can­ti­dad de tra­ba­jo, K una can­ti­dad de capi­tal y x una tasa de out­put de mer­can­cías. Se le alec­cio­na a supo­ner que todos los tra­ba­ja­do­res son igua­les y a medir L en hom­bres-hora de tra­ba­jo; se le men­cio­na la exis­ten­cia de un pro­ble­ma de núme­ros índi­ces en cuan­to a la elec­ción de una uni­dad de out­put; y lue­go se le apre­mia a pasar al pro­ble­ma siguien­te, con la espe­ran­za de que se le olvi­da­rá pre­gun­tar en qué uni­da­des se mide K. Antes de que lle­gue a pre­gun­tár­se­lo, ya será pro­fe­sor y de ese modo se va trans­mi­tien­do de gene­ra­ción en gene­ra­ción unos hábi­tos de pen­sa­mien­to poco rigurosos”.

Estas líneas fue­ron publi­ca­das en la Review of Eco­no­mic Stu­dies 1953 – 4, y des­de enton­ces la situa­ción en los cur­sos de eco­no­mía sigue más o menos igual. Hoy miles de estu­dian­tes se reci­ben sin haber­se pre­gun­ta­do jamás en qué se mide el capi­tal, ni haber refle­xio­na­do acer­ca del sig­ni­fi­ca­do que pue­da tener esta pre­gun­ta para el con­cep­to de capi­tal. Con­ti­núa per­pe­tuán­do­se así el hábi­to “poco rigu­ro­so” de pen­sa­mien­to, del que habla­ba Robin­son. Como dicen CyH, actual­men­te los neo­clá­si­cos tra­tan de disi­mu­lar aque­lla crí­ti­ca dicien­do que la polé­mi­ca fue “una tor­men­ta en un vaso de té”. Por este moti­vo, cuan­do en los ochen­ta se lan­za­ron las teo­rías de cre­ci­mien­to endó­geno y ciclo real de nego­cios, sus auto­res uti­li­za­ron las fun­cio­nes agre­ga­das de pro­duc­ción como si nun­ca hubie­ra exis­ti­do la con­tro­ver­sia. Sin embar­go, sos­tie­nen CyH, el deba­te invo­lu­cra­ba cues­tio­nes pro­fun­das, que no están resuel­tas, y por eso mis­mo “inevi­ta­ble­men­te van a hace erup­ción en una con­tro­ver­sia futu­ra”. Expli­ca­mos bre­ve­men­te el cen­tro de la vie­ja crí­ti­ca de Cambridge.

El nudo del problema

Par­ti­mos de la fun­ción de pro­duc­ción, tal como se ense­ña en cual­quier cur­so bási­co de micro, Q = f(K,L), don­de Q es pro­duc­to, K capi­tal y L trabajo.

La teo­ría dice que la tasa de retorno (la tasa de inte­rés) del capi­tal es igual a la pro­duc­ti­vi­dad mar­gi­nal físi­ca del capi­tal, y los ren­di­mien­tos de éste son decre­cien­tes. De la mis­ma mane­ra, el sala­rio es igual a la pro­duc­ti­vi­dad físi­ca del tra­ba­jo, y los ren­di­mien­tos tam­bién son decrecientes.

Por lo tan­to, a mayor can­ti­dad de capi­tal, menor pro­duc­to mar­gi­nal del capi­tal adi­cio­nal, y menor tasa de inte­rés. En con­se­cuen­cia, a medi­da que aumen­ta la acu­mu­la­ción aumen­ta la rela­ción K/​Q, y baja el nivel de con­su­mo sus­ten­ta­ble per cápi­ta. En base a lo ante­rior, enton­ces, se expli­ca la dis­tri­bu­ción del ingre­so entre tra­ba­ja­do­res y capi­tal. El pre­cio de los ser­vi­cios del capi­tal (= tasa de inte­rés) depen­de de la esca­sez del capi­tal y de su pro­duc­ti­vi­dad mar­gi­nal; el pre­cio del ser­vi­cio del tra­ba­jo (= sala­rio) depen­de de la esca­sez del tra­ba­jo y su pro­duc­ti­vi­dad mar­gi­nal. En este razo­na­mien­to siem­pre las varia­cio­nes de las can­ti­da­des del capi­tal o el tra­ba­jo gene­ran cam­bios inver­sos en los precios.

¿Cuál es el pro­ble­ma irre­so­lu­ble en todo esto? Para res­pon­der esta pre­gun­ta tene­mos que recor­dar que cuan­do se habla de pro­duc­ti­vi­dad mar­gi­nal del capi­tal siem­pre se está hablan­do de pro­duc­ti­vi­dad físi­ca. Esto es, una cier­ta can­ti­dad físi­ca de capi­tal da como resul­ta­do una cier­ta can­ti­dad físi­ca de out­put. Lo cual sig­ni­fi­ca que deben agre­gar­se bie­nes de capi­tal hete­ro­gé­neos. Por caso, hay que agre­gar a torno + b vari­llas de hie­rro + c can­ti­dad de elec­tri­ci­dad que da lugar a j can­ti­dad de out­put. Pero no hay mane­ra de sumar torno, vari­llas de hie­rro y kilo­va­tios de elec­tri­ci­dad. Por eso el úni­co recur­so es uti­li­zar los pre­cios. Sin embar­go los pre­cios del torno, de las vari­llas de hie­rro y la elec­tri­ci­dad depen­den de la tasa de inte­rés y de los sala­rios (varia­cio­nes de tasa de inte­rés y sala­rios modi­fi­can los pre­cios rela­ti­vos). Por lo tan­to, para agre­gar el capi­tal nece­si­ta­mos cono­cer la tasa de inte­rés. Con lo cual hemos lle­ga­do a un razo­na­mien­to cir­cu­lar, por­que con la fun­ción de pro­duc­ción se pro­cu­ra­ba ave­ri­guar la tasa de inte­rés, pero es nece­sa­ria la tasa de inte­rés para obte­ner la can­ti­dad de capi­tal. En tér­mi­nos del grá­fi­co de la fun­ción de pro­duc­ción, si en el eje de abs­ci­sas se colo­ca k (capi­tal por obre­ro) y el eje de las orde­na­das y (pro­duc­to por obre­ro), nece­si­ta­mos la tasa de inte­rés para saber qué can­ti­da­des de capi­tal pone­mos en el eje de abs­ci­sas. Pero la fun­ción de pro­duc­ción supues­ta­men­te nos iba a dar la tasa de interés.

El razo­na­mien­to tam­bién se pue­de hacer de la siguien­te mane­ra. Si que­re­mos saber el pre­cio de capi­tal, pode­mos par­tir de su cos­to de pro­duc­ción. Pero dado que la pro­duc­ción requie­re tiem­po, el cos­to está influen­cia­do por la tasa de inte­rés. De mane­ra que no se pue­de saber el pre­cio del capi­tal sin tener la tasa de inte­rés. Alter­na­ti­va­men­te, si se sos­tie­ne (como acos­tum­bran los neo­clá­si­cos) que el pre­cio del capi­tal es igual al valor pre­sen­te de los flu­jos de ingre­sos futu­ros, hay que cono­cer la tasa de inte­rés para cal­cu­lar el valor pre­sen­te. Todo con­du­ce a con­cluir que no hay mane­ra de medir el capi­tal en tér­mi­nos físi­cos; por lo tan­to no hay mane­ra de enten­der de cons­truir la fun­ción de pro­duc­ción, en la que se basan las teo­rías de macro­eco­no­mía y cre­ci­mien­to neoclásicas.

A par­tir de aquí, se pue­den plan­tear otros pro­ble­mas. En par­ti­cu­lar, que no exis­te, como afir­ma la eco­no­mía neo­clá­si­ca, una rela­ción monó­to­na e inver­sa entre la tasa de inte­rés y la can­ti­dad de capi­tal por tra­ba­ja­dor. Por ejem­plo, supon­ga­mos una eco­no­mía en la que exis­ten dos téc­ni­cas, α y β, sien­do β una téc­ni­ca que impli­ca una can­ti­dad más baja de capi­tal por tra­ba­ja­dor. Al tomar­se el sis­te­ma de con­jun­to, pue­de demos­trar­se que α pue­de ser más ren­ta­ble a un deter­mi­na­do tipo de bene­fi­cios; lue­go, a un bene­fi­cio más alto, la téc­ni­ca β pasa a ser más ren­ta­ble; pero a un bene­fi­cio aún más alto, α vuel­ve a ser más ren­ta­ble. Esto es, la mis­ma téc­ni­ca pue­de retor­nar, lue­go de haber­se des­car­ta­do, al modi­fi­car­se el tipo de bene­fi­cio. Lo cual con­tra­di­ce la teo­ría neo­clá­si­ca sobre que exis­te una rela­ción monó­to­na e inver­sa entre tipo de bene­fi­cio y can­ti­dad de capi­tal, y entre tipo de bene­fi­cio y pro­duc­to neto por trabajador.

Una eco­no­mía sin tiempo

Como recuer­dan CyH, los auto­res de Cam­brid­ge tam­bién cri­ti­ca­ron la fal­ta de dimen­sión his­tó­ri­ca de la eco­no­mía neo­clá­si­ca. En pala­bras de Joan Robin­son, la real fuen­te de pro­ble­mas es la con­fu­sión de los neo­clá­si­cos entre la com­pa­ra­ción de posi­cio­nes de equi­li­brio y el pro­ce­so real de acu­mu­la­ción. Por este moti­vo Robin­son plan­teó en la agen­da de inves­ti­ga­cio­nes y deba­tes lo que hoy se lla­man equi­li­brios depen­dien­tes del sen­de­ro. Esto es, el mis­mo pro­ce­so del movi­mien­to tie­ne un efec­to en el des­tino del movi­mien­to, de mane­ra que no exis­te una posi­ción de equi­li­brio de lar­go pla­zo que exis­ta inde­pen­dien­te­men­te del cur­so que la eco­no­mía está lle­van­do en una fecha par­ti­cu­lar. Robin­son con­si­de­ra­ba que esta crí­ti­ca meto­do­ló­gi­ca era aún más impor­tan­te que la del retorno de las técnicas.

Agre­gue­mos en este pun­to que la eco­no­mía del equi­li­brio gene­ral (el ver­da­de­ro fun­da­men­to de la micro neo­clá­si­ca, sobre la que se ele­va todo el edi­fi­cio) de hecho tie­ne que supri­mir el tiem­po. Esto apa­re­ce explí­ci­to en el mis­mo Wal­ras, y pre­ci­sa­men­te en el momen­to en que abor­da el mer­ca­do labo­ral. Es que no hay mane­ra de deter­mi­nar el sala­rio real si no se deter­mi­nan al mis­mo tiem­po todas las demás varia­bles que per­mi­ten deter­mi­nar­lo. La razón es sim­ple. Si el sala­rio real es igual a la pro­duc­ti­vi­dad mar­gi­nal, y ésta se modi­fi­ca con el nivel de empleo, es nece­sa­rio cono­cer el nivel de empleo para deter­mi­nar el sala­rio real. Pero para cono­cer el nivel de empleo es nece­sa­rio cono­cer el nivel de pro­duc­ción; para lo cual (si ha de haber equi­li­brio) es nece­sa­rio cono­cer la deman­da; que a su vez depen­de del ingre­so; que a su vez depen­de del sala­rio real, con lo que lle­ga­mos al pun­to de par­ti­da. Razón por la cual Wal­ras eli­mi­na el tiem­po eco­nó­mi­co, y todo (nivel de empleo, nivel de gas­to que están dis­pues­tos a rea­li­zar los tra­ba­ja­do­res, nivel de pro­duc­ción que esta­ble­ce­rán los empre­sa­rios para satis­fa­cer esa deman­da, etc.) se deci­de, con el subas­ta­dor, simul­tá­nea­men­te. ¿Cómo es posi­ble enten­der el pro­ce­so de acu­mu­la­ción del capi­tal en una eco­no­mía sin tiempo?

Cues­tión de fe y de metáforas

El ata­que de Cam­brid­ge Ingla­te­rra no pudo ser res­pon­di­do por los neo­clá­si­cos. Solow sen­ci­lla­men­te eli­mi­nó el pro­ble­ma supo­nien­do una eco­no­mía que pro­du­ce un solo bien, uti­li­zan­do ese mis­mo bien. Esto es, supu­so una eco­no­mía “capi­ta­lis­ta” en la que no hay inter­cam­bios. En defen­sa de este pro­ce­di­mien­to expli­có que “si dios hubie­ra que­ri­do que hubie­ra más de dos fac­to­res de pro­duc­ción, nos hubie­ra hecho más fácil dibu­jar dia­gra­mas en tres dimen­sio­nes” (cita­do por CyH). Alter­na­ti­va­men­te, Solow, y otros, tam­bién deci­die­ron recu­rrir a las metá­fo­ras: el capi­tal es masi­lla, mecano, gela­ti­na o cual­quier otro mate­rial que pudie­ra mol­dear­se a volun­tad, y fue­ra homo­gé­neo. Una mane­ra de resol­ver la agre­ga­ción… eli­mi­nan­do la agre­ga­ción. Samuel­son por su par­te inten­tó elu­dir los pro­ble­mas inven­tan­do una eco­no­mía en la cual la com­po­si­ción del capi­tal (esto es, la rela­ción entre el tra­ba­jo y los medios de pro­duc­ción) fue­ra la mis­ma en todas las ramas. Una eco­no­mía que no existe.

Impo­ten­te para res­pon­der, siguen CyH, hacia fines de la déca­da de 1970 la eco­no­mía neo­clá­si­ca se refu­gió en los mode­los de equi­li­brio gene­ral, sin que la fun­ción de pro­duc­ción, o la fun­ción neo­clá­si­ca de deman­da de capi­tal obtu­vie­ra por eso res­pal­do alguno. Para los auto­res de Cam­brid­ge Ingla­te­rra, el pro­ble­ma de fon­do resi­día en la inca­pa­ci­dad de los neo­clá­si­cos de expli­car el exce­den­te (su ori­gen y natu­ra­le­za); su fal­ta de con­cep­to de qué es capi­tal; y tam­bién el aban­dono de la pers­pec­ti­va de los clá­si­cos, para quie­nes el pro­ble­ma eco­nó­mi­co fun­da­men­tal no pasa­ba por la asig­na­ción ópti­ma de recur­sos esca­sos entre fines alter­na­ti­vos (como sos­tie­nen los neo­clá­si­cos), sino por el pro­ce­so cir­cu­lar (o en espi­ral) de la acu­mu­la­ción de capi­tal, a tra­vés de la rein­ver­sión del exce­den­te. Más en gene­ral, en el enfo­que neo­clá­si­co el cen­tro de la esce­na lo ocu­pan los indi­vi­duos que opti­mi­zan entre el con­su­mo pre­sen­te y futu­ro (y el aho­rro va siem­pre a la inver­sión). En el enfo­que hete­ro­do­xo, la his­to­ria pasa por las deci­sio­nes de las empre­sas de qué hacer con el exce­den­te. La teo­ría neo­clá­si­ca tie­ne por cen­tro al “agen­te” (áto­mo ais­la­do); en Ricar­do o Marx, el cen­tro son las cla­ses socia­les. En Marx, en par­ti­cu­lar, el com­por­ta­mien­to y la racio­na­li­dad del “agen­te” están deter­mi­na­das (o con­di­cio­na­das) por las rela­cio­nes socia­les en las que está inmerso.

Una reso­lu­ción ambigua

A pesar de las difi­cul­ta­des para res­pon­der a los crí­ti­cos, CyH mues­tran que los neo­clá­si­cos se man­tu­vie­ron en sus posi­cio­nes. El mode­lo “a lo Solow”, de una sola mer­can­cía, per­ma­ne­ció intac­to y se cons­ti­tu­yó en la base para los estu­dios empí­ri­cos. Los datos que obte­nían Solow y otros auto­res neo­clá­si­cos de sus tra­ba­jos empí­ri­cos siem­pre podían ser con­si­de­ra­dos como gene­ra­dos por el mode­lo sim­ple sub­ya­cen­te, en diver­sas apro­xi­ma­cio­nes. Los mode­los teó­ri­cos enton­ces pro­veían las intui­cio­nes y la base para el tra­ba­jo empí­ri­co, y en ese sen­ti­do segui­rían sien­do heu­rís­ti­ca­men­te impor­tan­tes (Nota: en una pró­xi­ma nota tra­ta­re­mos por qué algu­nos resul­ta­dos empí­ri­cos, como los cálcu­los sobre la pro­duc­ti­vi­dad total de los fac­to­res pare­cen enca­jar en lo que dice la teo­ría neo­clá­si­ca sobre la fun­ción de pro­duc­ción). En cuan­to a los auto­res de Cam­brid­ge Ingla­te­rra, no desa­rro­lla­ron, según CyH, un con­jun­to de herra­mien­tas teó­ri­cas alter­na­ti­vas para supe­rar las limi­ta­cio­nes del equi­li­brio neo­clá­si­co. Como ade­lan­ta­mos al comien­zo, en la actua­li­dad la fun­ción de pro­duc­ción neo­clá­si­ca se uti­li­za pro­fu­sa­men­te en los mode­los endó­ge­nos, que jun­to al de Solow, cons­ti­tu­yen el sus­ten­to de los cur­sos de “Cre­ci­mien­to”.

El tema sigue latente

Correc­ta­men­te CyH sos­tie­nen que las con­tro­ver­sias de Cam­brid­ge no fue­ron una tor­men­ta en un vaso de agua. La teo­ría del capi­tal no pue­de con­si­de­rar­se una sec­ción sepa­ra­da de la teo­ría eco­nó­mi­ca. El deba­te sobre el capi­tal invo­lu­cra­ba cues­tio­nes cla­ves, tales como la natu­ra­le­za y jus­ti­fi­ca­ción de la ganan­cia del capi­tal, los enfo­ques sobre la acu­mu­la­ción, las limi­ta­cio­nes del aná­li­sis del equi­li­brio gene­ral. Todas estas cues­tio­nes no se han res­pon­di­do, sim­ple­men­te se ente­rra­ron (y muchos auto­res de Cam­brid­ge murie­ron, entre tan­to). Pero, con­clu­yen CyH, cuan­do los eco­no­mis­tas deci­dan vol­ver ahon­dar, vol­ve­rán a ser revisadas.

Per­so­nal­men­te, no ten­go espe­ran­zas en que los eco­no­mis­tas de la corrien­te prin­ci­pal se deci­dan a “vol­ver a ahon­dar” estas cues­tio­nes. No quie­ren hacer­lo por­que no saben cómo defen­der lo que dicen, y por­que hay mucho en jue­go: no solo pres­ti­gio y posi­cio­nes aca­dé­mi­cas, sino tam­bién, y más impor­tan­te, una gigan­tes­ca cons­truc­ción ideo­ló­gi­ca des­ti­na­da a ocul­tar la natu­ra­le­za y el ori­gen del exce­den­te del que se apro­pia la cla­se domi­nan­te. Pero el tema, estoy segu­ro, inte­re­sa­rá a la gen­te con ansias de avan­zar en el cono­ci­mien­to; a aque­llos que se rigen por sus jui­cios, y no por pre­jui­cios aca­dé­mi­ca­men­te establecidos.

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