Invi­ta­ción- Sil­vio Rodriguez

Creo que la Revo­lu­ción Cuba­na dig­ni­fi­có a nues­tro país y a los cuba­nos. Y que el Gobierno Revo­lu­cio­na­rio ha sido el mejor gobierno de nues­tra Historia.

Sí: antes de la Revo­lu­ción La Haba­na esta­ba mucho más pin­ta­da, los baches eran raros y uno cami­na­ba calles y calles de tien­das lle­nas e ilu­mi­na­das. Pero, ¿quié­nes com­pra­ban en aque­llas tien­das? ¿Quié­nes podían cami­nar con ver­da­de­ra liber­tad por aque­llas calles? Por supues­to, los que «tenían con qué» en sus bol­si­llos. Los demás, a ver vidrie­ras y a soñar, como mi madre, como nues­tra fami­lia, como la mayo­ría de las fami­lias cuba­nas. Por aque­llas ave­ni­das fabu­lo­sas sólo se pasea­ban los “ciu­da­da­nos res­pe­ta­bles”, bien con­si­de­ra­dos en pri­mer lugar por su aspec­to. Los hara­pien­tos, los men­di­gos, casi todos negros, tenían que hacer rodeos, por­que cuan­do un poli­cía los veía en algu­na calle “decen­te”, a palos los saca­ban de allí.

Esto lo vi con mis pro­pios ojos de niño de 7 u 8 años y lo estu­ve vien­do has­ta que cum­plí 12, cuan­do triun­fó la Revolución.

En la esqui­na de mi casa había dos bares, en uno de ellos, a veces, en vez de cenar, nos tomá­ba­mos un bati­do. En varias oca­sio­nes pasa­ron mari­nes, cayén­do­se de borra­chos, bus­can­do pros­ti­tu­tas y metién­do­se con las muje­res del barrio. A un joven vecino nues­tro, que salió a defen­der a su her­ma­na, lo tira­ron al sue­lo, y cuan­do lle­gó la poli­cía ¿con quién creen que car­ga­ron? ¿Con los abu­sa­do­res? Pues no. A pata­das por los fon­di­llos se lle­va­ron a aquel joven uni­ver­si­ta­rio que, lógi­ca­men­te, des­pués se des­ta­ca­ba en las tán­ga­nas estudiantiles.

Ahí están las fotos de un mari­ne mean­do, sen­ta­do en la cabe­za de la esta­tua de Mar­tí, en el Par­que Cen­tral de nues­tra Capital.

Eso era Cuba, antes del 59. Al menos así eran las calles de la Cen­troha­ba­na que yo viví a dia­rio, las del barrio de San Leo­pol­do, colin­dan­te con Dra­go­nes y Cayo Hue­so. Aho­ra están des­trui­das, me des­ga­rra pasar por allí por­que es como ver las rui­nas de mi pro­pia infan­cia. Lo can­to en “Tro­va­dor anti­guo”. ¿Cómo pudi­mos lle­gar a seme­jan­te dete­rio­ro? Por muchas razo­nes. Mucha cul­pa nues­tra por no haber vis­to los árbo­les, embe­le­sa­dos con el bos­que, pero cul­pa tam­bién de los que quie­ren que regre­sen los mari­nes a vejar la cabe­za de Martí.

Estoy de acuer­do en rever­tir los erro­res, en des­te­rrar el auto­ri­ta­ris­mo y en cons­truir una demo­cra­cia socia­lis­ta sóli­da, efi­cien­te, con un fun­cio­na­mien­to siem­pre per­fec­ti­ble, que se garan­ti­ce a sí mis­ma. Me nie­go a renun­ciar a los dere­chos fun­da­men­ta­les que la Revo­lu­ción con­quis­tó para el pue­blo. Antes que nada, dig­ni­dad y sobe­ra­nía, y asi­mis­mo salud, edu­ca­ción, cul­tu­ra y una vejez hono­ra­ble para todos. Qui­sie­ra no tener que ente­rar­me de lo que pasa en mi país por la pren­sa de afue­ra, cuyos enfo­ques apor­tan no poca con­fu­sión. Qui­sie­ra que mejo­ra­ran muchas cosas que he dicho y otras que no.

Pero, por enci­ma de todo, no quie­ro que regre­se aque­lla igno­mi­nia, aque­lla mise­ria, aque­lla fal­se­dad de par­ti­dos polí­ti­cos que cuan­do toma­ban el poder le entre­ga­ban el país al mejor pos­tor. Todo aque­llo suce­día al tibio ampa­ro de la Decla­ra­ción de los Dere­chos Huma­nos y de la Cons­ti­tu­ción de 1940. La expe­rien­cia pre-revo­lu­cio­na­ria cuba­na y la de muchos otros paí­ses demues­tra lo que impor­tan los dere­chos huma­nos en las demo­cra­cias representativas.

Muchos de los que hoy ata­can la Revo­lu­ción, fue­ron edu­ca­dos por ella. Pro­fe­sio­na­les emi­gra­dos, que com­pa­ran for­za­da­men­te las con­di­cio­nes idea­les de “la cul­ta Euro­pa”, con la hos­ti­ga­da Cuba. Otros, más vie­jos, qui­zá algú­na vez lle­ga­ron a «ser algo» gra­cias a la Revo­lu­ción y hoy se pavo­nean como ideó­lo­gos pro capi­ta­lis­tas, estu­dio­sos de Leyes e His­to­ria, dis­fra­za­dos de humil­des obre­ros. Per­so­nal­men­te, no sopor­to a los «cam­bia­ca­sa­cas» fer­vo­ro­sos; esos arre­pen­ti­dos, con sus cur­si­tos de mar­xis­mo y todo, que eran más papis­tas que el Papa y aho­ra son su pro­pio rever­so. No les deseo mal, a nadie se lo deseo, pero tan­ta incon­sis­ten­cia me revuelve.

La Revo­lu­ción, como Pro­me­teo (le debo una can­ción con ese nom­bre), ilu­mi­nó a los olvi­da­dos. Por­que en vez de decir­le al pue­blo: cree, le dijo: lee. Por eso, como al héroe mito­ló­gi­co, quie­ren hacer­le pagar su osa­día, atán­do­la a una remo­ta cum­bre don­de un bui­tre (o un águi­la impe­rial) le devo­re eter­na­men­te las entra­ñas. Yo no nie­go los erro­res y los volun­ta­ris­mos, pero no sé olvi­dar la voca­ción de pue­blo de la Revo­lu­ción, fren­te a agre­sio­nes que han usa­do todas las armas para herir y matar, así como los más pode­ro­sos y sofis­ti­ca­dos medios de difu­sión (y dis­tor­sión) de ideas.

Jamás he dicho que el blo­queo tie­ne toda la cul­pa de nues­tras des­gra­cias. Pero la exis­ten­cia del blo­queo no nos ha dado nun­ca la opor­tu­ni­dad de medir­nos a noso­tros mismos.

A mí me gus­ta­ría morir con las res­pon­sa­bi­li­da­des de nues­tras des­di­chas bien claritas.

Por eso invi­to a todos los que aman a Cuba y desean la dig­ni­dad de los cuba­nos, a gri­tar con­mi­go aho­ra, maña­na, en todas par­tes: ¡Aba­jo el bloqueo!

Fuen­te: http://​segun​da​ci​ta​.blogs​pot​.com/​2​0​1​0​/​0​9​/​i​n​v​i​t​a​c​i​o​n​.​h​tml

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