No está en los genes

En esta pri­me­ra apro­xi­ma­ción al aná­li­sis de la rela­ción entre cien­cia y polí­ti­ca, la ins­pi­ra­ción ha pro­ve­ni­do, en bue­na medi­da, de las apor­ta­cio­nes de cien­tí­fi­cos dia­léc­ti­cos y mar­xis­tas, que plas­ma­ron sus ideas a lo lar­go de las últi­mas déca­das del siglo XX en dis­tin­tas publi­ca­cio­nes y, espe­cial­men­te, en la obra No está en los genes. Racis­mo, gené­ti­ca e ideo­lo­gía. Sin olvi­dar, por supues­to, a los clá­si­cos –y moder­nos- teó­ri­cos del marxismo.

El com­pro­mi­so de con­se­guir y con­quis­tar una socie­dad socia­lis­ta más jus­ta impli­ca tra­ba­jar en muchos fren­tes de acción. Y actuar en cada uno de ellos lle­va implí­ci­to el desa­rro­llo, teó­ri­co y prác­ti­co, de crí­ti­cas a la socie­dad capi­ta­lis­ta actual y plan­tear alter­na­ti­vas a sus defi­cien­cias y con­tra­dic­cio­nes. Qué duda cabe que uno de los fren­tes fun­da­men­ta­les es el de la ideo­lo­gía, el de las ideas que pre­do­mi­nan en una socie­dad par­ti­cu­lar y en un momen­to deter­mi­na­do. Como decían Marx y Engels, «[…] la cla­se que cons­ti­tu­ye la fuer­za mate­rial domi­nan­te en la socie­dad es, al mis­mo tiem­po, su fuer­za inte­lec­tual domi­nan­te. La cla­se que tie­ne los medios de pro­duc­ción mate­rial a su dis­po­si­ción tie­ne al mis­mo tiem­po el con­trol de los medios de pro­duc­ción men­tal,[…]» (1, p. 27). Y esa pro­duc­ción men­tal o inte­lec­tual que abar­ca las dis­tin­tas áreas del cono­ci­mien­to cien­tí­fi­co es un aspec­to esen­cial de dicha ideo­lo­gía, no siem­pre sufi­cien­te­men­te reconocida.

Un sig­ni­fi­ca­do habi­tual que se le sue­le dar al tér­mino de «cien­cia» es el de un con­jun­to de hechos, leyes, teo­rías y rela­cio­nes obje­ti­vas de los fenó­me­nos del mun­do que las ins­ti­tu­cio­nes socia­les de la cien­cia esta­ble­cen como ver­da­de­ros. Sin embar­go, como nos seña­lan Lewon­tin, Rose y Kamin (2), una cosa es lo que dichas ins­ti­tu­cio­nes, uti­li­zan­do los méto­dos cien­tí­fi­cos, dicen sobre el mun­do de los fenó­me­nos, y otra cosa es el mun­do real de los fenó­me­nos en sí mis­mos. Pues no debe­mos olvi­dar que dichas ins­ti­tu­cio­nes socia­les a veces no han dicho cosas cier­tas sobre el mun­do (sin con­tar los casos evi­den­tes de frau­des- véa­se nota 1) y no otor­gar a la cien­cia, como ins­ti­tu­ción, una auto­ri­dad que en otra épo­ca corres­pon­dió a la Igle­sia. «Cuan­do la “cien­cia” habla –o, más bien, cuan­do sus por­ta­vo­ces (y gene­ral­men­te son hom­bres) hablan en nom­bre de la cien­cia- no se admi­te répli­ca. La «cien­cia» es el legi­ti­ma­dor últi­mo de la ideo­lo­gía bur­gue­sa» (2, p. 51).

Ade­más, se deben resal­tar dos aspec­tos nece­sa­rios para des­cri­bir y expli­car los acon­te­ci­mien­tos y pro­ce­sos que tie­nen lugar en el mun­do que nos rodea. Uno tie­ne que ver con la lógi­ca inter­na de dicho acon­te­ci­mien­to, es decir, refe­ri­do a su exac­ti­tud o vera­ci­dad a tra­vés de las secuen­cias clá­si­cas del méto­do cien­tí­fi­co de con­je­tu­ras y refu­ta­cio­nes ‑den­tro del ite­ra­ti­vo pro­ce­so de la deduc­ción e inducción‑, de teo­rías y demos­tra­cio­nes. Así, en el lla­ma­do ciclo del méto­do cien­tí­fi­co éste «comien­za» en un pro­ce­so deduc­ti­vo, de con­je­tu­ras, y en el plan­tea­mien­to de una hipó­te­sis expli­ca­ti­va, más o menos teó­ri­ca u ope­ra­ti­va, y «ter­mi­na» en su acep­ta­ción o recha­zo tras un pro­ce­so de inducción.

El otro aspec­to, de tan­ta impor­tan­cia como el ante­rior, es con­si­de­rar el entorno social en que la cien­cia está inser­ta. «La intui­ción sobre las teo­rías del desa­rro­llo cien­tí­fi­co esbo­za­da por Marx y Engels en el siglo XIX, desa­rro­lla­da por una gene­ra­ción de eru­di­tos mar­xis­tas en los años 30 (del siglo XX) y aho­ra refle­ja­da, refrac­ta­da y pla­gia­da por mul­ti­tud de soció­lo­gos, es que el desa­rro­llo cien­tí­fi­co no acae­ce en el vacío» (2, p. 53). El «tipo» de cien­cia que se hace, esto es, los tipos de pre­gun­tas –hipó­te­sis- que intere­san for­mu­lar y las expli­ca­cio­nes más acep­ta­das ‑finan­cia­das, publi­ca­das y difun­di­das- por las ins­ti­tu­cio­nes socia­les de la cien­cia, están con­di­cio­na­das por el momen­to his­tó­ri­co que vive esa socie­dad en par­ti­cu­lar y por los intere­ses de su cla­se dominante.

El pro­ble­ma está en que, en muchas oca­sio­nes, la cien­cia, y sus cien­tí­fi­cos e ins­ti­tu­cio­nes que la res­pal­dan, solo reco­no­cen el aspec­to de la lógi­ca inter­na en la adqui­si­ción del cono­ci­mien­to y la tra­tan como si ésta fun­cio­na­ra autó­no­ma­men­te. Inclu­so en la ver­sión de Kuhn con sus sacu­di­das por perio­dos de cien­cia «revo­lu­cio­na­ria» y sus cam­bios de «para­dig­mas», se plan­tea una cien­cia que da sal­tos en el vacío con inde­pen­den­cia de su mar­co social e his­tó­ri­co. Aun­que esta no es la úni­ca crí­ti­ca que habría que hacer­le a los cam­bios para­dig­má­ti­cos de Kuhn, aho­ra nos intere­sa des­ta­car la casi total des­preo­cu­pa­ción del con­tex­to socio­his­tó­ri­co y pro­duc­ti­vo en que se des­en­vuel­ven sus perio­dos de cien­cia (6, 7). La reali­dad es que creer que hacer cien­cia es solo con­si­de­rar el aspec­to de la lógi­ca inter­na del pro­ce­so de adqui­si­ción del cono­ci­mien­to es como creer, en pala­bras de Lewon­tin, Rose y Kamin, que «[…] los cien­tí­fi­cos fue­ran orde­na­do­res pro­gra­ma­bles que ni hacen el amor, ni comen, ni defe­can, ni tie­nen enemi­gos ni expre­san opi­nio­nes polí­ti­cas[…]» (2, p. 53).

Ambos aspec­tos son, por tan­to, inse­pa­ra­bles y gene­ran una ten­sión que cons­ti­tu­ye la diná­mi­ca esen­cial de una cien­cia cuyos tests fun­da­men­ta­les son siem­pre dobles: el de la ver­dad o exac­ti­tud y el de su fun­ción social. Pero la recien­te his­to­ria cien­tí­fi­ca nos ha dado mues­tras de inves­ti­ga­cio­nes y teo­rías que no apro­ba­rían ambos exá­me­nes como ha ocu­rri­do con algu­nas teo­rías reduc­cio­nis­tas, espe­cial­men­te con el deter­mi­nis­mo bio­ló­gi­co (3, p. 8, véa­se nota 2).

La cien­cia natu­ral reduc­cio­nis­ta al ser­vi­cio de la burguesía

Para enten­der el «éxi­to» del reduc­cio­nis­mo en las cien­cias natu­ra­les, en gene­ral, y en la bio­lo­gía en par­ti­cu­lar, sería impor­tan­te par­tir de una con­tra­dic­ción que se ha gene­ra­do en el desa­rro­llo de la socie­dad bur­gue­sa. Esta con­tra­dic­ción se pre­sen­ta entre una ideo­lo­gía que pro­cla­ma­ba «liber­tad, igual­dad y fra­ter­ni­dad» y una estruc­tu­ra social basa­da en cla­ses socia­les enfren­ta­das e irre­con­ci­lia­bles don­de una mino­ría domi­na y explo­ta a una amplia mayo­ría de la pobla­ción, gene­ran­do impo­ten­cia y des­igual­dad. Para inten­tar resol­ver esta con­tra­dic­ción un medio del que se vale la bur­gue­sía, y que se ha expan­di­do enor­me­men­te a lo lar­go del siglo XX, es la difu­sión de una cien­cia natu­ral reduc­cio­nis­ta, que desa­rro­lla mode­los sim­ples sobre las cau­sas bio­ló­gi­cas (del orga­nis­mo vivo) y socia­les (de las socie­da­des huma­nas) y expli­ca­cio­nes igual­men­te sim­ples y, muchas veces erró­neas. Lewon­tin, Rose y Kamin, expli­can de for­ma muy escla­re­ce­do­ra en qué con­sis­ten estas ten­den­cias que impreg­nan nues­tras cien­cias y muchas de sus inexac­ti­tu­des. Pero, sobre todo, des­en­mas­ca­ran una cien­cia fal­sa que sir­ve para man­te­ner el sta­tu quo que gene­ra des­igual­dad e injus­ti­cia (2).

Un caso espe­cial de reduc­cio­nis­mo es el deter­mi­nis­mo bio­ló­gi­co que plan­tea que todo com­por­ta­mien­to humano está regi­do por una cade­na de deter­mi­nan­tes que van del gen al indi­vi­duo y, de éste a la suma de los com­por­ta­mien­tos de todos los indi­vi­duos o socie­dad huma­na. Las cau­sas de los fenó­me­nos socia­les se hallan pues en la bio­lo­gía de los acto­res indi­vi­dua­les. De esta for­ma, se inten­ta expli­car las pro­pie­da­des de con­jun­tos com­ple­jos ‑caso de las molé­cu­las o las socie­da­des, por ejem­plo- en tér­mi­nos de las uni­da­des de que están com­pues­tas. Afir­man­do que las uni­da­des y sus pro­pie­da­des exis­ten antes que el con­jun­to y hay una cade­na de cau­sa­li­dad que va de las par­tes al todo (9). Un cla­ro expo­nen­te de esta visión reduc­cio­nis­ta apli­ca­da a la bio­lo­gía es J. Monod (10), que lle­ga­ba a afir­mar que hay una exac­ta equi­va­len­cia lógi­ca entre la fami­lia y las célu­las. Este efec­to está total­men­te escri­to en la estruc­tu­ra de la pro­teí­na, que a su vez está escri­to en el ADN. Monod jun­to a otros expo­nen­tes de esta corrien­te, como E. O. Wil­son (el «padre» de la socio­bio­lo­gía) o R. Daw­kins, recu­rren al dog­ma de la bio­lo­gía mole­cu­lar y afir­man que el gen es onto­ló­gi­ca­men­te ante­rior al indi­vi­duo, y el indi­vi­duo a la socie­dad (11, 12).

La ideo­lo­gía gene­ral del deter­mi­nis­mo bio­ló­gi­co con­si­de­ra que los fenó­me­nos socia­les son con­se­cuen­cia direc­ta del com­por­ta­mien­to de los indi­vi­duos y dichos com­por­ta­mien­tos de unas carac­te­rís­ti­cas físi­cas inmu­ta­bles de nues­tra bio­lo­gía huma­na. De esta for­ma, la estruc­tu­ra de nues­tra socie­dad, con sus des­igual­da­des de cla­se, géne­ro o raza, son la expre­sión de nues­tros genes inna­tos. Argu­men­ta­do que las dife­ren­cias de méri­to y capa­ci­dad de las per­so­nas están deter­mi­na­das por la heren­cia equi­pa­ran­do lo «inna­to» con lo «inmu­ta­ble» y con lo «natu­ral», cuan­do pre­ci­sa­men­te la his­to­ria de la espe­cie huma­na nos mues­tra con­ti­nua­men­te el desa­rro­llo de los logros socia­les en la natu­ra­le­za demos­trán­do­se que lo «natu­ral» no quie­re decir «inmu­ta­ble» (2, 9, 13). Pero esta ideo­lo­gía que equi­pa­ra lo inna­to con lo natu­ral e inmu­ta­ble, lo que pre­ten­de ver­da­de­ra­men­te es con­ven­cer­nos de la impo­si­bi­li­dad de cam­biar de for­ma sig­ni­fi­ca­ti­va nues­tra estruc­tu­ra social cla­sis­ta como no sea median­te algu­na fan­ta­sio­sa inter­ven­ción de inge­nie­ría gené­ti­ca a gran esca­la. Luche­mos lo que luche­mos, haga­mos las revo­lu­cio­nes que haga­mos, todo será en vano, pues siem­pre habrá dife­ren­cias natu­ra­les entre indi­vi­duos y entre los gru­pos, bio­ló­gi­ca­men­te deter­mi­na­dos por los genes, que frus­tra­rán en cual­quier caso nues­tros inge­nuos esfuer­zos por cam­biar esta socie­dad injus­ta y des­igual. A con­ti­nua­ción, esta ideo­lo­gía reduc­cio­nis­ta nos dirá: «no seáis ton­tos, qui­zá no viva­mos en el mejor de los mun­dos pen­sa­bles o desea­bles pero sí vivi­mos en el mejor de los mun­dos posi­bles» (2, 7, 9, 13).

Otra for­ma de reduc­cio­nis­mo es el deter­mi­nis­mo cul­tu­ral que, en el polo opues­to del deter­mi­nis­mo bio­ló­gi­co, con­ce­de pri­ma­cía onto­ló­gi­ca a lo social sobre lo indi­vi­dual. Este otro tipo de visión en las cien­cias ha sido aban­de­ra­do por bue­na par­te de la izquier­da de los paí­ses occi­den­ta­les y por el mar­xis­mo «vul­gar» des­de fina­les de los años 60 del siglo XX (14, 15). Den­tro de esta corrien­te des­ta­ca el reduc­cio­nis­mo eco­nó­mi­co que pos­tu­la que todas las for­mas de cono­ci­mien­to y expre­sión de lo humano están deter­mi­na­das por el modo de pro­duc­ción eco­nó­mi­ca y sus rela­cio­nes socia­les. Las cau­sas de los pro­ble­mas de las per­so­nas indi­vi­dua­les, como la enfer­me­dad, el sufri­mien­to o la depre­sión, se encuen­tran de for­ma inva­ria­ble e inevi­ta­ble en nues­tra socie­dad capi­ta­lis­ta, patriar­cal y opre­so­ra de los pue­blos (16, 17). En este sen­ti­do, los deter­mi­nis­tas cul­tu­ra­les tien­den a con­si­de­rar la natu­ra­le­za huma­na como casi infi­ni­ta­men­te plás­ti­ca, a negar la bio­lo­gía y a reco­no­cer úni­ca­men­te la cons­truc­ción social. Fren­te a este tipo de reduc­cio­nis­mo exis­tie­ron filó­so­fos mar­xis­tas que ana­li­za­ron el poder de la con­cien­cia huma­na para inter­pre­tar y cam­biar el mun­do que reque­ría la com­pren­sión de la uni­dad dia­léc­ti­ca esen­cial de lo bio­ló­gi­co y lo social, no como aspec­tos dife­ren­tes sino como onto­ló­gi­ca­men­te coexis­ten­tes (9, 18 – 20).

Un segun­do tipo de reduc­cio­nis­mo cul­tu­ral es el que bus­ca las expli­ca­cio­nes del com­por­ta­mien­to humano toda­vía a nivel indi­vi­dual, pero en un indi­vi­duo con­si­de­ra­do bio­ló­gi­ca­men­te vacío, una espe­cie de tabu­la rasa cul­tu­ral en la que la expe­rien­cia tem­pra­na pue­de impri­mir lo que desee y sobre la que la bio­lo­gía no tie­ne nin­gu­na influen­cia. Otra debi­li­dad, que tie­ne que ver con la acción polí­ti­ca, del reduc­cio­nis­mo cul­tu­ral indi­vi­dual es que solo exi­ge que cam­bie­mos al indi­vi­duo median­te dife­ren­tes inter­ven­cio­nes. Y, así, en vez de cam­biar la estruc­tu­ra socio­eco­nó­mi­ca y polí­ti­ca, ponen toda su fe, por ejem­plo, en la edu­ca­ción gene­ral y uni­for­me. Inde­pen­dien­te­men­te de que la edu­ca­ción com­pen­sa­do­ra haya podi­do ser con­tras­ta­da con más o menos éxi­to, no sería difí­cil pen­sar que aun­que todas las per­so­nas en el mun­do occi­den­tal hablen varios idio­mas y lean de for­ma com­pren­si­va a Albert Eins­tein, segui­rían exis­tien­do altas tasas de des­em­pleo, empleos basu­ra, sala­rios mileu­ris­tas, opre­sión nacio­nal y de géne­ro, etcé­te­ra, pero, eso sí, con una pobla­ción mucho más cul­ta. En defi­ni­ti­va, este reduc­cio­nis­mo cul­tu­ral com­par­te con el bio­ló­gi­co la creen­cia de que la posi­ción y el esta­tus social están deter­mi­na­dos por la capa­ci­dad y el talen­to de las per­so­nas o su dis­po­ni­bi­li­dad –ade­cua­da pro­por­ción de dichos talen­tos y habi­li­da­des- en una pobla­ción dada (2).

Esta reduc­ción, en este caso de las cau­sas socia­les, ha pro­vo­ca­do una inca­pa­ci­dad para con­si­de­rar y com­pren­der las cau­sas físi­co-quí­mi­cas y bio­ló­gi­cas que tam­bién for­man par­te del ori­gen de los pro­ble­mas, como los de la salud de los indi­vi­duos. Ade­más, la ten­den­cia a igno­rar lo bio­ló­gi­co ha pro­vo­ca­do, en no pocas oca­sio­nes, que estas corrien­tes se hayan des­li­za­do hacia plan­tea­mien­tos mís­ti­cos e idea­lis­tas en el aná­li­sis y expli­ca­ción de los fenó­me­nos de la natu­ra­le­za (21, 22).

El mate­ria­lis­mo dia­léc­ti­co como alter­na­ti­va al reduc­cio­nis­mo en el aná­li­sis de la ciencia

Hoy más que nun­ca se hace nece­sa­rio y se requie­re del mate­ria­lis­mo dia­léc­ti­co para com­pren­der y ana­li­zar el mun­do en las dife­ren­tes face­tas del cono­ci­mien­to cien­tí­fi­co, des­de las cien­cias socia­les has­ta las cien­cias natu­ra­les. Si nos cen­tra­mos en las cien­cias de la vida, don­de se inclu­ye la cien­cia de la salud huma­na, encon­tra­mos una pre­pon­de­ran­cia del deter­mi­nis­mo bio­ló­gi­co que amor­da­za y sim­pli­fi­ca la com­pren­sión y expli­ca­ción de estas cien­cias. Sir­va como ejem­plo el esca­so avan­ce en el cono­ci­mien­to de las ver­da­de­ras cau­sas de la actual situa­ción de pér­di­da de salud que sufri­mos, y no solo en los paí­ses empo­bre­ci­dos azo­ta­dos por la des­nu­tri­ción y las enfer­me­da­des infec­cio­sas sino tam­bién en los paí­ses occi­den­ta­les (mal lla­ma­dos desa­rro­lla­dos) don­de, jun­to al enve­je­ci­mien­to de la pobla­ción, pade­cen ver­da­de­ras epi­de­mias (véa­se nota 3) de enfer­me­da­des neu­ro­de­ge­ne­ra­ti­vas, tumo­res malig­nos y enfer­me­da­des car­dio­vas­cu­la­res, por seña­lar solo las más impor­tan­tes. Pero el aná­li­sis de lo que está ocu­rrien­do en la cien­cia de la salud huma­na se tra­ta­rá en otra oca­sión, aho­ra se inten­ta­rá expli­car cómo la filo­so­fía dia­léc­ti­ca sigue tenien­do fuer­te vigen­cia y uti­li­dad en estas ramas de la cien­cia de la vida para evi­tar los ses­gos y sim­pli­fi­ca­cio­nes que sufren por el reduc­cio­nis­mo domi­nan­te que, como se aca­ba de comen­tar, tie­ne como pro­ta­go­nis­ta prin­ci­pal –aun­que no el úni­co- al deter­mi­nis­mo bio­ló­gi­co. Ade­más, por extra­ño que le pue­da pare­cer a algu­nos, pues­to que habla­mos de cien­cia, se debe resal­tar la nece­si­dad de basar­se con fir­me­za en el mate­ria­lis­mo por­que, como ya ocu­rrie­ra en el siglo XIX, muchas veces las crí­ti­cas al mate­ria­lis­mo meca­ni­cis­ta repo­san sobre plan­tea­mien­tos holís­ti­cos y con­tex­tua­les que se des­li­zan con no poca fre­cuen­cia por terre­nos mís­ti­cos e idealistas.

Pero ¿quién mejor que Engels para expli­car la impor­tan­cia de la dia­léc­ti­ca? «La inves­ti­ga­ción empí­ri­ca de la natu­ra­le­za ha acu­mu­la­do una masa tan gigan­tes­ca de cono­ci­mien­tos de orden posi­ti­vo, que la nece­si­dad de orde­nar­los sis­te­má­ti­ca­men­te y ate­nién­do­se a sus nexos inter­nos, den­tro de cada cam­po de inves­ti­ga­ción, cons­ti­tu­ye una exi­gen­cia sen­ci­lla­men­te impe­ra­ti­va e irre­fu­ta­ble. Y no menos la nece­si­dad de esta­ble­cer la debi­da cone­xión entre los diver­sos cam­pos de cono­ci­mien­to. Pero, al tra­tar de hacer esto, las cien­cias natu­ra­les se des­pla­zan al cam­po teó­ri­co, don­de fra­ca­san los méto­dos empí­ri­cos […]»(13, p. 23), y a con­ti­nua­ción Engels nos advier­te que el «cam­po teó­ri­co» exi­ge de un don y una capa­ci­dad que debe ser cul­ti­va­da y desa­rro­lla­da a tra­vés de la his­to­ria de la filo­so­fía, que el pen­sa­mien­to teó­ri­co de cada épo­ca es un pro­duc­to his­tó­ri­co con for­mas y con­te­ni­dos dis­tin­tos según las dife­ren­tes épo­cas. «La cien­cia del pen­sa­mien­to, es por con­si­guien­te, como todas las cien­cias, una cien­cia his­tó­ri­ca, la cien­cia del desa­rro­llo his­tó­ri­co del pen­sa­mien­to humano […] Y la dia­léc­ti­ca es, pre­ci­sa­men­te, la for­ma más cum­pli­da y cabal de pen­sa­mien­to para las moder­nas cien­cias natu­ra­les, ya que es la úni­ca que nos brin­da la ana­lo­gía y, por tan­to, el méto­do para expli­car los pro­ce­sos de desa­rro­llo de la natu­ra­le­za, para com­pren­der, en sus ras­gos gene­ra­les, sus nexos y el trán­si­to de uno a otro cam­po de inves­ti­ga­ción» (13, pp. 23 y 24). En otro pasa­je Engels ana­li­za­ba las con­tra­dic­cio­nes de los mate­má­ti­cos de su épo­ca, y de quí­mi­cos y médi­cos, que imbui­dos de su meta­fí­si­ca no eran capa­ces de enten­der el pro­ce­so orgá­ni­co de desa­rro­llo del indi­vi­duo y de las espe­cies y de la iden­ti­dad de las fuer­zas natu­ra­les y su mutua trans­for­ma­ción que «tira­ba por la bor­da» las cate­go­rías fijas (cau­sa-efec­to, iden­ti­dad-diver­si­dad, apa­rien­cia-esen­cia), hacién­do­las insos­te­ni­bles para la cien­cia, en con­tra­po­si­ción a la dia­léc­ti­ca con sus cate­go­rías flui­das en la que «el aná­li­sis reve­la ya un polo como con­te­ni­do [en ger­men] en el otro, de que, al lle­gar a cier­to pun­to, un polo se con­vier­te en el otro y de que toda la lógi­ca se desa­rro­lla siem­pre a base de esas con­tra­dic­cio­nes pro­gre­si­vas […]» (13, p. 171). Para a con­ti­nua­ción ter­mi­nar dicien­do «La dia­léc­ti­ca des­po­ja­da de todo mis­ti­cis­mo se con­vier­te en una nece­si­dad abso­lu­ta para las cien­cias natu­ra­les» (13, p. 172).

Dar pre­pon­de­ran­cia a lo bio­ló­gi­co (en el caso del deter­mi­nis­mo bio­ló­gi­co) o dár­se­la a lo social (en el del deter­mi­nis­mo cul­tu­ral), es no enten­der la nece­sa­ria inter­re­la­ción dia­léc­ti­ca entre lo bio­ló­gi­co y lo social que se code­ter­mi­nan mutua­men­te en el deve­nir de la vida. En el pri­mer caso se con­si­de­ra que las par­tes (por ejem­plo, los genes) exis­ten de for­ma inde­pen­dien­te y con ante­rio­ri­dad a su inte­gra­ción en estruc­tu­ras com­ple­jas (por ejem­plo, los orga­nis­mos), y que son las pro­pie­da­des intrín­se­cas de las par­tes las que pro­du­cen y expli­can las pro­pie­da­des del con­jun­to. Sin embar­go, la dia­léc­ti­ca no sepa­ra las pro­pie­da­des de las par­tes ais­la­das de las que adquie­ren cuan­do for­man con­jun­tos, por­que ambas se influ­yen mutua­men­te. Ade­más, las pro­pie­da­des de cada con­jun­to mayor no solo vie­nen dadas por las uni­da­des de las que está com­pues­ta, sino tam­bién por las rela­cio­nes orga­ni­za­ti­vas entre dichas uni­da­des. Así, para poder expli­car el fun­cio­na­mien­to de una célu­la, el aná­li­sis se debe basar en su com­po­si­ción mole­cu­lar y en las rela­cio­nes tem­po­ro-espa­cia­les entre dichas molé­cu­las y las fuer­zas intra­mo­le­cu­la­res que se gene­ran en ellas. Igual­men­te, las carac­te­rís­ti­cas de los seres huma­nos indi­vi­dua­les no se pro­du­cen ais­la­da­men­te sino que sur­gen en, y como con­se­cuen­cia de, su vida social. Y, a su vez, esa vida social es pro­duc­to de nues­tra natu­ra­le­za huma­na que es capaz de cam­biar­la y trans­for­mar­la. Son esas rela­cio­nes orga­ni­za­ti­vas entre las par­tes de un todo lo que hace que las pro­pie­da­des de un nivel no sean apli­ca­bles, ni expli­ca­bles, a otro nivel. «Los genes no pue­den ser egoís­tas, estar enfa­da­dos, mos­trar ren­cor o ser homo­se­xua­les, ya que estos son atri­bu­tos de cuer­pos mucho más com­ple­jos que los genes: orga­nis­mos huma­nos […]» (2, p. 384).

De la mis­ma for­ma, solo a tra­vés de la dia­léc­ti­ca se con­si­gue inte­grar los anta­go­nis­mos o antí­te­sis entre las cau­sas y los efec­tos, entre la bio­lo­gía huma­na y la edu­ca­ción o entre la heren­cia gené­ti­ca y el medio ambien­te en una visión en la que ambos polos no están ais­la­dos uno del otro ni están deter­mi­na­dos en una sola direc­ción, sino que man­tie­nen una cons­tan­te y acti­va com­pe­ne­tra­ción. En el últi­mo caso, los orga­nis­mos no sólo reci­ben sim­ple­men­te un medio ambien­te dado, sino que bus­can acti­va­men­te alter­na­ti­vas o modi­fi­can las con­di­cio­nes que encuen­tran. El pro­pio «medio ambien­te» es modi­fi­ca­do cons­tan­te­men­te por la acti­vi­dad de todos los orga­nis­mos que lo inte­gran, ya que para cual­quie­ra de ellos, todos los demás for­man par­te de su pro­pio «medio ambien­te». Ade­más, la natu­ra­le­za de un orga­nis­mo no depen­de úni­ca­men­te de su com­po­si­ción en cada momen­to, sino tam­bién de un pasa­do que impo­ne con­tin­gen­cias a la inter­ac­ción pre­sen­te y futu­ra de sus com­po­nen­tes; esto es, con­si­de­ran­do su evo­lu­ción onto­gé­ni­ca y filo­ge­né­ti­ca (23). Faus­tino Cor­dón con­si­de­ra­ba que para expli­car la natu­ra­le­za ínti­ma de los indi­vi­duos había que inves­ti­gar lo que tales uni­da­des son por su ori­gen (ances­tral, evo­lu­ti­vo), con­tra­po­nien­do toda uni­dad (molé­cu­las, célu­las, ani­ma­les) al con­jun­to en evo­lu­ción, afir­man­do que «[…] cada uni­dad de un nivel sur­ge sobre la evo­lu­ción con­jun­ta del nivel inme­dia­to ante­rior; y, en defi­ni­ti­va, hay que domi­nar el pro­ce­so evo­lu­ti­vo del nivel inme­dia­to infe­rior […] para estar en con­di­cio­nes de enten­der el sur­gi­mien­to y el man­te­ni­mien­to ins­tan­te a ins­tan­te de cada uno de los indi­vi­duos del nivel inme­dia­to supe­rior […]» (24). A par­tir del cono­ci­mien­to pro­fun­do que Cor­dón tenía de la bio­lo­gía de su tiem­po, com­pren­dió la impor­tan­cia del mate­ria­lis­mo dia­léc­ti­co, rei­vin­di­cán­do­lo para el estu­dio uni­ta­rio de las cien­cias de la natu­ra­le­za (o expe­ri­men­ta­les, como las lla­ma­ba) con­clu­yen­do que era el «[…] úni­co modo de abor­dar el estu­dio del dina­mis­mo, con­cre­to y dis­tin­to en cada caso, del cam­bio de can­ti­dad en cali­dad más esen­cial de la natu­ra­le­za: el sur­gi­mien­to de los indi­vi­duos de un nivel sobre la evo­lu­ción con­jun­ta de indi­vi­duos del nivel inme­dia­to infe­rior» (24).

Para ana­li­zar las cau­sas de las dife­ren­tes fun­cio­nes de los orga­nis­mos vivos resul­ta inapro­pia­do sepa­rar­las en un tipo de cau­sas que tie­ne que ver con las dife­ren­tes accio­nes fisio­ló­gi­cas que ocu­rren en su inte­rior, o bio­ló­gi­cas, y en otro tipo de cau­sas que com­pren­de el con­tex­to y las carac­te­rís­ti­cas del medio externo, o socia­les. Si nos dete­ne­mos, a un nivel fisio­ló­gi­co, en las cau­sas que pro­vo­can el ini­cio de una carre­ra, el pro­ce­so comien­za con un esti­mu­lo sen­so­rial, segui­do de una «orden» neu­ro­nal que acti­va las fibras mus­cu­la­res (com­pues­tas de las pro­teí­nas acti­na y mio­si­na del múscu­lo) que en su fric­ción acor­tan y alar­gan las mio­fi­bri­llas pro­vo­can­do así las con­trac­cio­nes mus­cu­la­res y, por tan­to, el movi­mien­to. Pero las cau­sas exter­nas que han pro­du­ci­do el estí­mu­lo sen­so­rial y nues­tra orden neu­ro­nal pue­den ser, por ejem­plo, que nos per­si­ga la poli­cía en una mani­fes­ta­ción con­tra la cri­sis capi­ta­lis­ta, o por el con­tra­rio que ini­cia­mos una com­pe­ti­ción de atle­tis­mo. Com­pren­der de for­ma glo­bal nues­tra carre­ra inclu­ye, ade­más, com­pren­der nues­tra moti­va­ción para correr más o menos (que en los ejem­plos pro­pues­tos podrían ser bas­tan­tes altas) y con­si­de­rar el deve­nir de esas fibras mus­cu­la­res, su gra­do de pre­pa­ra­ción a lo lar­go de la vida y otra serie de fac­to­res a dife­ren­tes nive­les de inte­gra­ción. El mun­do mate­rial posee una natu­ra­le­za onto­ló­gi­ca­men­te uni­ta­ria don­de es impo­si­ble divi­dir las «cau­sas» en un por­cen­ta­je social (holís­ti­co) y en otro por­cen­ta­je bio­ló­gi­co (reduc­cio­nis­ta). Des­de una visión dia­léc­ti­ca, lo bio­ló­gi­co y lo social, lo interno y lo externo, no son ni sepa­ra­bles, ni alter­na­ti­vos, ni com­ple­men­ta­rios. «Todas las cau­sas del com­por­ta­mien­to de los orga­nis­mos son, simul­tá­nea­men­te socia­les y bio­ló­gi­cas, y todas ellas pue­den ser ana­li­za­das a muchos nive­les. Todos los fenó­me­nos huma­nos son simul­tá­nea­men­te bio­ló­gi­cos y socia­les, del mis­mo modo que son simul­tá­nea­men­te quí­mi­cos y físi­cos. Las des­crip­cio­nes holís­ti­cas y reduc­cio­nis­tas de los fenó­me­nos no son «cau­sas» de estos fenó­me­nos, sino sim­ples “des­crip­cio­nes” de los mis­mos a nive­les espe­cí­fi­cos, en len­gua­jes cien­tí­fi­cos (jer­gas) tam­bién espe­cí­fi­cos» (2, p. 389).

Refle­xión final

En nues­tra socie­dad actual, y des­de que la bur­gue­sía alcan­za­ra el poder tras un pro­ce­so de trans­for­ma­cio­nes polí­ti­cas y socia­les –indus­trial, tec­no­ló­gi­ca y científica‑, asis­ti­mos al pre­do­mi­nio de una for­ma de pen­sa­mien­to en la que se da prio­ri­dad al indi­vi­duo, y sus dere­chos, sobre la colec­ti­vi­dad y a un con­cep­to de colec­ti­vi­dad que se con­ci­be como una mera suma de los indi­vi­duos que la com­po­nen. La corrien­te domi­nan­te en la cien­cia de la natu­ra­le­za huma­na des­can­sa en este indi­vi­dua­lis­mo metodológico.

En reali­dad este indi­vi­dua­lis­mo se remon­ta al siglo XVII con la visión de Hob­bes, que con­si­de­ra­ba a las rela­cio­nes huma­nas basa­das en la com­pe­ti­ti­vi­dad, des­con­fian­za mutua y deseo de glo­ria, en una espe­cie de gue­rra de todos con­tra todos. Bajo esta pre­mi­sa la orga­ni­za­ción social ser­vi­ría para regu­lar estas carac­te­rís­ti­cas inevi­ta­bles de la con­di­ción huma­na. La idea de la natu­ra­le­za huma­na indi­vi­dua­lis­ta se refuer­za pos­te­rior­men­te a tra­vés del deter­mi­nis­mo bio­ló­gi­co, que se expan­de y se ensal­za en las cien­cias a lo lar­go de la segun­da mitad del siglo XX, alcan­zan­do su máxi­ma expre­sión con la apa­ri­ción y difu­sión mediá­ti­ca de la reac­cio­na­ria y racis­ta socio­bio­lo­gía. Uno de sus pos­tu­la­dos es que nues­tra bio­lo­gía es pro­duc­to de su «heren­cia gené­ti­ca» y, por tan­to, es inevi­ta­ble. Por­que lo que es bio­ló­gi­co lo es por natu­ra­le­za y, ade­más, pue­de ser «demos­tra­do» por la cien­cia. Estas supues­tas dife­ren­cias inna­tas pri­me­ro en los órga­nos y des­pués en los genes entre las cla­ses socia­les, el géne­ro o la raza son las que pro­vo­can las «natu­ra­les» des­igual­da­des socia­les, de géne­ro y de raza. Luchar o ir con­tra ellas es ir «con­tra la natu­ra­le­za». De esta for­ma, el deter­mi­nis­mo bio­ló­gi­co con­si­de­rán­do­se cien­cia y natu­ral, se pro­cla­ma neu­tral y obje­ti­va y, por tan­to, «por enci­ma» de la polí­ti­ca. Pero estas ase­ve­ra­cio­nes no pasa­ron, ni pasan, el doble test de la cien­cia, el de la exac­ti­tud, dan­do mues­tra de un cúmu­lo de inexac­ti­tu­des y resul­ta­dos fal­sos y el del con­tex­to social por su cla­ro inte­rés ideo­ló­gi­co espe­cial­men­te en las socie­da­des más reac­cio­na­rias, racis­tas y sexis­tas del mun­do (enca­be­za­das por los Esta­dos Uni­dos y Gran Bre­ta­ña) (3, 5, 8).

Marx y Engels ya ante­po­nían este indi­vi­dua­lis­mo abso­lu­to y uni­la­te­ral de la bur­gue­sía que nie­ga el mar­co social e his­tó­ri­co y enfren­ta al indi­vi­duo de for­ma abs­trac­ta y atem­po­ral, a una noción esen­cial­men­te libe­ra­do­ra que sur­ge de la con­fron­ta­ción entre una mayo­ría explo­ta­da y domi­na­da y una mino­ría explo­ta­do­ra y pro­pie­ta­ria de los medios de pro­duc­ción. Marx a tra­vés de una de sus máxi­mas favo­ri­tas, «nada de lo humano me es ajeno» (Teren­cio), sabía que las poten­cia­li­da­des crea­ti­vas de nues­tra espe­cie esta­ban inva­li­da­das por las con­tra­dic­cio­nes de cla­se, y abo­ga­ba en una pri­me­ra eta­pa his­tó­ri­ca por un dere­cho que no reco­no­cie­ra dis­tin­ción de cla­se, pero sí las des­igua­les apti­tu­des de los indi­vi­duos y su des­igual ren­di­mien­to (acla­ran­do que los indi­vi­duos son des­igua­les por­que de lo con­tra­rio no serían indi­vi­duos dis­tin­tos) (7). Engels, por su par­te, fren­te a los pos­tu­la­dos de la «lucha de todos con­tra todos» de su épo­ca defen­día el ins­tin­to social como uno de los ele­men­tos esen­cia­les de la evo­lu­ción del nues­tra espe­cie a par­tir del mono (13). En defi­ni­ti­va, ambos resal­ta­ron la impor­tan­cia del aspec­to social de lo humano para el avan­ce de la pro­pia huma­ni­dad y que ha ido para­le­lo al desa­rro­llo del tra­ba­jo y del cono­ci­mien­to científico.

Hoy más que nun­ca debe­mos rei­vin­di­car el papel fun­da­men­tal que jue­ga la ayu­da mutua, el apo­yo soli­da­rio y la amis­tad colec­ti­va, y la impor­tan­cia de estos valo­res mora­les en la cons­truc­ción de un cono­ci­mien­to para el pue­blo, de su avan­ce para el bene­fi­cio de todos. Un cono­ci­mien­to que inte­gre la teo­ría con la prác­ti­ca, y que evi­te la frag­men­ta­ción y el reduc­cio­nis­mo de toda índo­le tan per­ju­di­cial para la auten­ti­ca com­pren­sión de nues­tra natu­ra­le­za. Hace ya déca­das que el genial Faus­tino Cor­dón nos seña­la­ba la impor­tan­cia de que el pen­sa­mien­to cien­tí­fi­co, «edu­ca­do» por el mate­ria­lis­mo dia­léc­ti­co clá­si­co, sal­va­ra a las cien­cias expe­ri­men­ta­les de sus «solu­cio­nes de con­ti­nui­dad» a tra­vés de la con­cep­ción diná­mi­ca, inte­gra­do­ra e his­tó­ri­ca del uni­ver­so. Y vol­vía a demos­trar su rica visión mar­xis­ta cuan­do com­pren­de que el pro­pio mate­ria­lis­mo dia­léc­ti­co está en pro­ce­so con­ti­nuo de trans­for­ma­ción, que tam­po­co es una cate­go­ría inmu­ta­ble, y que su desa­rro­llo y enri­que­ci­mien­to ven­drá dado, a su vez, por el del pen­sa­mien­to cien­tí­fi­co. «Sólo el cono­ci­mien­to cien­tí­fi­co de un nivel, enfo­ca­do, ade­más, por el mate­ria­lis­mo dia­léc­ti­co (esto es, tra­ta­do por una men­ta­li­dad esfor­za­da­men­te inte­gra­do­ra), pue­de abor­dar esta pro­ble­má­ti­ca que, lle­nan­do las solu­cio­nes de con­ti­nui­dad entre las dis­tin­tas cien­cias expe­ri­men­ta­les, de hecho trans­for­ma el mate­ria­lis­mo dia­léc­ti­co» (24).

Con­cep­ción Cruz

5 de sep­tiem­bre de 2010

Notas de la autora

Nota 1

Un caso de frau­de clá­si­co fue el pro­ta­go­ni­za­do por sir Cyril Burt, qui­zás el psi­có­lo­go más influ­yen­te del siglo XIX, deta­lla­da­men­te mos­tra­do y demos­tra­do por Stephen J. Gould (3). C. Burt, come­tió muchos frau­des, des­de inven­tar­se datos en sus estu­dios sobre geme­los uni­vi­te­li­nos, fal­sear resul­ta­dos en las corre­la­cio­nes de los Coefi­cien­tes de Inte­li­gen­cia has­ta come­ter un parri­ci­dio inte­lec­tual cuan­do, ade­más de plan­tear tesis absur­das y mani­pu­la­cio­nes varias, qui­so eri­gir­se en el «padre» de la téc­ni­ca esta­dís­ti­ca «aná­li­sis fac­to­rial» de Spear­man. Y mucho más recien­te es el caso de frau­de que se orques­tó hace un año en rela­ción con la epi­de­mia de una nue­va cepa (por­ci­na) de gri­pe A. En este caso, no solo se ocul­ta­ron los pri­me­ros casos, ni se inda­ga­ron las ver­da­de­ras cau­sas, las macro gran­jas por­ci­nas «Carroll» en Méxi­co, sino que tan­to los gobier­nos como los orga­nis­mos sani­ta­rios inter­na­cio­na­les maqui­lla­ron con­cep­tos y defi­ni­cio­nes para trans­for­mar una epi­de­mia en pan­de­mia, tras una cam­pa­ña mediá­ti­ca mani­pu­la­da por los pode­res polí­ti­cos y eco­nó­mi­cos, que revir­tió en ganan­cias millo­na­rias de la indus­tria far­ma­céu­ti­ca en pro­duc­tos anti­ví­ri­cos y vacu­nas (4, 5).

Nota 2

En su obra, La fal­sa medi­da del hom­bre, Stephen J. Gould mues­tra la fal­se­dad cien­tí­fi­ca de los inten­tos rea­li­za­dos para medir la inte­li­gen­cia del hom­bre, pri­me­ro a tra­vés de las medi­cio­nes de los cere­bros, lue­go a tra­vés de los test de inte­li­gen­cia y, por últi­mo, median­te aná­li­sis socio­ló­gi­cos como la «cur­va de Bell», en todos los casos para afir­mar la natu­ra­le­za here­di­ta­ria de la capa­ci­dad inte­lec­tual y que con­du­cían a jus­ti­fi­car la matan­za de millo­nes de seres huma­nos en el siglo XX y que en la actua­li­dad pre­ten­den per­pe­tuar la pobre­za y la injus­ti­cia social expli­cán­do­las como una con­se­cuen­cia de la infe­rio­ri­dad inna­ta de deter­mi­na­dos seres y gru­pos humanos.

Nota 3

El con­cep­to de epi­de­mia ha evo­lu­cio­na­do a lo lar­go del tiem­po, pasan­do de con­si­de­rar­se la apa­ri­ción –gene­ral­men­te brus­ca– de un alto núme­ro de enfer­me­da­des infec­cio­sas en un momen­to y lugar deter­mi­na­do, de tal for­ma que el núme­ro de casos es mayor que el espe­ra­do en dicho momen­to y lugar, a incluir a las enfer­me­da­des no infec­cio­sas y cró­ni­cas (con un lar­go perio­do de laten­cia y clí­ni­co) en don­de el con­cep­to de epi­de­mia es tam­bién refe­ri­do al alto núme­ro de enfer­mos de apa­ri­ción no tan brus­ca, y en don­de la ele­va­ción de casos es mayor del espe­ra­do para ese lugar y perio­do de tiem­po con­si­de­ra­do (en com­pa­ra­ción con otras épo­cas anteriores).

Biblio­gra­fía

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Fuen­te: Cien­cia popular

[Los núme­ros entre parén­te­sis que se encuen­tran a lo lar­go del tex­to remi­ten a la biblio­gra­fía. Nota de la corrección.]

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