De cómo doña Bar­ci­na armó la tre­mo­li­na – Jesús Valencia

La arre­me­ti­da muni­ci­pal con­tra las peñas de Iru­ñea era pre­vi­si­ble. Doña Yolan­da tie­ne a bien aplas­tar ‑como el caba­llo de Ati­la- cual­quier bro­te de crea­ti­vi­dad ciu­da­da­na que des­pun­te a su alre­de­dor. Tan des­pó­ti­ca seño­ra ha inten­ta­do aguar las fies­tas de casi todos los barrios; con­ver­tir en pára­mos poli­cia­les lo que eran espa­cios de jol­go­rio y espar­ci­mien­to. Cada sols­ti­cio de invierno per­si­gue al bona­chón Olen­tze­ro como si lle­va­se en su cos­tal galli­nas recién roba­das. Los jóve­nes que se las pro­me­tían feli­ces en el Jai Alai hubie­ron de hacer fren­te al 7º de Caba­lle­ría (en ese caso meca­ni­za­da). Las legio­nes upe­neas demo­lie­ron aquel espa­cio fes­ti­vo como antes lo hicie­ran con las barra­cas popu­la­res; antro don­de se refu­gia­ban, según la remil­ga­da alcal­de­sa, todas las fan­dan­go­nas y per­du­la­rios de la ciu­dad. Sor­tzen ha sido des­te­rra­da a los extra­mu­ros urba­nos y la úni­ca txoz­na tole­ra­da, la de Nafa­rroa Oinez, sigue rele­ga­da tras el pri­vi­le­gia­do elen­co de Casas Regio­na­les. Gora Iru­ñea, espi­ni­ta cla­va­da en el tra­se­ro de la corre­gi­do­ra, es aco­sa­da por los pre­to­res de la mis­ma con obse­si­va into­le­ran­cia. Sería inter­mi­na­ble enu­me­rar todas las ini­cia­ti­vas popu­la­res que han sido per­se­gui­das por la arro­gan­cia barcinesca.

Si tan­tos orga­nis­mos popu­la­res han sufri­do la furia de la fachen­da pam­plo­ne­sa, había que supo­ner que las peñas no serían una excep­ción. Car­gan a sus espal­das muchos y gra­ves deli­tos. Agru­pan a miles de per­so­nas que se reúnen y divier­ten sin some­ter­se al omni­pre­sen­te con­trol muni­ci­pal. Con­ser­van la reite­ra­da manía de afear el pro­ce­der de auto­ri­da­des y jeri­fal­tes: des­de el año 1920 tie­nen la mal­di­ta cos­tum­bre de exhi­bir unos pin­ga­jos irres­pe­tuo­sos con las gen­tes de bien; en oca­sio­nes, ofen­si­vos con Su Majes­tad; en otras, irre­ve­ren­tes con Su San­ti­dad; hace cua­tro años, al Arzo­bis­po Sebas­tián ‑acom­pa­ña­do por los Pro­pa­gan­dis­tas Cató­li­cos- hubo de cami­nar des­cal­zo para des­agra­viar las blas­fe­mias de seme­jan­tes ener­gú­me­nos. Dos peñas denun­cia­ron la dis­per­sión de los pre­sos. Y todas, al uní­sono, recla­man unos san­fer­mi­nes par­ti­ci­pa­ti­vos: «su carác­ter espon­tá­neo, crí­ti­co, fes­ti­vo, eus­kal­dun y crea­ti­vo que siem­pre ha tras­mi­ti­do el pue­blo de Pam­plo­na». ¡Mal­di­tos cre­ti­nos! La dama de hie­rro local, can­ce­ló sub­ven­cio­nes, ape­ló a la Audien­cia Nacio­nal y recla­mó escar­mien­to. De una vez por todas, había que meter en cin­tu­ra a esta chus­ma de gen­tes des­len­gua­das y montaraces.

Las vigo­ro­sas peñas no se han arru­ga­do. Ade­más de ganar el plei­to judi­cial, han des­cu­bier­to ante el mun­do, con sus pan­car­tas en negro, las ver­güen­zas de una alcal­de­sa auto­ri­ta­ria. Fie­les a su esti­lo demo­crá­ti­co, deba­tie­ron y con­sen­sua­ron una res­pues­ta con­jun­ta; con su actua­ción, han hecho gala de una soli­da­ri­dad poco común y de una cohe­ren­cia ejem­plar. A modo de plan­te, se ausen­ta­ron el día 11 de la pla­za de toros; saca­ron el jol­go­rio del coso y lo tras­la­da­ron a la calle. Pare­ce ser que las peñas dis­fru­ta­ron y los vian­dan­tes, tam­bién. Oja­lá que esta nove­do­sa medi­da sien­te pre­ce­den­te y se amplíe en edi­cio­nes pos­te­rio­res. No ter­mino de ver a las peñas colo­rean­do los cla­sis­tas y odio­sos tor­men­tos taurinos.

Fuen­te: Gara

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