Machis­mo y Revo­lu­ción- Lui­sa­na Gómez Rosado

Una revo­lu­ción no se decre­ta, se hace. Las revo­lu­cio­nes no son las luchas, ni los con­flic­tos de los pue­blos, de los gru­pos socia­les vul­ne­ra­dos, ni de los movi­mien­tos socia­les. Las trans­for­ma­cio­nes pro­fun­das que sur­gen de los con­flic­tos y dan cuen­ta de los cam­bios para­dig­má­ti­cos que hacen posi­bles nue­vas rela­cio­nes socia­les, mues­tran revo­lu­cio­nes en mar­cha. Las revo­lu­cio­nes apun­tan a trans­for­mar las estruc­tu­ras socia­les. Si no, es un cam­bio social, pero no una revolución.

Tam­bién es cier­to, que una revo­lu­ción no se expli­ca a tra­vés de eru­di­tas lec­cio­nes de his­to­ria, ni de aná­li­sis de inte­lec­tua­les, o de políticos/​as de ofi­cio pre­ten­dien­do dar todas las res­pues­tas a los pro­ce­sos de cam­bio. Algu­nos y algu­nas revolucionarios/​as de ayer, hace rato olvi­da­ron sus pro­pias luchas, hoy tira­pie­dras a los pro­ce­sos y con­flic­tos trans­for­ma­do­res, a la nue­va ins­ti­tu­cio­na­li­dad emer­gen­te y las nue­vos movi­mien­tos, voces de una his­to­ria de la que for­ma­ron par­te y que hoy des­co­no­cen. No son ellos/​as los auto­res /​as de este pro­ce­so iné­di­to, y por ello, no están dis­pues­tos a reco­no­cer las nue­vas vic­to­rias. Al igual que algu­nos de los revo­lu­cio­na­rios y las revo­lu­cio­na­rias de hoy, pade­cen de gino­pia, una preo­cu­pan­te inca­pa­ci­dad para mirar las des­igual­da­des, las dis­cri­mi­na­cio­nes y opre­sio­nes que sufren las muje­res y sexo-géne­ro­di­ver­so­s/as por razo­nes de géne­ro. Los opositores/​as de ofi­cio apro­ve­chan cual­quier even­to para des­co­llar caús­ti­cas y des­afor­tu­na­das opi­nio­nes sexis­tas, machis­tas y misó­gi­nas con­tra un pro­ce­so, que adver­san y por ello des­co­no­cen. Otros en su defen­sa, recu­rren a la mis­ma lógi­ca misó­gi­na, machis­ta, gino­pe y homó­fo­ba con argu­men­tos dig­nos de repre­sen­tan­tes una con­ser­va­do­ra ultra­de­re­cha. Es el dere­cho a la liber­tad de expre­sión. El machis­mo está equi­ta­ti­va­men­te dis­tri­bui­do. La lógi­ca sexis­ta galo­pa la pola­ri­za­ción polí­ti­ca. Espan­ta que qui­zás sea el úni­co tema en que exis­ta un con­sen­so en ambos bandos.

Toda revo­lu­ción impli­ca cri­sis, movi­mien­to, trans­for­ma­cio­nes. Alte­ra­cio­nes y rup­tu­ras de órde­nes, rela­cio­nes, estruc­tu­ras, para­dig­mas. Nada que­da inal­te­ra­do. El con­jun­to social se trans­for­ma y sur­gen nue­vas orga­ni­za­cio­nes, pro­ce­sos, rela­cio­nes, pode­res nue­vos en con­flic­to con los vie­jos, en fran­ca deca­den­cia El orden patriar­cal con­ti­nua intac­to pese las nue­vas reali­da­des, Nue­vos acto­res, nue­vas actri­ces nue­vas ideas, nue­vos esce­na­rios, nue­vas rela­cio­nes, pero las rela­cio­nes de géne­ro han cam­bia­do para no cam­biar. Nue­vas for­mas de sexis­mo bené­vo­lo emer­gen cen­tra­das en la glo­ri­fi­ca­ción de la mujer-madre y la per­mi­si­vi­dad cie­ga ante la vio­len­cia machis­ta. La ley no ha entra­do por casa.

Una gene­ra­ción que­dó atrás, otra que emer­ge. La revo­lu­ción es pro­ce­so vivo, flu­jos de poder, tran­si­cio­nes, avan­ces y retro­ce­sos. Nue­vas pers­pec­ti­vas, dis­cur­sos, plu­ra­li­dad, movi­mien­to social, siem­pre acom­pa­ña­dos de con­flic­tos y con­tra­dic­cio­nes. Las con­tra­dic­cio­nes en las rela­cio­nes de poder entre hom­bres y muje­res pla­gan todos los ámbi­tos y sec­to­res. La lucha de cla­ses está atra­ve­sa­da por con­flic­tos de géne­ro. Ídem la revo­lu­ción pendiente.

Una revo­lu­ción no es el mero des­en­la­ce de un pro­ce­so de luchas, tam­po­co un cam­bio de poder. Siem­pre apun­ta a una espi­ral infi­ni­ta de tran­si­cio­nes. Lo que ayer era impen­sa­ble, hoy es coti­diano, es allí, en el cam­bio y sus con­flic­tos don­de resi­de la esen­cia de lo que lla­man revo­lu­ción. De la dia­léc­ti­ca de las con­tra­dic­cio­nes pue­den sur­gir nue­vas prác­ti­cas, nue­vos dis­cur­sos, nue­vas accio­nes. Una revo­lu­ción que no cam­bie la vida coti­dia­na no es tal. La vida pri­va­da debe ser el espe­jo de la vida públi­ca, y no el muro que ocul­ta las mise­rias huma­nas. La acti­tud revo­lu­cio­na­ria debe ser un esti­lo de vida cohe­ren­te en todos los espa­cios y rela­cio­nes sociales

Un revo­lu­cio­na­rio una revo­lu­cio­na­ria ‑o alguien que pre­ten­da ser­lo- debe expre­sar un pro­fun­do com­pro­mi­so con su vida como prác­ti­ca coti­dia­na de las nue­vas rela­cio­nes en la socie­dad que se pre­ten­de cons­truir. El reto es trans­for­mar­se a si mismo/​a. El pro­yec­to eman­ci­pa­dor se ini­cia cada maña­na, en la casa, des­de los even­tos más sen­ci­llos de la vida y las rela­cio­nes más cer­ca­nas, la fami­lia. Si la revo­lu­ción no es vida coti­dia­na es un decre­to, o un deside­rá­tum, pero no una pre­fi­gu­ra­ción de una nue­va socie­dad. Si la revo­lu­ción no derri­ba orden patriar­cal, que­da­rá en un con­jun­to de cam­bios socia­les. Nun­ca alcan­za­rá la meta del socialismo.

La pre­va­len­cia de la vio­len­cia con­tra las muje­res, su coti­dia­ni­dad, su exten­sión, la gra­ve­dad de su pre­sen­cia infec­to-con­ta­gio­sa en la fami­lia vene­zo­la­na es un mal endé­mi­co que a diez años de la Revo­lu­ción Boli­va­ria­na, lla­ma a una pro­fun­da refle­xión. En este aspec­to, la revo­lu­ción aún no ha impreg­na­do la vida dia­ria de la gen­te, tam­po­co de los y las revolucionarios/​as. Se tra­ta de que com­pren­der aun­que se han rea­li­za­do enor­mes trans­for­ma­cio­nes socio-eco­nó­mi­cas, res­ta una deu­da tre­men­da pendiente:con la vio­len­cia de géne­ro que infec­ta amplios sec­to­res de la socie­dad. La vio­len­cia que está matan­do, lesio­nan­do, vul­ne­ran­do a miles de muje­res atra­pa­das en el ciclo de la vio­len­cia sexis­ta., y en menor pro­por­ción, a algu­nos hom­bres. La vio­len­cia machis­ta que deja en la orfan­dad o el aban­dono tan­tos niñas y niños, con trau­mas de por vida. Muchas muje­res sobre­vi­ven, pero ten­drán que aten­der sus pro­fun­das cica­tri­ces cor­po­ra­les, psi­co­ló­gi­cas y mora­les. Con­vi­vir con una his­to­ria de vio­len­cia la hace un mal social cró­ni­co. Y no hay una vacu­na ins­tan­tá­nea para esto. La per­sis­ten­cia de la vio­len­cia de géne­ro es incom­pa­ti­ble con una revo­lu­ción en mar­cha. Por­que la cau­sa de la vio­len­cia con­tra las muje­res es la ausen­cia de igual­dad ante la vida que posi­bi­li­ta la vio­la­ción sis­te­má­ti­ca de los dere­chos huma­nos de las muje­res. El machis­mo cam­pan­te que encuen­tra en la com­pli­ci­dad una nue­va for­ma de clien­te­lis­mo sexis­ta. Se apo­yan entre cama­ra­das, aún cuan­do mal­tra­tan, gol­pean o ase­si­nan a las muje­res. La tole­ran­cia machis­ta cons­pi­ra con­tra la espe­ran­za socia­lis­ta y revolucionaria.

Ser un revo­lu­cio­na­rio impli­ca asu­mir una nue­va mas­cu­li­ni­dad, apar­ta­da de las prue­bas machis­tas del patriar­ca­do. Com­par­tir y res­pe­tar las luchas eman­ci­pa­do­ras de las muje­res en todos los espa­cios socia­les y sobre todo en el hogar, lugar de opre­sión y esce­na­rio de múl­ti­ples vio­len­cias. Impli­ca derro­tar la vio­len­cia asu­mien­do el con­trol de las emo­cio­nes, pro­fun­di­zan­do la con­cien­cia de géne­ro, y cons­truir nue­vas rela­cio­nes con las muje­res de su entorno. Saber bus­car ayu­da cuan­do ésta irrum­pe. Com­par­tir los roles domés­ti­cos para cons­truir una equi­ta­ti­va divi­sión de la tra­ba­jo repro­duc­ti­vo. Pre­ten­der ser revo­lu­cio­na­rio y no com­pren­der las luchas de las muje­res por sus dere­chos es una con­tra­dic­ción insal­va­ble. Uno que alar­dee de ser­lo y a la vez es vio­len­to es un bochorno y una ver­güen­za colec­ti­va, pero no un revo­lu­cio­na­rio. Una ver­da­de­ra acti­tud revo­lu­cio­na­ria no pue­de ser cóm­pli­ce de la vio­len­cia machis­ta, tam­po­co homó­fo­ba, menos misógina.

Esto se apli­ca tam­bién al reco­no­ci­mien­to como héroes. Es un héroe el que ha alcan­za­do una meta excep­cio­nal con un com­por­ta­mien­to excep­cio­nal. No es posi­ble ser héroe en el ámbi­to públi­co y en el hogar ser un patán, menos aún si es un por­ta­dor de una vio­len­cia machis­ta tan letal que muta en delin­cuen­te. Nadie es per­fec­to, pero sal­tar a la fama con el femi­ci­ni­dio de la espo­sa, madre de sus hijos, el mal­tra­to físi­co a la pro­pia pro­ge­ni­to­ra y otras vio­len­cias machis­tas que no podrán reti­rar las copas, las meda­llas, ni borrar los triun­fos alcan­za­dos, pero si reti­rar el titu­lo de héroe en una revo­lu­ción socia­lis­ta. El «Inca» obtu­vo el títu­lo de cam­peón mun­dial, se lo ganó en el ring. El de héroe en una revo­lu­ción no, esto una con­tra­dic­ción insal­va­ble. La lucha por la igual­dad y equi­dad de géne­ro es inse­pa­ra­ble de todas las demás luchas eman­ci­pa­do­ras. No exis­te un socia­lis­mo posi­ble sin la eman­ci­pa­ción de las muje­res, la erra­di­ca­ción de las dis­cri­mi­na­cio­nes y opre­sio­nes de géne­ro. Los machis­tas no son revo­lu­cio­na­rios, ni son héroes los agre­so­res sexistas.

Muchos com­pa­ñe­ros y com­pa­ñe­ras, hom­bres y muje­res públicos/​as, se auto­de­no­mi­nan revolucionarios/​as, por­que son mili­tan­tes socia­lis­tas, comu­nis­tas, funcionarios/​as, acti­vis­tas de movi­mien­tos o seguidores/​as del pre­si­den­te y/​o del pro­ce­so. Com­pren­der su rol, par­ti­ci­par de los cam­bios, tomar posi­ción en estos temas sen­si­bles al géne­ro, a las muje­res, a la sexo- géne­ro­di­ver­si­dad es una dura prue­ba a su auto­ima­gen y su auto-con­cep­to. El pro­ta­go­nis­mo es otro mal, resa­bio de acti­tud egó­ti­ca patriar­cal, que empa­ña este pro­ce­so. Egos sobre­ali­men­ta­dos por el poder, mio­pes o cie­gos a las trans­for­ma­cio­nes per­so­na­les que una revo­lu­ción social impo­ne. El asun­to éti­co-moral que la com­pli­ci­dad machis­ta reve­la en ellos, y a veces o en algu­nas feme­nar­cas, com­por­ta una asig­na­tu­ra pen­dien­te. El machis­mo está des­fi­gu­ran­do a los revo­lu­cio­na­rios y colo­cán­do­los al par de sus homó­ni­mos opo­si­to­res. Sólo la fra­ne­las y las auto-deno­mi­na­cio­nes los dis­tin­guen en el tema que don­de todos están aplazados.

Las revo­lu­cio­nes no se decre­tan, se cons­tru­yen con el esfuer­zo de inte­li­gen­cias libres de pre­jui­cios sexis­tas, de para­noias y mega­lo­ma­nías egó­la­tras, sen­si­bles a los dra­mas de las huma­nas, que acep­tan el ries­go social y el con­flic­to per­so­nal de asu­mir una posi­ción, un com­pro­mi­so, sumar esfuer­zos, sumer­gir­se en el cau­dal revo­lu­cio­na­rio cons­cien­tes de su apor­te, y encon­trar la pro­pia revo­lu­ción en su vida cotidiana.

Sin el apor­te de las muje­res no hay revo­lu­cio­nes. Sin trans­for­ma­ción del orden patriar­cal tam­po­co socialismo.

Sin femi­nis­mo no hay revolución.


Feme­nar­ca deno­mi­na a las muje­res que actúan de for­ma auto­ri­ta­ria con acti­tu­des patriarcales. 

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