Fle­cos pen­dien­tes con el franquismo

La aso­cia­ción de víc­ti­mas del régi­men fran­quis­ta, Ahaz­tuak 1936 – 1977, exi­gió ayer al obis­po de Vito­ria, Miguel Asur­men­di, que tome medi­das para que des­apa­rez­ca el escu­do fran­quis­ta de la Cate­dral Nue­va de Vito­ria. Con moti­vo del 73 ani­ver­sa­rio del ase­si­na­to en Aza­ze­ta de 16 pre­sos polí­ti­cos ala­ve­ses, una vein­te­na de fami­lia­res y víc­ti­mas del fran­quis­mo rea­li­za­ron una ofren­da flo­ral en el monu­men­to situa­do en la tra­se­ra del Pala­cio de la Dipu­tación de Ála­va en memo­ria de todos los repre­sa­lia­dos por la sin­ra­zón fas­cis­ta en el terri­to­rio his­tó­ri­co. Tras el home­na­je, el por­ta­voz del colec­ti­vo, Lan­der Gar­cía, leyó un escri­to diri­gi­do al pre­la­do, que pos­te­rior­men­te se entre­gó en el Obispado. 


En la car­ta, se empla­za a Asur­men­di a que «tome las medi­das nece­sa­rias para que des­apa­rez­ca de una vez y para siem­pre ese gran escu­do fran­quis­ta de 3,20 metros con el águi­la impe­rial acom­pa­ña­da de la leyen­da Una, Gran­de y Libre» que pre­si­de el inte­rior de la Cate­dral Nue­va de la capi­tal alavesa. 
Asi­mis­mo, se denun­cia que «el man­te­ni­mien­to y expo­si­ción públi­ca del mis­mo repre­sen­ta una «cla­ra exal­ta­ción de una dic­ta­du­ra que vul­ne­ró sis­te­má­ti­ca­men­te los dere­chos huma­nos y que pro­vo­có un enor­me sufri­mien­to a nues­tro pueblo». 
El acto de ayer no se cele­bró de mane­ra gra­tui­ta. El hecho es que un 31 de mar­zo, pero de hace 73 años, tuvie­ron lugar los fusi­la­mien­tos de Aza­ze­ta. Aque­llos hechos deja­ron a la altu­ra del kiló­me­tro 16 del cita­do puer­to los cadá­ve­res de 16 pre­sos polí­ti­cos que abra­za­ban la lega­li­dad repu­bli­ca­na. Entre ellos, se encon­tra­ba Teo­do­ro Gon­zá­lez de Zára­te, el últi­mo alcal­de ele­gi­do en las urnas antes de José Ángel Cuer­da. Las cró­ni­cas dicen de él que era un hom­bre sen­ci­llo, ten­de­ro de pro­fe­sión, y res­pon­sa­ble de la pro­cla­ma­ción de la II Repú­bli­ca en la capi­tal alavesa. 
Ni siquie­ra su con­di­ción de elec­to por la ciu­da­da­nía le sal­vó de pere­cer ante los fusi­les de falan­gis­tas y reque­tés, con­mi­na­dos a eje­cu­tar a los cita­dos con noc­tur­ni­dad y sigi­lo, sin razón y sin moti­vo, por obra y gra­cia de una deci­sión de Emi­lio Mola, ges­tor del alza­mien­to nacio­nal, que pre­ten­día ame­dren­tar a la ciu­da­da­nía con actua­cio­nes ejem­pla­res que con­tu­vie­sen even­tua­les disi­den­cias en la reta­guar­dia ante el ini­cio de la ofen­si­va mili­tar que las tro­pas fas­cis­tas esta­ban a pun­to de lanzar.


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