Men­sa­je navi­de­ño, 2000- 2009. Una déca­da de retro­ce­so por Aure­lio Suarez


 

Aure­lio Suá­rez Montoya

Se cum­ple el final de la pri­me­ra déca­da del siglo XXI. Coin­ci­de con el fra­ca­so de aque­llas ini­cia­ti­vas que se ense­ña­ron como las que harían de este pla­ne­ta el mejor de los mun­dos.

En pri­mer lugar, la glo­ba­li­za­ción neo­li­be­ral, que ya había mos­tra­do en 2001 sus pri­me­ros que­bran­tos con el derrum­be finan­cie­ro de las empre­sas pun­to­com y la con­se­cuen­te rece­sión.
Que­da­ron en ban­ca­rro­ta las tesis que se esgri­mie­ron con el exclu­si­vo fin de depo­si­tar las ganan­cias mun­dia­les en las arcas de los espe­cu­la­do­res de los paí­ses más pode­ro­sos.
Así mis­mo, la gue­rra en el Medio Orien­te, mon­ta­da como “una cru­za­da de jus­ti­cia infi­ni­ta”, vol­vió a revi­vir la figu­ra del “tigre de papel” en la que se con­vier­te toda fuer­za intrusa.
Las metas pro­pues­tas para ele­var el bien­es­tar gene­ral de la huma­ni­dad no sólo no se cum­plie­ron sino que se ha retro­ce­di­do en la ruta por alcan­zar­las.
Inclu­so los obje­ti­vos de Doha, de por sí bas­tan­te pre­ca­rios para redu­cir la pobre­za mun­dial, han dado al tras­te con el anun­cio de que, por las cri­sis eco­nó­mi­cas y ali­men­ta­rias, lle­ga a mil millo­nes el núme­ro de ham­brien­tos, con lo cual cer­ca de uno de cada seis seres huma­nos está bajo esa con­di­ción, y a 50 millo­nes la cifra de nue­vos des­em­plea­dos, que supera en muchos paí­ses, inclui­do Esta­dos Uni­dos, casi todas las esti­ma­cio­nes his­tó­ri­cas de desocupación.
La recien­te Cum­bre de Copenha­gue demos­tró que falla­ron los meca­nis­mos de ins­pec­ción del cam­bio cli­má­ti­co, ocu­rri­do prin­ci­pal­men­te por el mode­lo de con­su­mo y pro­duc­ción actua­les, con­sig­na­dos en el Pro­to­co­lo de Kyo­to para miti­gar los efec­tos de la acción del hom­bre sobre el ciclo natu­ral de tem­pe­ra­tu­ras del pla­ne­ta. 
Dedi­car las tie­rras y los recur­sos pro­duc­ti­vos del tró­pi­co para pro­du­cir con prio­ri­dad agro­com­bus­ti­bles y bos­ques e incre­men­tar así la ofer­ta dis­po­ni­ble de petró­leo y com­bus­ti­bles fósi­les para el Nor­te, es una for­ma ini­cua de tras­la­dar res­pon­sa­bi­li­da­des, estan­ca­mien­to y pér­di­das a las nacio­nes más débi­les en tan­to las metró­po­lis dis­fru­tan de las ganan­cias y del des­per­di­cio y la depredación.
Colom­bia tam­po­co esca­pó a la ola regre­si­va glo­bal. Está entre los once paí­ses con peor dis­tri­bu­ción del ingre­so. El coefi­cien­te de Gini, que mide estas des­igual­da­des, no se modi­fi­có en estos diez años y per­ma­ne­ce en 0,59.
Uno de cada dos colom­bia­nos es pobre y uno de cada cin­co es indi­gen­te, excep­to en el sec­tor rural, don­de la mise­ria per­ma­ne­ció inal­te­ra­da en cer­ca del 33%, uno de cada tres, entre 2002 y 2008.
Mien­tras la eco­no­mía cre­ció por el 40% en los recien­tes años de pre­cios altos para bie­nes bási­cos y mate­rias pri­mas, el des­em­pleo ape­nas se redu­jo en el 5% y se man­tie­ne por enci­ma de dos dígi­tos; es un injus­to modo de repar­tir los bene­fi­cios de las polí­ti­cas de Segu­ri­dad Demo­crá­ti­ca y Con­fian­za Inversionista.
En su defec­to, la “cohe­sión social”, tan pro­mo­cio­na­da, se con­so­li­da con óbo­los ofi­cia­les, como “Fami­lias en Acción”, que ya cubren a 3 millo­nes de fami­lias, más de una cuar­ta par­te de la pobla­ción colom­bia­na.
La par­ti­ci­pa­ción en la pro­duc­ción de los sec­to­res de mayo­res posi­bi­li­da­des de acu­mu­la­ción nacio­nal ‑como la indus­tria y la agri­cul­tu­ra moder­na- ha decaí­do y en su reem­pla­zo pre­do­mi­na la explo­ta­ción de minas e hidro­car­bu­ros y el sec­tor finan­cie­ro, uti­li­zan­do con tal obje­ti­vo la sus­ti­tu­ción del aho­rro interno por el externo.
En 2002, la inver­sión extran­je­ra total era de 22 mil millo­nes de dóla­res y al aho­ra pasa de 75 mil, por poco se cua­dru­pli­ca. Al com­par­tir­se el mono­po­lio de la fuer­za con el ejér­ci­to esta­dou­ni­den­se, se degra­da la sobe­ra­nía nacio­nal, hacia la reco­lo­ni­za­ción ple­na; en tan­to, a la par, la demo­cra­cia se ha vuel­to una cari­ca­tu­ra.
Si en la nue­va déca­da que se ini­cia en 2010 con­ti­núa el retro­ce­so, expre­sa­do en des­po­tis­mo y gue­rras ade­más de ham­bre, pobre­za, des­em­pleo e indi­gen­cia para la mayo­ría, inclu­yen­do ya a millo­nes de per­so­nas en New York, Madrid o Tokio, el mun­do cae­rá inde­fec­ti­ble­men­te en una situa­ción explo­si­va.
De ella no lo sal­va­rán ni la mani­pu­la­ción de la con­cien­cia colec­ti­va, ni reme­dios palia­ti­vos, ni tam­po­co las accio­nes agre­si­vas de todo orden que se ade­lan­ten para aca­llar deman­das y dolen­cias de más del 80% de la huma­ni­dad.
El pla­ne­ta y el país exi­gen un vira­je com­ple­to, andar en lugar de seguir des­an­dan­do.
Las dis­tin­tas con­tra­dic­cio­nes están cada vez más acen­tua­das; ¿Será que en 2019 se habrá apro­xi­ma­do el desenlace?
Fuen­te ALAI

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