El comu­nis­mo ha derri­ba­do el muro de Berlin

John Brown

Los pode­res del capi­tal pusie­ron siem­pre barre­ras con­tra el comu­nis­mo, pues lo veían como una indo­ma­ble fuer­za de liber­tad capaz de difun­dir­se por doquier, pues el comu­nis­mo no es sino la fuer­za de lo común. El poder que levan­tó el muro de Ber­lín, nada tie­ne que ver con el comunismo.

«No os dejéis seducir:

no hay retorno alguno.

El día está a las puertas,

hay ya vien­to nocturno:

no ven­drá otra mañana.

No os dejéis engañar

con que la vida es poco.

Bebed­la a gran­des tragos

por­que no os bastará

cuan­do hayáis de perderla.

No os dejéis consolar.

Vues­tro tiem­po no es mucho.

El lodo, a los podridos.

La vida es lo más grande:

per­der­la es per­der todo.»

Ber­tolt Brecht

Cuen­tan que hace vein­te años cayó un muro infa­me que sepa­ra­ba las dos par­tes de un país. Cuen­tan que ese muro fue eri­gi­do por los defen­so­res de una idea tota­li­ta­ria que lla­ma­ban «comu­nis­mo». Cuen­tan que el muro ser­vía para que la pobla­ción no se esca­pa­ra al otro lado, a la Ale­ma­nia capi­ta­lis­ta don­de impe­ra­ban la demo­cra­cia repre­sen­ta­ti­va y una eco­no­mía social de mer­ca­do. Y, sin embar­go, lo que había del lado socia­lis­ta no era sino un refle­jo degra­da­do del capi­ta­lis­mo: una socie­dad de con­su­mo algo cocham­bro­sa don­de había super­mer­ca­dos, pero no siem­pre había gran cosa, cir­cu­la­ban auto­mó­vi­les por las calles, pero su motor era de moto­ci­cle­ta y sus carro­ce­rías de algo que no se pare­cía dema­sia­do al metal. El gobierno era tan demo­crá­ti­co que se iden­ti­fi­ca­ba auto­má­ti­ca­men­te y a prio­ri con las mayo­rías socia­les. Todo eso fun­cio­na­ba bajo la direc­ción auto­ri­ta­ria y pater­na­lis­ta de un Par­ti­do Socia­lis­ta Uni­fi­ca­do que algu­na vez en los años 50, según nos cuen­ta Ber­tolt Brecht, tuvo la ten­ta­ción de disol­ver al pue­blo antes que disol­ver su gobierno. El poder de ese par­ti­do y de su régi­men, al igual que el del PCUS en la URSS se basa­ba en un pre­ten­di­do saber sobre la his­to­ria y sobre la reali­dad. Jac­ques Lacan reco­no­cía en este poder que pre­ten­de ser ente­ra­men­te un saber el pedan­te «dis­cur­so de la uni­ver­si­dad». El par­ti­do como «inte­lec­tual colec­ti­vo» sabía la ver­dad de un pre­sen­te que la pobla­ción se limi­ta­ba a vivir o sufrir. Die Par­tei hat es immer Recht. El Par­ti­do siem­pre tie­ne razón, por­que es quien repre­sen­ta la avan­za­di­lla extre­ma del pro­gre­so his­tó­ri­co al ser la van­guar­dia del pro­le­ta­ria­do. El socia­lis­mo se impo­ne así a la pobla­ción con la evi­den­cia que, según los fisió­cra­tas, debe­ría guiar todos los actos del sobe­rano. Más que como una opción polí­ti­ca, se pre­sen­ta como una ver­dad cien­tí­fi­ca. Quien no esté de acuer­do se equi­vo­ca o se enga­ña o enga­ña a los demás y se con­vier­te en un enemi­go obje­ti­vo del Esta­do de los tra­ba­ja­do­res. Como todo dis­po­si­ti­vo expe­ri­men­tal el socia­lis­mo de Euro­pa del Este reque­ría ais­lar­se del entorno. El muro fue par­te del meca­nis­mo de pro­duc­ción de ver­dad pro­pio del socia­lis­mo. Como en un labo­ra­to­rio o en una clí­ni­ca, era prio­ri­ta­rio impe­dir la contaminación.

El muro del socia­lis­mo es así lo con­tra­rio del comu­nis­mo, de ese «fan­tas­ma que reco­rre Euro­pa» del que nos habla­ban Marx y Engels y que cau­sa­ba legí­ti­mo espan­to a bur­gue­sías, tro­nos y gobier­nos. En la Repú­bli­ca Demo­crá­ti­ca Ale­ma­na y en la Euro­pa del Este quien tenía mie­do era fun­da­men­tal­men­te el régi­men que gober­na­ba en nom­bre de los tra­ba­ja­do­res, expro­pián­do­los en su pro­pio nom­bre de su capa­ci­dad de deci­sión y de sus medios de pro­duc­ción, expro­pián­do­los de su rique­za y mer­man­do su capa­ci­dad pro­duc­ti­va. El socia­lis­mo con su pro­pie­dad esta­tal es tan expro­pia­dor de los bie­nes colec­ti­vos como el pro­pio libe­ra­lis­mo con su pro­pie­dad pri­va­da obli­ga­to­ria. Los pode­res del capi­tal pusie­ron siem­pre barre­ras con­tra el comu­nis­mo, pues lo veían como una indo­ma­ble fuer­za de liber­tad capaz de difun­dir­se por doquier, pues el comu­nis­mo no es sino la fuer­za de lo común. El poder que levan­tó el muro de Ber­lín, nada tie­ne que ver con el comu­nis­mo. Ese poder del socia­lis­mo de Esta­do tenía que pro­te­ger­se: tenía mie­do, tan­to mie­do que fichó a casi toda la pobla­ción e ins­tau­ró un régi­men uni­ver­sal de dela­ción. Tan­to mie­do que sólo supo imi­tar al Esta­do y al capitalismo.

Hace vein­te años que des­apa­re­ció el muro bajo el impul­so de una pobla­ción que ya no creía en el poder de la peque­ña bur­gue­sía incul­ta y auto­ri­ta­ria del Par­ti­do. Una peque­ña bur­gue­sía cuya medio­cri­dad sólo es com­pa­ra­ble a la del fran­quis­mo. «Ges­tión auto­ri­ta­ria de la vida coti­dia­na» es lo que vió Ros­sa­na Ros­san­da en el fran­quis­mo; es tam­bién lo que había en la Repú­bli­ca Demo­crá­ti­ca Ale­ma­na. Un régi­men de orden que tenía mie­do a su pro­pia pobla­ción y al mun­do exterior.

La caí­da del muro se ha con­ver­ti­do, sin embar­go en una fecha emble­má­ti­ca de un pre­ten­di­do fin del comu­nis­mo. Con el muro se habría aca­ba­do toda alter­na­ti­va al capi­ta­lis­mo. Y, sin embar­go, por mucho que los diri­gen­tes occi­den­ta­les y los «nue­vos» diri­gen­tes de la Euro­pa del Este cele­bren jun­tos la caí­da del muro, son ellos aho­ra quie­nes tie­nen mie­do. Ha des­apa­re­ci­do un muro y son aho­ra los pre­ten­di­dos ven­ce­do­res del comu­nis­mo quie­nes de Pales­ti­na a Ceu­ta, de la fron­te­ra sur de los Esta­dos Uni­dos al Sáha­ra Occi­den­tal, y en cual­quier barrio peri­fé­ri­co de las gran­des ciu­da­des ele­van muros sin cuen­to. Muros de pie­dra o de cemen­to, muros elec­tró­ni­cos, muros de pape­les o inclu­so flo­tas ente­ras para impe­dir el libre movi­mien­to de indi­vi­duos y pobla­cio­nes, muros lega­les que son las leyes de excep­ción per­ma­nen­te. Ya no bas­ta un sólo muro. Para defen­der el capi­tal se han alza­do y siguen alzán­do­se cada día muros de todo tipo.

Pero a pesar de los muros, como en la mura­lla chi­na de Kaf­ka, mucho antes de que ter­mi­ne la impro­ba­ble cons­truc­ción del muro defi­ni­ti­vo con­tra los bár­ba­ros, los bár­ba­ros ya acam­pan en el cen­tro de Pequín. El fan­tas­ma ya no está ence­rra­do en su rui­no­sa for­ta­le­za «socia­lis­ta», el comu­nis­mo está hoy libre y reco­rre zonas impor­tan­tes del mun­do. Es inclu­so la base de la pro­duc­ción capi­ta­lis­ta: la coope­ra­ción direc­ta entre los tra­ba­ja­do­res, su capa­ci­dad de comu­ni­ca­ción y auto­or­ga­ni­za­ción son el fun­da­men­to de la pro­duc­ti­vi­dad y de la rique­za. Hoy ni el capi­tal ni el Esta­do son capa­ces de orga­ni­zar la pro­duc­ción. Sólo el comu­nis­mo pue­de hacer­lo. Pro­du­cir hoy es cons­truir los medios pro­duc­ti­vos comu­nes y poder acce­der libre­men­te a ellos. La explo­ta­ción capi­ta­lis­ta des­pro­vis­ta de cual­quier fun­ción orga­ni­za­ti­va vuel­ve así al mode­lo feu­dal: el capi­tal ya no orga­ni­za la pro­duc­ción y se apro­pia del plus­va­lor, no ya como bene­fi­cio sino como ren­ta (finan­cie­ra). El capi­ta­lis­mo es ya «Ancien régi­me», anti­guo régi­men que con­vi­ve con el nue­vo ter­cer estado.

El comu­nis­mo no está fue­ra del capi­ta­lis­mo, sino en su pro­pio inte­rior. Las imá­ge­nes del socia­lis­mo y de la Gue­rra Fría que pre­sen­ta­ban el comu­nis­mo como algo exte­rior y ajeno al capi­ta­lis­mo ser­vían de bál­sa­mo para las angus­tias de todas las bur­gue­sías. El comu­nis­mo esta­ba allá, detrás del muro, se decían. Y, sin embar­go, del otro lado no había sino el fan­tas­ma del fan­tas­ma: una ridí­cu­la paro­dia del capi­ta­lis­mo orques­ta­da por un Esta­do des­pó­ti­co. El comu­nis­mo, como fuer­za pro­duc­ti­va esta­ba des­ple­gán­do­se poten­te­men­te en el Oeste…y en el Este, des­de los años 60 (Pra­ga, Var­so­via, antes Buda­pest, lue­go París, Euro­pa occi­den­tal, los Esta­dos Uni­dos…) sien­do la fecha emble­má­ti­ca el mayo del 68 que Sar­kozy se ha pro­me­ti­do ente­rrar. Un comu­nis­mo insos­pe­cha­do, sin ban­de­ras rojas ni cán­ti­cos, sin par­ti­do, pero capaz de reco­no­cer­se con bas­tan­te faci­li­dad en la tra­di­ción revo­lu­cio­na­ria, un comu­nis­mo de los comu­nes, de las exter­na­li­da­des socia­les indis­pen­sa­bles a la pro­duc­ción en el post­for­dis­mo. Un comu­nis­mo que ha derri­ba­do el muro de Ber­lín y pro­me­te derri­bar todos los demás.

John Brown

Fuen­te: Rebelión

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