Los Soviets: su ori­gen, desa­rro­llo y funciones

El pri­mer Soviet

El pri­mer Soviet sur­gió en Ivánovo-Vosnesensk.

Ivá­no­vo-Vos­ne­sensk es el cen­tro más impor­tan­te de la indus­tria tex­til rusa. El movi­mien­to obre­ro de dicha ciu­dad era uno de los más anti­guos del país. La influen­cia de las ideas socia­lis­tas era muy fuer­te, pero el movi­mien­to se dis­tin­guía por una carac­te­rís­ti­ca espe­cial: la de que el papel direc­ti­vo no lo desem­pe­ña­ba el agi­ta­dor de fue­ra ni el inte­lec­tual, como ocu­rría a menu­do, sino los ele­men­tos de la pro­pia masa obre­ra de la loca­li­dad. La masa, sin embar­go, era gene­ral­men­te incul­ta, como ocu­rre a menu­do en los obre­ros de esa rama de indus­tria. La que se ha dis­tin­gui­do siem­pre, en todos los paí­ses, por las pési­mas con­di­cio­nes de trabajo.

El movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio de 1905 tuvo una reper­cu­sión inme­dia­ta sobre esa masa de obre­ros explo­ta­dos, sobre todo por la pro­xi­mi­dad de cen­tros pro­le­ta­rios tan impor­tan­tes como Mos­cú y Oré­jo­vo-Zúgeo, don­de la fer­men­ta­ción revo­lu­cio­na­ria había alcan­za­do el gra­do máximo.

El 12 de mayo esta­lló en Ivá­no­vo-Vos­ne­sensk la huel­ga de los obre­ros tex­ti­les, que se trans­for­mó en una huel­ga gene­ral y desem­pe­ño un inmen­so papel en la his­to­ria del movi­mien­to obre­ro ruso. El 13, en la ori­lla de río Tal­ki, en una Asam­blea de huel­guis­tas, a la cual asis­tie­ron 30.000 obre­ros, fue ele­gi­do un Con­se­jo o Soviet de 110 dele­ga­dos, desig­na­dos para lle­var a cabo las nego­cia­cio­nes con los patro­nos y las auto­ri­da­des en nom­bre de todos y para la direc­ción de la huel­ga. Ese Comi­té no era un Comi­té de huel­ga ordi­na­rio, tan­to por su for­ma de elec­ción como por su carác­ter. Des­de el pri­mer momen­to se esta­ble­ció un estre­cho con­tac­to entre el Soviet y el Par­ti­do Social­de­mó­cra­ta, cuyo Comi­té local ins­pi­ra­ba todas las reso­lu­cio­nes del nue­vo organismo.

El Soviet, bajo la influen­cia de los acon­te­ci­mien­tos que se desa­rro­lla­ban en el país, adqui­rió rápi­da­men­te impor­tan­cia extra­or­di­na­ria y un carác­ter revo­lu­cio­na­rio defi­ni­do. Su fuer­za y su pres­ti­gio eran inmen­sos. En reali­dad, duran­te ese perío­do exis­tió ya en Ivá­no­vo-Vos­ne­sensk el poder dual. No se podía impri­mir nada en nin­gu­na impren­ta sin la auto­ri­za­ción del Soviet. Este se negó, por ejem­plo, a auto­ri­zar la impre­sión de un docu­men­to en que un repre­sen­tan­te de la auto­ri­dad se diri­gía al nue­vo orga­nis­mo crea­do por los tra­ba­ja­do­res. Mien­tras que el Soviet some­tía a su con­trol la publi­ca­ción de todos los docu­men­tos que ema­na­ban de la cla­se enemi­ga, publi­ca­ba libre­men­te todo lo que se le anto­ja­ba. La pro­pa­gan­da social­de­mó­cra­ta, por ejem­plo, se efec­tua­ba abso­lu­ta­men­te sin nin­gún obs­tácu­lo. El Soviet uti­li­za­ba libre­men­te los loca­les públi­cos, sin pedir per­mi­so a nadie, para sus Asam­bleas y míti­nes. Este dere­cho se lo había con­quis­ta­do por la fuer­za, y nadie ni nada pudo impe­dir que la cla­se obre­ra lo ejer­cie­ra, ni aun la matan­za orga­ni­za­da del 3 de julio por las auto­ri­da­des zaris­tas. Era, natu­ral­men­te, el Soviet el que diri­gía la huel­ga. No se admi­tía nin­gu­na nego­cia­ción sepa­ra­da; nada podía vol­ver al tra­ba­jo si no era por acuer­do del Soviet. Éste orga­ni­zó el ser­vi­cio de pro­tec­ción de las fábri­cas y de los bie­nes de la ciu­dad, y duran­te todo el perío­do en que fue due­ño abso­lu­to de la ciu­dad, y duran­te todo el perío­do en que fue due­ño abso­lu­to de la pobla­ción no se regis­tró ni un solo acto de robo o de saqueo. Fue pre­ci­sa­men­te cuan­do se disol­vió el Soviet que empe­za­ron los asal­tos a las tiendas.

El Soviet tomó deci­sio­nes de carác­ter neta­men­te polí­ti­co, que fue­ron trans­mi­ti­das el minis­tro de la Gober­na­ción en un men­sa­je que fir­ma­ron todos los dipu­tados al Soviet, a cuya fir­ma se aña­dió la de milla­res de huel­guis­tas. En dicho men­sa­je se recla­ma­ba la liber­tad de pala­bra, de reu­nión y de aso­cia­ción y la con­vo­ca­to­ria de una Asam­blea Cons­ti­tu­yen­te. El Soviet exi­gió la for­ma­ción de un tri­bu­nal para juz­gar a los res­pon­sa­bles de las car­gas de la fuer­za públi­ca con­tra los huel­guis­tas el día 3 de julio, orga­ni­zó comi­sio­nes para reco­lec­tar fon­dos para los para­dos, des­ta­ca­men­tos para guar­dar las fábri­cas, etcé­te­ra. Inme­dia­ta­men­te des­pués de su cons­ti­tu­ción, se orga­ni­zó una Mesa, com­pues­ta de cin­co miem­bros, que fue un orga­nis­mo indu­da­ble­men­te aná­lo­go a los Comi­tés Eje­cu­ti­vos ele­gi­dos en los Soviets que sur­gie­ron pos­te­rior­men­te en dis­tin­tos pun­tos del país.

Las asam­bleas ple­na­rias se cele­bra­ban todas las maña­nas a las nue­ve. Una vez ter­mi­na­da la sesión, empe­za­ba la Asam­blea gene­ral de los obre­ros, que exa­mi­na­ba todas las cues­tio­nes rela­cio­na­das con la huel­ga. Se daba cuen­ta de la mar­cha de esta últi­ma, de las nego­cia­cio­nes con los patro­nos y las auto­ri­da­des, etcé­te­ra. Des­pués de la dis­cu­sión, eran some­ti­das a la Asam­blea las pro­po­si­cio­nes pre­pa­ra­das por el Soviet. Lue­go, los mili­tan­tes del par­ti­do pro­nun­cia­ban dis­cur­sos de agi­ta­ción sobre la situa­ción de la cla­se obre­ra, y el mitin con­ti­nua­ba has­ta que el públi­co se can­sa­ba. Enton­ces, la mul­ti­tud ento­na­ba him­nos revo­lu­cio­na­rios y la Asam­blea se disol­vía. Así repe­tía todos los días.

Des­pués de las matan­zas del 3 de julio, las Asam­bleas se inte­rrum­pie­ron duran­te dos sema­nas, y, al reanu­dar­se, acu­die­ron ya a la pri­me­ra reu­nión has­ta 40.000 obre­ros. A las Asam­bleas siguie­ron mani­fes­ta­cio­nes pací­fi­cas y míti­nes en el cen­tro de la ciu­dad. El 25 de julio, el Soviet deci­dió dar por ter­mi­na­da la huel­ga en vis­ta de que el ham­bre empe­za­ba a rei­nar en los hoga­res obre­ros y de que los patro­nos habían hecho con­ce­sio­nes considerables.

El día en que se dio por ter­mi­na­da la huel­ga, el Soviet de Ivá­no­vo-Vos­ne­senk se disol­vió espon­tá­nea­men­te, pero los miem­bros del mis­mo siguie­ron desem­pe­ñan­do un papel de repre­sen­tan­tes de los obre­ros. En todas las fábri­cas éstos seguían con­si­de­rán­do­se como a sus «dipu­tados», y en todos los con­flic­tos con la admi­nis­tra­ción actua­ban como repre­sen­tan­tes de la masa obre­ra, y los patro­nos acep­ta­ban este hecho.

El Soviet de Petersburgo

Peters­bur­go era, no sola­men­te la capi­tal ofi­cial del país, sino el cen­tro del movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio. Era allí don­de había el pro­le­ta­ria­do más acti­vo y dota­do de un espí­ri­tu de com­ba­te más ardien­te. De allí par­tía la ini­cia­ti­va, el pen­sa­mien­to revo­lu­cio­na­rio inclu­so en los días de diciem­bre en que mien­tras la capi­tal per­ma­ne­cía pasi­va, en Mos­cú se desa­rro­lla­ban una lucha san­grien­ta. Peters­bur­go esta­ba liga­do a mil hilos con el res­to del país, y esta cir­cuns­tan­cia le ayu­da­ba a asi­mi­lar­se la expe­rien­cia de los demás cen­tros pro­le­ta­rios y los resul­ta­dos obte­ni­dos, a ela­bo­rar­los en su labo­ra­to­rio revo­lu­cio­na­rio, y dar, final­men­te, en octu­bre de 1905, la for­ma más per­fec­ta de orga­ni­za­ción, el Soviet de Dipu­tados Obre­ros, que ejer­ció una influen­cia enor­me sobre el movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio de todo el país.

El Soviet sur­gió en el momen­to de la lucha revo­lu­cio­na­ria más agu­da. La idea de su crea­ción fue lan­za­da el 12 de octu­bre en una Asam­blea cele­bra­da en el ins­ti­tu­to Tec­no­ló­gi­co. Pero las masas, en reali­dad, lo habían ido ya crean­do al desa­rro­llar, des­de los comien­zos de la revo­lu­ción, las dis­tin­tas for­mas de repre­sen­ta­ción en fábri­cas y talle­res. El 13 de octu­bre, el Soviet cele­bra su pri­me­ra reu­nión ple­na­ria. Uno de los prin­ci­pa­les acuer­dos adop­ta­dos por dicha pri­me­ra sesión es el de diri­gir un mani­fies­to a todos los obre­ros y obre­ras, en el cual, entre otras cosas, se dice: «No se pue­de per­mi­tir que las huel­gas sur­jan y se extin­gan de un modo espo­rá­di­co. Por esto hemos deci­di­do con­cen­trar la direc­ción del movi­mien­to en manos de un Comi­té Obre­ro Común. Pro­po­ne­mos a cada fábri­ca, a cada taller y a cada pro­fe­sión que eli­ja dipu­tados a razón de uno por cada qui­nien­tos obre­ros. Los dipu­tados de cada fábri­ca o taller cons­ti­tu­yen el Comi­té de Fábri­ca o de taller. La reu­nión de los dipu­tados de todas las fábri­cas y talle­res cons­ti­tu­yen el Comi­té gene­ral de Peters­bur­go». Este mani­fies­to lle­va la fir­ma de: «Soviet de Dipu­tados de las fábri­cas y talle­res de Peters­bur­go.» Al prin­ci­pio, los obre­ros, al ele­gir a sus dipu­tados, los con­si­de­ran como sus repre­sen­tan­tes en el Comi­té de huel­ga gene­ral, que se lla­ma, ora «Soviet Obre­ro Gene­ral», ora sen­ci­lla­men­te «Soviet Obre­ro», pero ya des­de el pri­mer momen­to empie­za a gene­ra­li­zar­se el tér­mino «Soviet de Dipu­tados Obre­ros», cono­ci­do aho­ra en todo el mun­do, y que apa­re­ce ya en el pri­mer núme­ro de Izves­tia (Las Noti­cias), órgano ofi­cial del Soviet.

Ni a un solo de los par­ti­ci­pan­tes en el movi­mien­to se le ocu­rría la inmen­sa impor­tan­cia que tenía el papel que esta­ba lla­ma­da a desem­pe­ñar la orga­ni­za­ción a la cual man­da­ban sus repre­sen­tan­tes. Sin embar­go, los mili­tan­tes más cons­cien­tes com­pren­dían per­fec­ta­men­te que no se tra­ta­ba de un sim­ple Comi­té de huel­ga y que su misión era la huel­ga polí­ti­ca, no sólo para con­se­guir la jor­na­da labo­ral de tra­ba­jo de ocho horas, sino para luchar por la con­vo­ca­to­ria de la Asam­blea Cons­ti­tu­yen­te y la con­se­cu­ción de la liber­tad política.

A media­dos de noviem­bre, el núme­ro de dipu­tados al Soviet era de 562, dele­ga­dos de 147 fábri­cas, 34 talle­res y 16 sin­di­ca­tos. De esos dipu­tados, 508 repre­sen­ta­ban a las fábri­cas y a los talle­res y 54 a los sin­di­ca­tos. En con­jun­to repre­sen­ta­ba a lo menos de 250.000 obre­ros, esto es, a la mayo­ría aplas­tan­te del pro­le­ta­ria­do de la capi­tal. Al fren­te iban, como siem­pre, los meta­lúr­gi­cos, que cons­ti­tu­yen la avan­za­da obli­ga­da del movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio. El núme­ro de sus dipu­tados ascen­día a 351; les seguía los obre­ros tex­ti­les, con 57 dipu­tados. Lue­go los tipó­gra­fos, con 32; los tra­ba­ja­do­res de la made­ra, con 23, etcé­te­ra. Pero en el Soviet esta­ban repre­sen­ta­dos asi­mis­mo los emplea­dos, los fun­cio­na­rios de Correos y telé­gra­fos y los par­ti­dos revo­lu­cio­na­rios. De los 50 miem­bros que com­po­nían el Comi­té Eje­cu­ti­vo, 28 repre­sen­ta­ban a fábri­cas y talle­res, 13 a los sin­di­ca­tos y 9 a los par­ti­dos socia­lis­tas. El Soviet de Petro­gra­do rea­li­za­ba —según la defi­ni­ción de Lenin— la unión efec­ti­va de la social­de­mo­cra­cia revo­lu­cio­na­ria: en esto con­sis­tía su fuer­za y su debi­li­dad. Su fuer­za, por­que agru­pa­ba a todo el pro­le­ta­ria­do; su debi­li­dad se veía neu­tra­li­za­da, has­ta cier­to pun­to, por las inde­ci­sio­nes y las vaci­la­cio­nes pro­pias de la peque­ña bur­gue­sía radical.

Peters­bur­go era en 1905 el cen­tro de todo los acon­te­ci­mien­tos, y en la capi­tal mis­ma, el Soviet era el cen­tro de todo el movi­mien­to, y esto, ante todo, como ha dicho Trotsky, «por­que esta orga­ni­za­ción pro­le­ta­ria, pura­men­te de cla­se era una orga­ni­za­ción de la revo­lu­ción como tal. El Soviet de Dipu­tados Obre­ros —dice el que fue su pre­si­den­te— sur­gió como una res­pues­ta a la nece­si­dad obje­ti­va, engen­dra­da por el cur­so de los acon­te­ci­mien­tos, de una orga­ni­za­ción que fue­ra una auto­ri­dad, sin tra­di­cio­nes, agru­pa­ba a todas las masa dis­per­sas de la capi­tal, unie­ra a las ten­den­cias revo­lu­cio­na­rias en el pro­le­ta­ria­do, fue­ra capaz de ini­cia­ti­va, se con­tro­la auto­má­ti­ca­men­te a sí mis­ma y, sobre todo, que pudie­ra hacer sur­gir de bajo tie­rra en vein­ti­cua­tro horas».

Nin­guno de los par­ti­dos revo­lu­cio­na­rios exis­ten­tes, nin­guno de los sin­di­ca­tos, poco nume­ro­sos por otra par­te, que se habían fun­da­do, podía desem­pe­ñar este papel. A pesar de la enor­me influen­cia que ejer­cía entre la masa obre­ra, los bol­che­vi­ques y men­che­vi­ques agru­pa­ban de dos a tres mil miem­bros a fines de verano y de cin­co a seis mil a fines de año. Con ayu­da del Soviet, la social­de­mo­cra­cia arras­tra­ba a toda la masa. El Soviet era un cen­tro que arras­tra­ba a la orga­ni­za­ción y a la lucha, bajo la direc­ción de la social­de­mo­cra­cia, no sólo el pro­le­ta­ria­do, sino tam­bién a los sec­to­res peque­ño­bur­gue­ses de la población.

En el momen­to en que sur­gió el Soviet, exis­tía en Peters­bur­go la Duma Muni­ci­pal, que era úni­ca­men­te un órgano nomi­nal de admi­nis­tra­ción muni­ci­pal, cuyas facul­ta­des el Gobierno zaris­ta cer­ce­na­ba sis­te­má­ti­ca­men­te. Ese orga­nis­mo era ele­gi­do exclu­si­va­men­te por la cla­se domi­nan­te. Uno de los pri­me­ros actos del Soviet fue pre­sen­tar una serie de rei­vin­di­ca­cio­nes a la Duma Muni­ci­pal. Estas rei­vin­di­ca­cio­nes eran las siguientes:

  1. Tomar medi­das inme­dia­tas para regu­lar el abas­te­ci­mien­to de la masa obre­ra de la capital.
  2. Con­ce­der los edi­fi­cios públi­cos para asam­bleas obreras.
  3. Abo­lir la con­ce­sión de loca­les y de sub­ven­cio­nes a la poli­cía, los gen­dar­mes, etcétera.
  4. Entre­gar dine­ro a la Caja Muni­ci­pal al Soviet para el arma­men­to del pro­le­ta­ria­do de Peters­bur­go, que la lucha por la liber­tad del pueblo.

Estas deman­das fue­ron entre­ga­das a la Duma, duran­te una de las sesio­nes de esta últi­ma, por una dele­ga­ción espe­cial del Soviet. Ni que decir tie­ne que los miem­bros de la Duma per­ma­ne­cie­ron sor­dos a las rei­vin­di­ca­cio­nes del pro­le­ta­ria­do. Pro­me­tie­ron exa­mi­nar la cues­tión en una sesión espe­cial, pero la cosa no pasó de aquí.

El pro­gra­ma polí­ti­co del Soviet esta­ba ins­pi­ra­do por la social­de­mo­cra­cia. Sus con­sig­nas fun­da­men­ta­les eran el derrum­ba­mien­to de la auto­cra­cia, la Asam­blea Cons­ti­tu­yen­te, la Repú­bli­ca demo­crá­ti­ca y la jor­na­da labo­ral de ocho horas.

Diri­gió tres huel­gas, las gene­ra­les de octu­bre y noviem­bre y la de Correos y Telé­gra­fos. Lan­zó medio millón de pro­cla­mas, lle­vó a la prác­ti­ca, por la vía revo­lu­cio­na­ria, la jor­na­da de ocho horas en fábri­cas y talle­res, pro­cla­mó la liber­tad de pren­sa y de reu­nión, rea­li­zán­do­la por medio de la con­fis­ca­ción de las impren­tas y de los loca­les públi­cos: orga­ni­zó el auxi­lio a los obre­ros para­dos; se puso al fren­te del movi­mien­to que arre­ba­tó a la auto­cra­cia el Mani­fies­to de 17 de octu­bre, que pro­me­tía la con­vo­ca­ción de la Duma y una serie de liber­ta­des polí­ti­cas, y, con las huel­gas de noviem­bre, obli­gó al zaris­mo a levan­tar el esta­do de gue­rra en Polo­nia. Duran­te algún tiem­po, esto es, en el perío­do de auge de la Revo­lu­ción, actuó real­men­te como Poder y fue de vic­to­ria. El Soviet lan­zó la con­sig­na «¡Armaos!» y halló un eco ardien­te entre el pro­le­ta­ria­do. En las fábri­cas se orga­ni­za­ron gru­pos arma­dos. El Soviet adqui­ría por su cuen­ta, for­ma­ba la mili­cia obre­ra, que guar­da­ba la impren­ta en que se tira­ban las Izves­tia lucha­ba con­tra las ban­das reac­cio­na­rias, pro­te­gía la Asam­bleas, etcétera.

La auto­ri­dad del Soviet era inmen­sa. Todo el mun­do, todos los explo­ta­dos, los que eran víc­ti­mas de atro­pe­llos, acu­dían a él en deman­da de ayu­da. En su últi­mo perío­do eran cada día más fre­cuen­tes las visi­tas de dele­ga­cio­nes cam­pe­si­nas, y empe­za­ba ya asi­mis­mo a enta­blar rela­cio­nes con los sol­da­dos. Los tri­bu­na­les deja­ban salir a los tes­ti­gos, si eran dipu­tados al Soviet, para que pudie­ran cum­plir con sus fun­cio­nes. Si la poli­cía dete­nía a alguno de ellos con moti­vo de algún des­or­den públi­co, era pues­to en liber­tad tan pron­to pre­sen­ta­ba su car­net. Las auto­ri­da­des mili­ta­res que guar­da­ban la cen­tral eléc­tri­ca, die­ron la corrien­te para la impre­sión de las Izves­tia, por orden del Soviet, y comu­ni­ca­ron ofi­cial­men­te a este últi­mo que la orden esta­ba cum­pli­da. Los ferro­ca­rri­les y los telé­gra­fos esta­ban ente­ra­men­te a su dis­po­si­ción, mien­tras que el pre­si­den­te del Con­se­jo de Minis­tros no podía dis­po­ner de ellos cuan­do que­ría. Entre los sus­crip­to­res al órgano del Soviet figu­ra­ban Wit­te, jefe del Gobierno, y Bir­lov, minis­tro de Mari­na. Cuan­do empe­za­ron los pogro­mos, orga­ni­za­dos por los «cien negros» en todo el país, el Soviet dio a los obre­ros la orden de que se arma­ran. Pero éstos no tenían medios de adqui­rir armas y empe­za­ron a fabri­car armas blan­cas en fábri­cas y talle­res. En el Soviet se for­mó un ver­da­de­ro museo, nun­ca vis­to por su varie­dad. Pero más tar­de, como ya se ha dicho, se com­pra­ron armas. La mili­cia esta­ba com­pues­ta de 6.000 obre­ros, la ins­ti­tu­ción fun­cio­na­ba nor­mal­men­te de un modo abier­to, has­ta tal pun­to, que los perió­di­cos publi­ca­ban los núme­ros de los telé­fo­nos de los pues­tos de la mili­cia a los cua­les podía diri­gir­se la pobla­ción en caso de nece­si­dad urgente.

El 26 de noviem­bre fue dete­ni­do Jrus­ta­liev, pri­mer pre­si­den­te del Soviet. Este con­tes­tó con el siguien­te acuer­do: «El pre­si­den­te del Soviet de Dipu­tados Obre­ros ha sido hecho pri­sio­ne­ro por el Gobierno. El Soviet eli­ge a otro pre­si­den­te y sigue pre­pa­rán­do­se para la insu­rrec­ción.» En efec­to, fue ele­gi­do Trotsky. Pero la vida del Soviet fue ya de bre­ve duración.

El 2 de diciem­bre el Soviet diri­gió un mani­fies­to al pue­blo invi­tán­do­le a reti­rar el dine­ro de las Cajas de Aho­rros y del ban­co del esta­do, exi­gien­do el pago en oro. El lla­ma­mien­to halló un gran eco en la pobla­ción, lo cual repre­sen­tó un serio gol­pe para el Gobierno.

El Soviet se había con­ver­ti­do en una gran fuer­za. Bajo su influen­cia se crea­ban orga­nis­mos aná­lo­gos en otras pobla­cio­nes. Acer­cá­ba­se el momen­to en que debía unir­se con los cam­pe­si­nos para la acción deci­si­va, pero la demo­cra­cia revo­lu­cio­na­ria, repre­sen­ta­da en el Soviet, y los gru­pos de la opo­si­ción bur­gue­sa libe­ral, se con­ten­ta­ron con la vic­to­ria de octu­bre y a espal­das del pue­blo se enten­die­ron con el zar. Este dio con­fian­za y fuer­za a la auto­cra­cia, la cual aca­bó por ven­cer. El día 3 de diciem­bre la fuer­za públi­ca cer­có el edi­fi­cio en que se halla­ba reu­ni­do el Comi­té Eje­cu­ti­vo del Soviet y pro­ce­dió a su deten­ción. Sus miem­bros fue­ron juz­ga­dos y con­de­na­dos a la depor­ta­ción a Sibe­ria. Pos­te­rior­men­te se rea­li­za­ron ten­ta­ti­vas para crear un «Soviet clan­des­tino; pero la ten­ta­ti­va no tuvo éxi­to. Es ver­dad que siguió fun­cio­nan­do un Comi­té Eje­cu­ti­vo, pero en reali­dad se tra­ta­ba de una orga­ni­za­ción pura­men­te nomi­nal que había per­di­do toda su fuer­za y su pres­ti­gio. Ese Comi­té Eje­cu­ti­vo fue dete­ni­do a su vez en la pri­ma­ve­ra de 1906. El Soviet de Peters­bur­go no fue, como el de Mos­cú, un órgano de la insu­rrec­ción arma­da, lo cual se expli­ca en gran par­te por la influen­cia pre­do­mi­nan­te que los men­che­vi­ques ejer­cían en el mismo.

El Soviet de Moscú

El Soviet de Mos­cú sur­gió más tar­de, inclu­so que algu­nos de pro­vin­cias. For­mal­men­te, empe­zó su exis­ten­cia el 22 de noviem­bre, pero la idea de su crea­ción sur­gió ya en sep­tiem­bre, duran­te la huel­ga de tipó­gra­fos, que pro­vo­có un pode­ro­so movi­mien­to de soli­da­ri­dad de la cla­se obre­ra de Mos­cú, con míti­nes, mani­fes­ta­cio­nes, cho­ques con las tro­pas y barri­ca­das. Los tipó­gra­fos eli­gie­ron un Comi­té que fue en reali­dad el embrión del futu­ro Soviet. En efec­to, ese Comi­té de huel­ga se con­vir­tió en un orga­nis­mo revo­lu­cio­na­rio que lle­vó a la prác­ti­ca, por su volun­tad, la liber­tad de reu­nión y de pala­bra, orga­ni­zó asam­bleas en loca­les públi­cos, con­si­guien­do des­pués su lega­li­za­ción, y pre­sen­tan­do des­pués una serie de rei­vin­di­ca­cio­nes de carác­ter polí­ti­co. En un prin­ci­pio, cada taller eli­gió un dipu­tado. Des­pués se esta­ble­ció la nor­ma de un dipu­tado por cada 20 obre­ros. El Comi­té de tipó­gra­fos se con­vir­tió, en el cur­so de los acon­te­ci­mien­tos, en Soviet de Mos­cú. En los últi­mos días de su exis­ten­cia, éste con­ta­ba con 200 dipu­tados, que repre­sen­ta­ban a más de 100.000 obre­ros, es decir, a la mayo­ría aplas­tan­te de la cla­se obre­ra de Moscú.

La nece­si­dad de crear el Soviet nació de la cir­cuns­tan­cia de que exis­tie­ra un Comi­té de huel­ga —que diri­gía el movi­mien­to polí­ti­co con­tra la auto­cra­cia— com­pues­ta prin­ci­pal­men­te de ele­men­tos bur­gue­ses, con una redu­ci­da repre­sen­ta­ción de los obre­ros. Lo mis­mo había debi­do hacer­se en otras pobla­cio­nes, como por ejem­plo, Samar y Kiev. Se hicie­ron dis­tin­tas pro­po­si­cio­nes de uni­fi­ca­ción, esti­mu­la­dos inclu­so por una par­te de los obre­ros, que esti­ma­ban impres­cin­di­ble la cola­bo­ra­ción de todos los esfuer­zos para luchar con­tra el enemi­go común. El Soviet, sin embar­go en este sen­ti­do, sin negar­se, por ello, a cola­bo­rar en casos con­cre­tos de lucha con­tra la auto­cra­cia. El Soviet de Dipu­tados Obre­ros repre­sen­tó un gran paso ade­lan­te en el desa­rro­llo del movi­mien­to, con­vir­tién­do­se en órgano de la insu­rrec­ción. El Soviet de Mos­cú tomó una acti­tud mucho más deci­di­da que el de Peters­bur­go con res­pec­to al arma­men­to y a la labor de pro­pa­gan­da y orga­ni­za­ción entre los sol­da­dos. Fun­cio­nó inclu­so, aun­que efí­me­ra­men­te, un Soviet de sol­da­dos, que no cele­bró más que una reu­nión. En el Soviet los socia­lis­tas revo­lu­cio­na­rios y los men­che­vi­ques desem­pe­ña­ron un papel secun­da­rio. El papel prin­ci­pal lo desem­pe­ña­ron los bol­che­vi­ques, cuya influen­cia era pre­do­mi­nan­te, a pesar de que for­mal­men­te los tres par­ti­dos tenían repre­sen­ta­ción abso­lu­ta­men­te igual en el Comi­té Eje­cu­ti­vo (dos dipu­tados cada uno).

Ade­más del Soviet cen­tral exis­tían Soviets en las barri­ca­das, las cua­les toma­ron una par­ti­ci­pa­ción muy acti­va en todo el movimiento.

El Soviet se puso al fren­te de la insu­rrec­ción de diciem­bre. La deci­sión de ir a la huel­ga gene­ral adop­ta­da por el Par­ti­do Social­de­mó­cra­ta fue refre­na­da por el Soviet y las Asam­bleas gene­ra­les cele­bra­das en cada fábrica.

El Soviet goza­ba, como en Peters­bur­go, de un gran pres­ti­gio entre las masas tra­ba­ja­do­ras. En las elec­cio­nes de los dipu­tados al mis­mo par­ti­ci­pa­ba lite­ral­men­te toda la cla­se tra­ba­ja­do­ra de Mos­cú, que habi­tual­men­te acom­pa­ña­ba a los dipu­tados a la pri­me­ra reu­nión en medio de un entu­sias­mo deli­ran­te. Para for­mar­se una idea del entu­sias­mo de los tra­ba­ja­do­res y de la par­ti­ci­pa­ción de los mis­mos en las elec­cio­nes, son muy carac­te­rís­ti­cas las pala­bras pro­nun­cia­das por un vie­jo fun­di­dor del barrio de Lefór­to­vo, ele­gi­do por sus com­pa­ñe­ros. «Cama­ra­das ‑decía- sólo aho­ra com­pren­do la fuer­za que pue­de lle­gar a tener la unión de la cla­se obre­ra. He vis­to que en la acción colec­ti­va en la lucha con nues­tros enemi­gos, los bur­gue­ses, pode­mos obte­ner todos los dere­chos y todas las liber­ta­des. YO, que ya soy vie­jo, ni tan siquie­ra podía soñar con ser ele­gi­do para defen­der nues­tros dere­chos obre­ros y lle­var el títu­lo hon­ro­so de repre­sen­tan­te del Soviet de Dipu­tados Obre­ros; pero creo que no podre­mos pasar­nos de una lucha san­grien­ta con nues­tros opre­so­res, y por esto, vues­tros ele­gi­dos os pedi­mos que sos­ten­gáis con las armas en la mano vues­tros Soviets de Dipu­tados Obreros.»

Sin los Soviets, la orga­ni­za­ción del Par­ti­do no hubie­ra podi­do arras­trar a las masas a la lucha arma­da ni crear aque­lla atmós­fe­ra de com­ba­te y de soli­da­ri­dad que alen­tó a inmen­sas masas obreras.

Los Soviets en provincias

La mayo­ría de los Soviets de pro­vin­cias fue­ron orga­ni­za­dos en noviem­bre y algu­nos inclu­so en diciem­bre, bajo la influen­cia inme­dia­ta del que había sido crea­do por la cla­se obre­ra de Peters­bur­go. Tan­to éste como el de Mos­cú habían man­da­do, por otra par­te, dele­ga­dos a pro­vin­cias que fomen­ta­ron acti­va­men­te la cons­ti­tu­ción de dichas organizaciones.

Cla­ro está que la labor de estos repre­sen­tan­tes habría sido esté­ril en el caso de no exis­tir ya pre­via­men­te con­di­cio­nes favo­ra­bles. En efec­to, ya des­de mucho antes exis­tían por doquier orga­ni­za­cio­nes embrio­na­rias de las cua­les sur­gie­ron más tar­de los Soviets. Bajo la influen­cia de los acon­te­ci­mien­tos, del desa­rro­llo de las huel­gas, de las agre­sio­nes de la fuer­za públi­ca, de la situa­ción revo­lu­cio­na­ria gene­ral exis­ten­te en el país, esas orga­ni­za­cio­nes embrio­na­rias se fue­ron trans­for­man­do rápi­da­men­te. Y es que no hay nada tan fecun­do como la revo­lu­ción. La revo­lu­ción ofre­ce un cam­po de acción inmen­so a la acti­vi­dad crea­do­ra de las masas, las cua­les, en esas cir­cuns­tan­cias, lle­van a la prác­ti­ca en pocas horas todos los pla­nes y pro­yec­tos que los diri­gen­tes del movi­mien­to han medi­ta­do duran­te días y sema­nas en sus despachos.

Se poseen pocos datos sobre el ori­gen y el carác­ter de los Soviets en pro­vin­cias. Unos se acer­can por su tipo al de Mos­cú, otros al de Peters­bur­go. En algu­nos sitios se con­vier­ten en el poder autén­ti­co. Los cam­pe­si­nos crean tam­bién, bajo la influen­cia de la Alian­za Cam­pe­si­na, orga­nis­mos revo­lu­cio­na­rios de masas que en muchos oca­sio­nes lle­van asi­mis­mo el nom­bre de Soviets y se ponen en rela­ción con los Soviets obre­ros. Todos ellos dis­po­nen de gru­pos arma­dos, bien orga­ni­za­dos y suje­tos a una dis­ci­pli­na rigu­ro­sa. En muchos pun­tos, tan­to patro­nos como auto­ri­da­des tra­tan ofi­cial­men­te con el Soviet, al cual diri­gen docu­men­tos ofi­cia­les. En Kos­tro­má, por ejem­plo, bajo la pre­sión del Soviet, la Duma Muni­ci­pal con­ce­de un sub­si­dio a los huel­guis­tas y 1.000 rublos para los para­dos. Bajo esa mis­ma pre­sión las auto­ri­da­des se vie­ron obli­ga­das a poner en liber­tad a cua­tro obre­ros que habían sido dete­ni­dos. Las muje­res —y no fue ésta una de las carac­te­rís­ti­cas menos impor­tan­tes del movi­mien­to— toma­ban una par­ti­ci­pa­ción acti­ví­si­ma en la vida de los Soviets.

Don­de éstos toma­ron un carác­ter más acen­tua­da­men­te revo­lu­cio­na­rio con­vir­tién­do­se en reali­dad en órga­nos del Poder, fue en Sibe­ria. Esto se expli­ca, sobre todo, por la influen­cia de los sol­da­dos que regre­sa­ban del fren­te del extre­mo Orien­te, que cons­ti­tuían Soviets de sol­da­dos y esta­ble­cían un estre­cho con­tac­to con los orga­ni­za­dos por los obre­ros. En Kras­no­yarsk, por ejem­plo, el Soviet pro­ce­dió a la expro­pia­ción de los ferro­ca­rri­les y de la tie­rra y colo­có ente­ra­men­te bajo su con­trol el ser­vi­cio de Correos y Telé­gra­fos. Medi­das de aná­lo­go carác­ter fue­ron toma­das en otros pun­tos de aque­lla región. En algu­nos pun­tos, los ele­men­tos reac­cio­na­rios con­si­guie­ron tem­po­ral­men­te des­or­ga­ni­zar el movi­mien­to, pero la masa obre­ra reac­cio­na­ba enér­gi­ca­men­te redu­cien­do al silen­cio y a la inac­ti­vi­dad las ban­das de «cien negros».

En gene­ral, los Soviets de pro­vin­cias ejer­cían el con­trol abso­lu­to sobre las impren­tas y la pren­sa. Cuan­do no publi­ca­ban un órgano pro­pio, se edi­ta­ba un bole­tín del Par­ti­do Social­de­mó­cra­ta Obre­ro Ruso, que lo reem­pla­za­ba, y en el que se tra­ta­ban las mis­mas cues­tio­nes con el mis­mo espí­ri­tu. Cada Soviet que sur­gía con­ver­tía­se en un cen­tro al cual acu­dían los obre­ros e inclu­so los cam­pe­si­nos de los pue­blos veci­nos a expo­ner sus que­jas y a bus­car consejo.

No exis­te una lis­ta com­ple­ta de los Soviets de Dipu­tados Obre­ros que fun­cio­na­ron en Rusia duran­te la Revo­lu­ción de 1905. Con res­pec­to a los Soviets de cam­pe­si­nos y sol­da­dos, los datos que se poseen son toda­vía más incom­ple­tos. Sin embar­go, lo que se pue­de afir­mar sin nin­gún gene­ro de dudas es que desem­pe­ña­ron un gran papel. Todos los docu­men­tos de la épo­ca lo ates­ti­guan de un modo irre­fu­ta­ble. No obs­tan­te. Cuan­do en 1927 la opo­si­ción comu­nis­ta rusa pre­co­ni­za­ba la crea­ción inme­dia­ta de Soviets en Chi­na y, en apo­yo de su cri­te­rio, recor­da­ba el papel desem­pe­ña­do por dichas orga­ni­za­cio­nes en la Revo­lu­ción rusa de 1905, Sta­lin, para jus­ti­fi­car su polí­ti­ca men­che­vi­que de infeu­da­ción del pro­le­ta­ria­do al Kuo­min­tang bur­gués, afir­ma­ba con su pro­ver­bial des­pre­cio de la ver­dad his­tó­ri­ca, que en 1905 no había sur­gi­do más que dos o tres Soviets cuya influen­cia en el desa­rro­llo de los acon­te­ci­mien­tos había sido casi nula. Aho­ra bien, entre mayo y octu­bre, se cons­ti­tu­ye­ron Soviets, ade­más de Ivá­no­vo-Vos­ne­sensk, Peters­bur­go, Mos­cú, en las siguien­tes pobla­cio­nes: Novo­ro­sisk, Ros­tov, Sama­ra, Kiev, Chi­tá, Irkustk, Kras­no­yarsk, Kos­tro­má, Sár­tov, Mitis­chí, Tver, Orié­jo­vo-Zúye­vo, Viat­ka, Eka­te­ring­burg, Nadé­ja­dino, Vód­kino, Ode­sa, Niko­láiev, Kre­men­chuck, Eka­te­rin­bug, Yúsov­ka, Mariú­pol, Tan­gan­rog, Bakú, Bie­los­tok, Smo­liensk, Libau y Réval.

Hay que tener en cuen­ta que esta lis­ta, como hemos hecho ya notar, es muy incom­ple­ta, y que en nin­gún núme­ro de Soviets crea­dos fue mucho mayor. A pesar de todo, esta lis­ta incom­ple­ta de una idea de la mag­ni­tud del movi­mien­to. Los Soviets no sur­gie­ron en una región deter­mi­na­da, sino en toda la inmen­si­dad de la tie­rra rusa, tan­to en el Nor­te como en el Sur, en el cen­tro del país, como en las leja­nas regio­nes de Sibe­ria, aun­que, natu­ral­men­te, los que desem­pe­ña­ron el papel más impor­tan­te fue­ron los de Peters­bur­go y de Moscú.

Estruc­tu­ra de los Soviets

La fábri­ca era la ciu­da­de­la gene­ral de los Soviets. Las nor­mas de elec­ción varia­ban mucho según las pobla­cio­nes, pero en todas par­tes par­ti­ci­pa­ban en la elec­ción de los dipu­tados abso­lu­ta­men­te todos los obre­ros, sin excep­ción ni res­tric­ción de nin­gu­na cla­se, que tra­ba­ja­ban en el esta­ble­ci­mien­to. En Peters­bur­go y Mos­cú se ele­gían dipu­tados por cada 500 obre­ros; en Ode­sa, uno por cada 100; en Kos­tro­má, uno por cada 25; en otros, no había nin­gu­na for­ma defi­ni­da. En todo caso, los Soviets repre­sen­ta­ban en todas par­tes a la mayo­ría aplas­tan­te de la cla­se obre­ra, y en Peters­bur­go, Mos­cú y Eka­te­rin­burg a la casi tota­li­dad. Su pres­ti­gio era tan gran­de, que en algu­nas pobla­cio­nes pre­ten­die­ron ele­gir Soviets inclu­so los peque­ños comerciantes.

¿Cómo se orga­ni­za­ron? En Peters­bur­go, Ros­tov, Novo­ro­sisk y otras loca­li­da­des se pro­ce­dió a ele­gir inme­dia­ta­men­te Soviets gene­ra­les; en Mos­cú, Ode­sa y otros pun­tos se ele­gían para­le­la­men­te Soviets de barria­da. En Mos­cú, éstos man­da­ban repre­sen­tan­tes direc­tos al Soviet gene­ral o cen­tral: en otras loca­li­da­des se pro­ce­día pri­me­ra­men­te a ele­gir Soviets de barria­da, cuya reu­nión for­ma­ba el Soviet local.

Por regla gene­ral se desig­na­ba un Comi­té o Comi­sión Eje­cu­ti­va o una Mesa de dis­cu­sión. El pre­si­den­te, el secre­ta­rio y otros car­gos impor­tan­tes eran ele­gi­dos por la Asam­blea gene­ral del Soviet.

Se crea­ban órga­nos auxi­lia­res, tales como comi­sio­nes de ayu­da a los para­dos, de orga­ni­za­cio­nes de míti­nes, sec­cio­nes de publi­ca­cio­nes y pro­pa­gan­da, de hacien­da, etcé­te­ra. Y allí don­de diri­gían la insu­rrec­ción o se con­ver­tían en órga­nos de Poder, se crea­ban gru­pos arma­dos o mili­cias y se pro­ce­día al nom­bra­mien­to de los jefes de las ins­ti­tu­cio­nes que el Soviet toma­ba bajo su con­trol (Correos, Telé­gra­fos, Ferro­ca­rri­les). Algu­nos tales como el Soviet de Kras­no­yarsk y de Chi­tá, en cuya cons­ti­tu­ción, como hemos vis­to, desem­pe­ña­ron un papel tan impor­tan­te los sol­da­dos que regre­sa­ban del fren­te, dis­po­nían de fuer­zas arma­das considerables.

No todos los Soviets con­ta­ban con pren­sa pro­pia. Algu­nos uti­li­za­ban pren­sa legal o la del par­ti­do. Las Izves­tia (Noti­cias) se impri­mían —como hemos vis­to— toman­do pose­sión de las impren­tas. Todos los Soviets lan­za­ban hojas y pro­cla­mas que ejer­cían una extra­or­di­na­ria influen­cia des­de el pun­to de vis­ta de la agitación.

En gene­ral, no había nin­gu­na nor­ma fija de orga­ni­za­ción. Las for­mas de la mis­ma, así como su carác­ter y fun­cio­nes, se iban con­cre­tan­do según las circunstancias.

Los Soviets y los partidos

En el pri­mer Soviet que sur­gió en Rusia, el de Ivá­no­vo-Vos­ne­sensk, no se plan­teó la cues­tión de las rela­cio­nes entre aquél y los par­ti­dos, por cuan­to el Soviet se halla­ba diri­gi­do de hecho por la orga­ni­za­ción social­de­mó­cra­ta de la localidad.

Esta cues­tión se plan­teó de un modo bas­tan­te agu­do úni­ca­men­te en Peters­bur­go. Como es sabi­do, el Soviet de la capi­tal era en prin­ci­pio un Comi­té obre­ro encar­ga­do de diri­gir la huel­ga. Pero a medi­da que se desa­rro­lla­ban los acon­te­ci­mien­tos revo­lu­cio­na­rios, el Soviet se con­ver­tía en el cen­tro de toda la lucha del pro­le­ta­ria­do. El Soviet lan­za­ba con­sig­nas polí­ti­cas, pre­sen­ta­ba rei­vin­di­ca­cio­nes eco­nó­mi­cas, ejer­cía las fun­cio­nes de los Sin­di­ca­tos, inexis­ten­tes en aquel enton­ces. En una pala­bra, era una nue­va fuer­za revo­lu­cio­na­ria que lle­va­ba a cabo una lucha polí­ti­ca acti­va con­tra la auto­cra­cia. En estas con­di­cio­nes, venía a eli­mi­nar has­ta cier­to pun­to a los par­ti­dos socia­lis­tas de las posi­cio­nes avan­za­das de la lucha de cla­ses, y, por tan­to, no podía dejar de plan­tear­se la cues­tión del papel del Soviet y de las rela­cio­nes entre éste y los par­ti­dos obreros.

Ya el 19 de octu­bre, con moti­vo de la pro­po­si­ción de que se pusie­ra tér­mino a la huel­ga, el repre­sen­tan­te de los bol­che­vi­ques indi­có la nece­si­dad de que coor­di­na­ra la acción del Soviet con el Par­ti­do Social­de­mó­cra­ta Obre­ro Ruso. El 27, la sec­ción Viborg del Soviet exa­mi­nó la cues­tión y deci­dió pro­po­ner que éste acep­ta­ra el pro­gra­ma social­de­mó­cra­ta, y los dele­ga­dos bol­che­vi­ques pro­pu­sie­ron inclu­so reti­rar­se del Soviet en el caso de que este últi­mo no acep­ta­ra el men­cio­na­do programa.

La cues­tión fue dis­cu­ti­da suce­si­va­men­te en las dis­tin­tas barria­das y en las fábri­cas. Pro­vo­can­do por doquier enco­na­dos deba­tes. El Comi­té fede­ra­ti­vo el Par­ti­do Social-demó­cra­ta Obre­ro Ruso, del cual for­ma­ba par­te, sobre la base pari­ta­ria, repre­sen­tan­tes bol­che­vi­ques y men­che­vi­ques, deci­dió pro­po­ner al Soviet que se pro­nun­cia­ra de un modo con­cre­to sobre su pla­ta­for­ma polí­ti­ca. El Soviet se halla­ba en una situa­ción muy crí­ti­ca. No ofre­cía difi­cul­ta­des adop­tar una reso­lu­ción en el sen­ti­do de adhe­rir al pro­gra­ma social­de­mó­cra­ta, pues la inmen­sa mayo­ría de los repre­sen­tan­tes eran miem­bros del par­ti­do o sim­pa­ti­za­ban con su pro­gra­ma. Pero en el Soviet había asi­mis­mo dele­ga­dos de otros par­ti­dos —de los social revo­lu­cio­na­rios, por ejem­plo— y obre­ros que no per­te­ne­cían a nin­guno de ellos, y, sobre todo, la adhe­sión al pro­gra­ma social­de­mó­cra­ta se halla­ba en con­tra­dic­ción con el prin­ci­pio mis­mo sobre cuya base se había cons­ti­tui­do el Soviet: la repre­sen­ta­ción de toda la masa obre­ra en una orga­ni­za­ción de combate.

Tenien­do en cuen­ta estas con­si­de­ra­cio­nes, des­pués de una bre­ve dis­cu­sión, el Soviet deci­dió reti­rar la cues­tión del orden del día. A pesar de ello, los repre­sen­tan­tes bol­che­vi­ques, con­tra­ria­men­te a lo que se había deci­di­do, no se retiraron.

En reali­dad, no se hizo más que rehuir la cues­tión, la cual siguió sien­do obje­to de apa­sio­na­dos deba­tes en las reunio­nes polí­ti­cas y en la pren­sa obre­ra. No obs­tan­te, el plan­tea­mien­to de la cues­tión en una for­ma ter­mi­nan­te en el Soviet de Dipu­tados Obre­ros hubie­ra podi­do pro­du­cir la esci­sión en este últi­mo y pro­vo­car la des­or­ga­ni­za­ción del pro­le­ta­ria­do de Peters­bur­go en uno de los momen­tos más críticos.

Hemos vis­to ya la visión adop­ta­da en gene­ral por los bol­che­vi­ques. Pero por la impor­tan­cia de la cues­tión, vale la pena dete­ner­se en ella con un poco más de aten­ción. En este momen­to se demos­tró una vez más que siem­pre que Lenin se halla­ba ausen­te, los direc­to­res bol­che­vi­ques incu­rrían en erro­res gro­se­ros. Des­de el pri­mer momen­to, esos diri­gen­tes adop­ta­ron una acti­tud nega­ti­va con res­pec­to al Soviet. Para ejer­cer la direc­ción polí­ti­ca —venían a decir— es nece­sa­rio tener un pro­gra­ma polí­ti­co bien defi­ni­do y fines bien con­cre­tos. Por su estruc­tu­ra polí­ti­ca el Soviet no pue­de con­ver­tir­se en direc­tor y, en todo caso, es inca­paz de reem­pla­zar al par­ti­do. Se indi­ca­ba ade­más el hecho de que el Soviet fue­ra una orga­ni­za­ción infeu­da­da for­mal­men­te a nin­gún par­ti­do, podía empu­jar­lo por el camino del opor­tu­nis­mo y con­ver­tir­se en un ins­tru­men­to de que se val­dría la bur­gue­sía para des­viar a los obre­ros. La con­clu­sión que se des­pren­día de ese racio­na­mien­to era lógi­ca: el Soviet no sólo no era nece­sa­rio, sino que inclu­so resul­ta­ba peli­gro­so para el pro­le­ta­ria­do. La lle­ga­da de Lenin a Peters­bur­go puso fin a esta acti­tud absur­da. Lenin com­pren­dió inme­dia­ta­men­te la impor­tan­cia inmen­sa de los Soviets, y en los artícu­los publi­ca­dos en Nóva­ya Zhizn se limi­tó úni­ca­men­te a reco­men­dar que se refor­za­ra la influen­cia del par­ti­do en el inte­rior de los Soviets. Con ello se halló la for­ma de las rela­cio­nes entre el Soviet y el par­ti­do que sir­vió de base, des­pués de la Revo­lu­ción de octu­bre, a las reso­lu­cio­nes toma­das en el Con­gre­so VII y VIII del par­ti­do, en las cua­les se reco­no­cía que for­mal­men­te los Soviets eran una orga­ni­za­ción neu­tra, pero cuya direc­ción por el par­ti­do era abso­lu­ta­men­te necesaria.

Los men­che­vi­ques, a pesar de que come­tie­ron el indu­da­ble acier­to de lan­zar la con­sig­na de la crea­ción de Comi­tés obre­ros, tenían una idea muy con­fu­sa de los fines de los mis­mos. Tan pron­to el Soviet se cons­ti­tu­yó y empe­zó a inter­ve­nir en la vida polí­ti­ca, los pro­pios men­che­vi­ques se asus­ta­ron del resul­ta­do insos­pe­cha­do que había pro­du­ci­do su pro­pa­gan­da y, lo mis­mo que los bol­che­vi­ques, exi­gie­ron que el nue­vo orga­nis­mo adop­ta­ra el pro­gra­ma social­de­mó­cra­ta. El líder men­che­vi­que Mar­tí­nov, en un artícu­lo publi­ca­do en Nacha­lo, des­pués de reco­no­cer que el Soviet de Dipu­tados Obre­ros era la pri­me­ra expe­rien­cia bri­llan­te de repre­sen­ta­ción autó­no­ma del pro­le­ta­ria­do decía: «El Soviet y el par­ti­do son las orga­ni­za­cio­nes pro­le­ta­rias inde­pen­dien­tes que no pue­den coexis­tir duran­te mucho tiem­po.» Los men­che­vi­ques no com­pren­dían el papel que los Soviets esta­ban des­ti­na­dos a desem­pe­ñar. Estos lucha­ban por el Poder, pues era éste el pro­ble­ma que la his­to­ria ponía a la orden el día. En gene­ral, con­si­de­ra­ba a lo sumo a los Soviets como espe­cie de Par­la­men­tos Obre­ros, sin nin­gu­na fun­ción en la lucha de cla­ses y en las accio­nes de masas.

Por lo que a los socia­lis­tas revo­lu­cio­na­rios se refie­re, hay que obser­var que este par­ti­do peque­ño bur­gués no tenía nin­gu­na acti­tud defi­ni­da, como no la tuvo en nin­gu­na de las cues­tio­nes impor­tan­tes plan­tea­das. Por otra par­te, la influen­cia de ese par­ti­do en el Soviet era míni­ma. Sólo un año más tar­de, en el oto­ño de 1906, los social revo­lu­cio­na­rios se soli­da­ri­za­ron con el pun­to de vis­ta de los mencheviques.

Los anar­quis­tas, a pesar de su deman­da, no fue­ron admi­ti­dos en el Soviet. Lenin, en un artícu­lo sobre esta cues­tión, apro­bó esta reso­lu­ción por cuan­to, según él, el Soviet no era un Par­la­men­to Obre­ro, sino una orga­ni­za­ción de com­ba­te para la obten­ción de fines con­cre­tos, y en esta orga­ni­za­ción no podían tener un sitio los repre­sen­tan­tes de una ten­den­cia que se halla­ba en con­tra­dic­ción con los fines fun­da­men­ta­les de la Revo­lu­ción. Este pun­to de vis­ta, pro­fun­da­men­te erró­neo a nues­tro jui­cio fue de hecho rec­ti­fi­ca­do por los bol­che­vi­ques, pues­to que en los Soviets de 1917 los anar­quis­tas estu­vie­ron repre­sen­ta­dos con los mis­mo dere­chos que los demás sec­to­res del movi­mien­to obre­ro revolucionario.

La social demo­cra­cia, tan­to bol­che­vi­ques como men­che­vi­ques, no con­cen­tra­ron defi­ni­ti­va­men­te su pun­to de vis­ta sobre los Soviets, como hemos hecho ya notar en las pági­nas ante­rio­res, has­ta el perío­do del Con­gre­so de Esto­col­mo, cuan­do era ya posi­ble for­mu­lar un jui­cio retros­pec­ti­vo de los acontecimientos.

En los pro­yec­tos de reso­lu­ción, pro­pues­to al Con­gre­so de uni­fi­ca­ción del Par­ti­do Social­de­mó­cra­ta Obre­ro Ruso, pro­yec­tos no dis­cu­ti­dos, por otra par­te, por el mis­mo, los men­che­vi­ques dan a los Soviets la sig­ni­fi­ca­ción de órga­nos des­ti­na­dos a unir los intere­ses de dichas masas ante el res­to de la población.

Los bol­che­vi­ques, sin negar la impor­tan­cia de los Soviets como orga­ni­za­ción de la repre­sen­ta­ción de las masas, indi­ca­ban que en el cur­so de la lucha, de sim­ples Comi­tés de huel­ga se con­ver­tía en «órga­nos de lucha revo­lu­cio­na­ria gene­ral» y que eran el «embrión del Poder revolucionario».

Los Soviets y sus enemigos

Des­pués de haber expues­to la acti­tud de los dis­tin­tos sec­to­res del movi­mien­to obre­ro con res­pec­to a los Soviets, con­vie­ne expo­ner, aun­que sea bre­ve­men­te, el jui­cio que esas orga­ni­za­cio­nes mere­cie­ron a los ele­men­tos que, por su sig­ni­fi­ca­ción de cla­se, habían de ser­les for­zo­sa­men­te hostiles.

Los repre­sen­tan­tes de los ele­men­tos reac­cio­na­rios extre­mos, fue­ron en el cam­po enemi­go, los que mejor com­pren­die­ron el papel y la impor­tan­cia de los Soviets, Novoie Vre­mia, órgano de los agra­rios y de la buro­cra­cia, des­pués de la ocu­pa­ción de su impren­ta para impre­sión del órgano de Soviet de Peters­bur­go, al comen­tar este hecho seña­la­ba la exis­ten­cia indu­da­ble de dos Pode­res y aña­día: «Si maña­na se les ocu­rre dete­ner a Wit­te y ence­rrar­lo en for­ta­le­za de Pedro y Pablo jun­to con sus pro­pios minis­tros, no nos sor­pren­de­re­mos en lo más míni­mo. Si los revo­lu­cio­na­rios no recu­rren aún a ello es úni­ca­men­te por­que no lo con­si­de­ran nece­sa­rio». En el mis­mo núme­ro en que apa­re­ció el artícu­lo del que entre­sa­ca­mos estos párra­fos, se publi­có otro en el cual se decía: «Aho­ra en Peters­bur­go tene­mos dos gobier­nos, uno dota­dos de inmen­sas atri­bu­cio­nes, pero sin nin­gu­na influen­cia: es el Gobierno de Wit­te. Otro que no tie­ne nin­gu­na atri­bu­ción, pero al cual todo mun­do obe­de­ce: el Soviet de Dipu­tados Obre­ros». Pero más elo­cuen­te es toda­vía el artícu­lo fir­ma­do por N. Mens­chi­kov, en el cual se dice: «Has­ta aho­ra Rusia había teni­do el pla­cer de con­tar con un mal gobierno. Aho­ra con­ta­mos con dos. Al lado del vie­jo Poder his­tó­ri­co, ya decré­pi­to, se ha for­ma­do otro, que se irri­ta y gri­ta, y noso­tros, por cos­tum­bre, nos some­te­mos a él con enter­ne­ce­do­ra sumi­sión. El impe­rio espe­ra intran­qui­lo lo que le orde­na­rá un puña­do de pro­le­ta­rios: tra­ba­jar o decla­rar la huelga.»

Esos párra­fos mues­tran de un modo elo­cuen­te que los repre­sen­tan­tes más típi­cos de la reac­ción rusa com­pren­dían per­fec­ta­men­te que el Soviet era un órgano que lucha­ba por el Poder y el embrión de un nue­vo régimen.

La impre­sión de la cons­ti­tu­ción y desa­rro­llo del Soviet pro­du­jo en el Gobierno fue la de mie­do y de. Hemos rela­ta­do ya en otra par­te de este folle­to que la auto­ri­dad del Soviet era tan inmen­sa, que algu­nos órga­nos guber­na­men­ta­les eje­cu­ta­ban sin vaci­lar todas sus órde­nes. Las reunio­nes del Soviet se cele­bra­ban abier­ta­men­te; los perió­di­cos publi­ca­ban las con­vo­ca­to­rias y la poli­cía con­tro­la­ba los bille­tes en la entra­da del edi­fi­cio. Esto, mien­tras otras Asam­bleas eran prohi­bi­das e inclu­so disuel­tas por la fuerza.

Los tes­ti­gos en el pro­ce­so con­tra los dipu­tados del Soviet de Peters­bur­go afir­ma­ban uná­ni­me­men­te que éste era de hecho un gobierno y que el Zar, des­con­cer­ta­do, no hacía más que pro­vo­car el des­or­den. Sólo en noviem­bre, los minis­tros empe­za­ron a vol­ver en sí y, for­man­do un blo­que con la gran bur­gue­sía reac­cio­na­ria, modi­fi­ca­ron fun­da­men­tal­men­te su tác­ti­ca y toma­ron medi­das para poner fin a aquel esta­do de cosas tan peli­gro­sas para él. Ya el 3 de dicho mes el jefe de poli­cía de Peters­bur­go decla­ra que la pobla­ción «está can­sa­da» del Soviet. Este publi­ca una con­tes­ta­ción que ter­mi­na del modo siguien­te: «El Soviet de Dipu­tados Obre­ros expre­sa su con­vic­ción de que los pró­xi­mos acon­te­ci­mien­tos mos­tra­rán de quién está can­sa­do el país, si el pro­le­ta­ria­do revo­lu­cio­na­rio había empe­za­do ya a des­cen­der, el pro­le­ta­ria­do de Peters­bur­go comen­za­ba a mos­trar sig­nos de fati­ga, y por esto esa decla­ra­ción no fue ya más que una vana ame­na­za. Las cir­cuns­tan­cias favo­re­cían la adop­ción de medi­das enér­gi­cas por el Gobierno y, en efec­to, el 3 de diciem­bre el Soviet de Dipu­tados Obre­ros de Peters­bur­go, como ya hemos vis­to, fue disuel­to y dete­ni­do por la fuer­za pública.

La bur­gue­sía tuvo con res­pec­to al Soviet una acti­tud aná­lo­ga a la que había teni­do en gene­ral con res­pec­to al pro­le­ta­ria­do y a su papel en la Revo­lu­ción de 1905. Pero en un prin­ci­pio no se dio cuen­ta del carác­ter que iban a mos­trar los Soviets e inclu­so se mos­tró favo­ra­ble­men­te dis­pues­ta a tra­tar de pre­fe­ren­cia con él que no con una repre­sen­ta­ción múl­ti­ple. Pero este pun­to de vis­ta no sub­sis­tió mucho tiem­po. Cuan­do el pro­le­ta­ria­do, bajo la direc­ción inme­dia­ta de los Soviets, no se limi­tó luchar con­tra auto­cra­cia, con la cual podía has­ta cier­to pun­to coin­ci­dir la bur­gue­sía libe­ral, sino que ata­có de fren­te al capi­ta­lis­mo, recla­man­do la jor­na­da de ocho horas y una legis­la­ción social, la bur­gue­sía, teme­ro­sa de que el movi­mien­to obre­ro salie­ra de estos lími­tes y arras­tra­ra el régi­men de domi­na­ción capi­ta­lis­ta, vol­vió la espal­da a la Revo­lu­ción y se alió con la auto­cra­cia. A par­tir de aquel momen­to se ini­cia la ofen­si­va del Gobierno con­tra los Soviets, con la cola­bo­ra­ción acti­va de la bur­gue­sía liberal.

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