El comu­nis­mo y la familia

En los tiem­pos de nues­tras abue­las eran abso­lu­ta­men­te nece­sa­rios y úti­les todos los tra­ba­jos domés­ti­cos de la mujer, de los que depen­día el bien­es­tar de la fami­lia. Cuan­to más se dedi­ca­ba la mujer de su casa a estas tareas, tan­to mejor era la vida en el hogar, más orden y abun­dan­cia se refle­ja­ban en la casa. Has­ta el pro­pio Esta­do podía bene­fi­ciar­se un tan­to de las acti­vi­da­des de la mujer como ama de casa. Por­que, en reali­dad, la mujer de otros tiem­pos no se limi­ta­ba a pre­pa­rar purés para ella o su fami­lia, sino que sus manos pro­du­cían muchos otros pro­duc­tos de rique­za, tales como telas, hilo, man­te­qui­lla, etc., cosas que podían lle­var­se al mer­ca­do y ser con­si­de­ra­das como mer­can­cías, como cosas de valor.

Es cier­to que en los tiem­pos de nues­tras abue­las y bisa­bue­las el tra­ba­jo no era eva­lua­do en dine­ro. Pero no había nin­gún hom­bre, fue­ra cam­pe­sino u obre­ro, que no bus­ca­se como com­pa­ñe­ra una mujer con «manos de oro», fra­se toda­vía pro­ver­bial entre el pueblo.

Por­que sólo los recur­sos del hom­bre, sin el tra­ba­jo domés­ti­co de la mujer, no hubie­ran bas­ta­do para man­te­ner el hogar.

En lo que se refie­re a los bie­nes del Esta­do, a los intere­ses de la nación, coin­ci­dían con los del mari­do; cuan­to más tra­ba­ja­do­ra resul­ta­ba la mujer en el seno de su fami­lia, tan­tos más pro­duc­tos de todas cla­ses pro­du­cía: telas, cue­ros, lana, cuyo sobran­te podía ser ven­di­do en el mer­ca­do de las cer­ca­nías; con­se­cuen­te­men­te, la «mujer de su casa» con­tri­buía a aumen­tar en su con­jun­to la pros­pe­ri­dad eco­nó­mi­ca del país.

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