El comu­nis­mo y la familia

Hubo un tiem­po en que la mujer de la cla­se pobre, tan­to en la ciu­dad como en el cam­po, pasa­ba su vida ente­ra en el seno de la fami­lia. La mujer no sabía nada de lo que ocu­rría más allá del umbral de su casa y es casi segu­ro que tam­po­co desea­ba saber­lo. En com­pen­sa­ción, tenía den­tro de su casa las más varia­das ocu­pa­cio­nes, todas úti­les y nece­sa­rias, no sólo para la vida de la fami­lia en sí, sino tam­bién para la de todo el Estado.

La mujer hacía, es cier­to, todo lo que hoy hace cual­quier mujer obre­ra o cam­pe­si­na. Gui­sa­ba, lava­ba, lim­pia­ba la casa y repa­sa­ba la ropa de la fami­lia. Pero no hacía esto sólo. Tenía sobre sí, ade­más, una serie de obli­ga­cio­nes que no tie­nen ya las muje­res de nues­tro tiem­po: hila­ba la lana y el lino; tejía las telas y los ador­nos, las medias y los cal­ce­ti­nes; hacía enca­jes y se dedi­ca­ba, en la medi­da de las posi­bi­li­da­des fami­lia­res, a las tareas de la con­ser­va­ción de car­nes y demás ali­men­tos; des­ti­la­ba las bebi­das de la fami­lia, e inclu­so mol­dea­ba las velas para la casa.

¡Cuán diver­sas eran las tareas de la mujer en los tiem­pos pasa­dos! Así pasa­ron la vida nues­tras madres y abue­las. Aún en nues­tros días, allá en remo­tas aldeas, en pleno cam­po, en con­tac­to con las líneas del tren o lejos de los gran­des ríos, se pue­den encon­trar peque­ños núcleos don­de se con­ser­va toda­vía, sin modi­fi­ca­ción algu­na, este modo de vida de los bue­nos tiem­pos del pasa­do, en la que el ama de casa rea­li­za­ba una serie de tra­ba­jos de los que no tie­ne noción la mujer tra­ba­ja­do­ra de las gran­des ciu­da­des o de las regio­nes de gran pobla­ción indus­trial, des­de hace mucho tiempo.

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