El comu­nis­mo y la familia

Hay algo que no se pue­de negar, y es el hecho de que ha lle­ga­do su hora al vie­jo tipo de fami­lia. No tie­ne de ello la cul­pa el comu­nis­mo: es el resul­ta­do del cam­bio expe­ri­men­ta­do por la con­di­cio­nes de vida. La fami­lia ha deja­do de ser una nece­si­dad para el Esta­do como ocu­rría en el pasado.

Todo lo con­tra­rio, resul­ta algo peor que inú­til, pues­to que sin nece­si­dad impi­de que las muje­res de la cla­se tra­ba­ja­do­ra pue­dan rea­li­zar un tra­ba­jo mucho más pro­duc­ti­vo y mucho más impor­tan­te. Tam­po­co es ya nece­sa­ria la fami­lia a los miem­bros de ella, pues­to que la tarea de criar a los hijos, que antes le per­te­ne­cía por com­ple­to, pasa cada vez más a manos de la colectividad.

Sobre las rui­nas de la vie­ja vida fami­liar, vere­mos pron­to resur­gir una nue­va for­ma de fami­lia que supon­drá rela­cio­nes com­ple­ta­men­te dife­ren­tes entre el hom­bre y la mujer, basa­das en una unión de afec­tos y cama­ra­de­ría, en una unión de dos per­so­nas igua­les en la Socie­dad Comu­nis­ta, las dos libres, las dos inde­pen­dien­tes, las dos obre­ras. ¡No más «sevi­dum­bre» domés­ti­ca para la mujer! ¡No más des­igual­dad en el seno mis­mo de la fami­lia! ¡No más temor por par­te de la mujer de que­dar­se sin sos­tén y ayu­da si el mari­do la abandona!

La mujer, en la Socie­dad Comu­nis­ta, no depen­de­rá de su mari­do, sino que sus robus­tos bra­zos serán los que la pro­por­cio­nen el sus­ten­to. Se aca­ba­rá con la incer­ti­dum­bre sobre la suer­te que pue­dan correr los hijos.

El Esta­do comu­nis­ta asu­mi­rá todas estas res­pon­sa­bi­li­da­des. El matri­mo­nio que­da­rá puri­fi­ca­do de todos sus ele­men­tos mate­ria­les, de todos los cálcu­los de dine­ro que cons­ti­tu­yen la repug­nan­te man­cha de la vida fami­liar de nues­tro tiem­po. El matri­mo­nio se trans­for­ma­rá des­de aho­ra en ade­lan­te en la unión subli­me de dos almas que se aman, que se pro­fe­sen fe mutua; una unión de este tipo pro­me­te a todo obre­ro, a toda obre­ra, la más com­ple­ta feli­ci­dad, el máxi­mo de la satis­fac­ción que les pue­de caber a cria­tu­ras cons­cien­tes de sí mis­mas y de la vida que les rodea.

Esta unión libre, fuer­te en el sen­ti­mien­to de cama­ra­de­ría en que está ins­pi­ra­da, en vez de la escla­vi­tud con­yu­gal del pasa­do, es lo que la socie­dad comu­nis­ta del maña­na ofre­ce­rá a hom­bres y mujeres.

Una vez se hayan trans­for­ma­do las con­di­cio­nes de tra­ba­jo, una vez haya aumen­ta­do la segu­ri­dad mate­rial de la mujer tra­ba­ja­do­ra; una vez haya des­apa­re­ci­do el matri­mo­nio tal y como lo con­sa­gra­ba la Igle­sia —esto es, el lla­ma­do matri­mo­nio indi­so­lu­ble, que no era en el fon­do más que un mero frau­de — , una vez este matri­mo­nio sea sus­ti­tui­do por la unión libre y hones­ta de hom­bres y muje­res que se aman y son cama­ra­das, habrá comen­za­do a des­apa­re­cer otro ver­gon­zo­so azo­te, otra cala­mi­dad horro­ro­sa que man­ci­lla a la huma­ni­dad y cuyo peso recae por ente­ro sobre el ham­bre de la mujer tra­ba­ja­do­ra: la prostitución.

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