El comu­nis­mo y la familia

Las madres obre­ras no tie­nen por qué alar­mar­se. La Socie­dad Comu­nis­ta no pre­ten­de sepa­rar a los hijos de los padres, ni arran­car al recién naci­do del pecho de su madre. No abri­ga la menor inten­ción de recu­rrir a la vio­len­cia para des­truir la fami­lia como tal. Nada de eso. Estas no son las aspi­ra­cio­nes de la Socie­dad Comunista.

¿Qué es lo que pre­sen­cia­mos hoy? Pues que se rom­pen los lazos de la gas­ta­da fami­lia. Esta, gra­dual­men­te, se va liber­tan­do de todos los tra­ba­jos domés­ti­cos que ante­rior­men­te eran otros tan­tos pila­res que sos­te­nían la fami­lia como un todo social. ¿Los cui­da­dos de la lim­pie­za, etc., de la casa? Tam­bién pare­ce que han demos­tra­do su inuti­li­dad. ¿Los hijos? Los padres pro­le­ta­rios no pue­den ya aten­der a su cui­da­do; no se pue­den ase­gu­rar ni su sub­sis­ten­cia ni su educación.

Estas es la situa­ción real cuyas con­se­cuen­cias sufren por igual los padres y los hijos.

Por tan­to, la Socie­dad Comu­nis­ta se acer­ca­rá al hom­bre y a la mujer pro­le­ta­rios para decir­les: «Sois jóve­nes y os amáis». Todo el mun­do tie­ne dere­cho a la feli­ci­dad. Por eso debéis vivir vues­tra vida. No ten­gáis mie­do al matri­mo­nio, aun cuan­do el matri­mo­nio no fue­ra más que una cade­na para el hom­bre y la mujer de la cla­se tra­ba­ja­do­ra en la socie­dad capi­ta­lis­ta. Y, sobre todo, no temáis, sien­do jóve­nes y salu­da­bles, dar a vues­tro país nue­vos obre­ros, nue­vos ciu­da­da­nos niños. La socie­dad de los tra­ba­ja­do­res nece­si­ta de nue­vas fuer­zas de tra­ba­jo; salu­da la lle­ga­da de cada recién veni­do al mun­do. Tam­po­co temáis por el futu­ro de vues­tro hijo; vues­tro hijo no cono­ce­rá el ham­bre, ni el frío. No será des­gra­cia­do, ni que­da­rá aban­do­na­do a su suer­te como suce­día en la socie­dad capi­ta­lis­ta. Tan pron­to como el nue­vo ser lle­gue al mun­do, el Esta­do de la cla­se Tra­ba­ja­do­ra, la Socie­dad Comu­nis­ta, ase­gu­ra­rá el hijo y a la madre una ración para su sub­sis­ten­cia y cui­da­dos solí­ci­tos. La Patria comu­nis­ta ali­men­ta­rá, cria­rá y edu­ca­rá al niño. Pero esta patria no inten­ta­rá, en modo alguno, arran­car al hijo de los padres que quie­ran par­ti­ci­par en la edu­ca­ción de sus peque­ñue­los. La Socie­dad Comu­nis­ta toma­rá a su car­go todas las obli­ga­cio­nes de la edu­ca­ción del niño, pero nun­ca des­po­ja­rá de las ale­grías pater­na­les, de las satis­fac­cio­nes mater­na­les a aque­llos que sean capa­ces de apre­ciar y com­pren­der estas ale­grías. ¿Se pue­de, pues, lla­mar a esto des­truc­ción de la fami­lia por la vio­len­cia o sepa­ra­ción a la fuer­za de la madre y el hijo?

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