El comu­nis­mo y la familia

Vea­mos aho­ra, una vez que no se pre­ci­sa aten­der a la crian­za y edu­ca­ción de los hijos, qué es lo que que­da­rá de las obli­ga­cio­nes de la fami­lia con res­pec­to a sus hijos, par­ti­cu­lar­men­te des­pués que haya sido ali­via­da de la mayor par­te de los cui­da­dos mate­ria­les que lle­van con­si­go el naci­mien­to de un hijo, o sea, a excep­ción de los cui­da­dos que requie­re el niño recién naci­do cuan­do toda­vía nece­si­ta de la aten­ción de su madre, mien­tras apren­de a andar, aga­rrán­do­se a las fal­das de su madre. En esto tam­bién el Esta­do Comu­nis­ta acu­de pre­su­ro­so en auxi­lio de la madre tra­ba­ja­do­ra. Ya no exis­ti­rá la madre ago­bia­da con un chi­qui­llo en bra­zos. El Esta­do de los Tra­ba­ja­do­res se encar­ga­rá de la obli­ga­ción de ase­gu­rar la sub­sis­ten­cia a todas las madres, estén o no legí­ti­ma­men­te casa­das, en tan­to que ama­man­ten a su hijo; ins­ta­la­rá por doquier casas de mater­ni­dad, orga­ni­za­rá en todas las ciu­da­des y en todos los pue­blos guar­de­rías e ins­ti­tu­cio­nes seme­jan­tes para que la mujer pue­da ser útil tra­ba­jan­do para el Esta­do mien­tras, al mis­mo tiem­po, cum­ple sus fun­cio­nes de madre.

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