El comu­nis­mo y la familia

¿Qué que­da­rá de la fami­lia cuan­do hayan des­apa­re­ci­do todos estos queha­ce­res del tra­ba­jo case­ro individual?

Toda­vía ten­dre­mos que luchar con el pro­ble­ma de los hijos. Pero en lo que se refie­re a esta cues­tión, el Esta­do de los Tra­ba­ja­do­res acu­di­rá en auxi­lio de la fami­lia, sus­ti­tu­yén­do­la; gra­dual­men­te, la Socie­dad se hará car­go de todas aque­llas obli­ga­cio­nes que antes recaían sobre los padres.

Bajo el régi­men capi­ta­lis­ta la ins­truc­ción del niño ha cesa­do de ser una obli­ga­ción de los padres. El niño apren­de en la escue­la. En cuan­to el niño entra en la edad esco­lar, los padres res­pi­ran más libre­men­te. Cuan­do lle­ga este momen­to, el desa­rro­llo inte­lec­tual del hijo deja de ser un asun­to de su incumbencia.

Sin embar­go, con ello no ter­mi­na­ban todas las obli­ga­cio­nes de la fami­lia con res­pec­to al niño. Toda­vía sub­sis­tía la obli­ga­ción de ali­men­tar al niño, de cal­zar­le, ves­tir­le, con­ver­tir­lo en obre­ro dies­tro y hones­to para que, con el tiem­po, pudie­ra bas­tar­se a sí pro­pio y ayu­dar a sus padres cuan­do éstos lle­ga­ran a viejos.

Pero lo más corrien­te era, sin embar­go, que la fami­lia obre­ra no pudie­ra casi nun­ca cum­plir ente­ra­men­te estas obli­ga­cio­nes con res­pec­to a sus hijos. El redu­ci­do sala­rio de que depen­de la fami­lia obre­ra no le per­mi­te ni tan siquie­ra dar a sus hijos lo sufi­cien­te para comer, mien­tras que el exce­si­vo tra­ba­jo que pesa sobre los padres les impi­de dedi­car a la edu­ca­ción de la joven gene­ra­ción toda la aten­ción a que obli­ga este deber. Se daba por sen­ta­do que la fami­lia se ocu­pa­ba de la crian­za de los hijos. ¿Pero lo hacía en reali­dad? Más jus­to sería decir que es en la calle don­de se crían los hijos de los pro­le­ta­rios. Los niños de la cla­se tra­ba­ja­do­ra des­co­no­cen las satis­fac­cio­nes de la vida fami­liar, pla­ce­res de los cua­les par­ti­ci­pa­mos toda­vía noso­tros con nues­tros padres.

Pero, ade­más, hay que tener en cuen­ta que lo redu­ci­do de los jor­na­les, la inse­gu­ri­dad en el tra­ba­jo y has­ta el ham­bre con­vier­ten fre­cuen­te­men­te al niño de diez años de la cla­se tra­ba­ja­do­ra en un obre­ro inde­pen­dien­te a su vez. Des­de este momen­to, tan pron­to como el hijo (lo mis­mo si es chi­co o chi­ca) comien­za a ganar un jor­nal, se con­si­de­ra a sí mis­mo due­ño de su per­so­na, has­ta tal pun­to que las pala­bras y los con­se­jos de sus padres dejan de cau­sar­le la menor impre­sión, es decir, que se debi­li­ta la auto­ri­dad de los padres y ter­mi­na la obediencia.

A medi­da que van des­apa­re­cien­do uno a uno los tra­ba­jos domés­ti­cos de la fami­lia, todas las obli­ga­cio­nes de sos­tén y crian­za de los hijos son desem­pe­ña­das por la socie­dad en lugar de por los padres. Bajo el sis­te­ma capi­ta­lis­ta, los hijos eran con dema­sia­da fre­cuen­cia, en la fami­lia pro­le­ta­ria, una car­ga pesa­da e insostenible.

Artikulua gustoko al duzu? / ¿Te ha gustado este artículo?

Twitter
Facebook
Telegram

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *